La irracional racionalidad que nos domina

Hablamos con frecuencia del sentido de la vida humana y casi toda persona más o menos normal se hace desde la infancia preguntas tales como, ¿en qué consiste la vida buena? ¿Qué debo querer? ¿Cómo relacionarme con los demás? ¿Qué es la amistad? ¿Qué la justicia? Preguntas que conciernen a mi subjetividad y a mi relación contigo, con los demás. Mas, cuando hablamos de vida también referimos a la vida de la fauna y de la flora, del resto del planeta que no somos nosotros, vida toda que hoy está en peligro. Los mundos socioculturales tienen mucho que decir al respecto. Los hay que no separan humano y naturaleza, mundos nirvanos que procuran integrarse en un todo vital. No es éste el recorrido que ha tomado el mundo occidental. Transitamos con nuestros saberes tecno-científicos una ruta desencantadora, que procura eliminar el mito, la magia, el prejuicio como formas oscurantistas que empobrecen la existencia. Las sombras han de ser vencidas, nos cuentan. Empero, todo este proceso racionalizador de occidente, secular y desencantador del mundo, bastante weberiano y kafkiano, ¿tendrá algún sentido que trascienda lo meramente instrumental y estratégico? Naufragadas las ilusiones que veían en la ciencia el camino hacia el verdadero ser, hacia la verdadera naturaleza, e incluso hacia una moral científica, descubrimos con Max Weber y Tolstoi que la ciencia no tiene respuesta para las únicas cuestiones que nos importan, las de qué debemos hacer y cómo debemos vivir.

Y es que la ciencia moderna surgida a partir del siglo XVI no estuvo exenta de cierto encantamiento religioso. Los reformistas después de Lutero la promovieron como un camino para descubrir la grandeza de la creación divina. Las ciencias y técnicas modernas coadyuvarían a descubrir los secretos naturales para administrar más eficaz y eficientemente los recursos terrenos que nos ha confiado Dios para la multiplicación de su reino. En esta dirección, los calvinistas, procurando revitalizar la religión cristiana, propulsaron la secularización que marginó lo religioso en el mundo occidental, impulsaron la ciencia y convirtieron al mundo en objeto al servicio de la racionalidad instrumental. En otras palabras, la naturaleza devino en instrumento para satisfacer nuestros deseos, desde las necesidades básicas hasta los que hoy sostiene Musk y la nueva oligarquía global de magnates de las altas tecnologías tras la revolución informática. Dicen Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, siguiendo a Weber, que desde el inicio occidente lleva en su seno un impulso ilustrado, que quiso quitar el temor ante la naturaleza, la que, según su prejuicio fundante, se visualiza como amenaza, como lugar en el que acecha la oscuridad del bosque, las bestias que nos amenazan, desde los feroces lobos que le quieren quitar la virginidad a Caperucita hasta los gérmenes. La aventura occidental se volvió la conquista y dominio de la naturaleza bajo el discurso de convertirla en un hogar para la humanidad. Las objetivaciones culturales de occidente hablan al respecto por sí mismas. Odiseo, con su astuta razón, se vuelve contra la propia naturaleza humana, mutila el cuerpo de sus remeros al taparle los oídos para que no escuchen los encantadores cantos de las sirenas. Se mutila él mismo al ordenar que lo aten al mástil. Él, el amo, puede escuchar pero queda encadenado a su empresa civilizatoria. Siglos después, Tomás de Aquino estableció una pirámide ontológica, presidida por Dios, seguida por los incorpóreos ángeles, los corpóreos hombres, los animales, los vegetales y, finalmente, los corpóreos entes inanimados. Los de abajo, los inanimados, vegetales y animales, están puestos al servicio de los de arriba, en el caso terrenal, los hombres. No parece muy verde este cristianismo que se volvió canónico hasta el Concilio Vaticano II.

Ya en nuestra época Pinky y Cerebro, famosos dibujos animados, resultan una buena objetivación de esta cultura que al menos podemos seguir ya en el poema homérico. Son Pinky y Cerebro, ratones blancos con genes injertados por los laboratorios ACME, hijos de la ciencia moderna. En el primero, Pinky, el experimento fracasó, pues ha resultado un ratón hedonista y sin ninguna aptitud para las matemáticas. En cambio, el segundo, Cerebro, de cabeza desproporcionada para el tamaño de su cuerpo, resultó un éxito experimental. De gran inteligencia y dotes alfanuméricas, Cerebro quiere una sola cosa, que cual Sísifo contemporáneo intenta una y otra vez: conquistar el mundo. Para tal fin elabora grandes proyectos lógico-matemáticos, que Pinky destruye con sus torpezas. ¿Para qué conquistar el mundo? Cerebro nunca lo responde, sus tiempos posmodernos son ya demasiado cínicos. Es todo un megalómano y no tiene empacho en admitirlo. No así Bacon y Descartes, quienes en la aurora de la modernidad afirman que el pensamiento metódico conquistará la naturaleza para ponerla al servicio del hombre, para hacerla un hogar y alargar la vida del yo soberano lo más que se pueda.

En el marco de la hegemonía cultural de la racionalidad instrumental y estratégica que rige el universo tecno-científico, el mundo se fragmenta en sujeto soberano y objeto manipulable. Del objeto interesa el para qué sirve, cómo funciona, cómo se manipula. El yo soberano occidental dice: "los chinos descubren la pólvora pero su ingenuidad mítica la empleó en fuegos artificiales para festividades religiosas. En cambio, yo he hecho con ella cañones y a punta de cañonazos dominé a esos asiáticos". Hoy los asiáticos están tan colonizados mentalmente por occidente que se disponen a conquistar el mundo, a pesar de la arrechera de Mr. Trump y su oligarquía de nuevos ricos tecnológicos. Lo mismo puede decirse de India y hasta de las franquicias terroristas que quieren acabar con occidente. Por todo el planeta se extiende la racionalidad instrumental y estratégica, la que sólo concibe a la naturaleza y al otro que no es yo como un medio, un instrumento para la nietzscheana voluntad de dominio. Mientras tanto, el calentamiento global también sigue su marcha y el 2024 batió nuevos récords de temperatura. Como cualquier intoxicado, la naturaleza intenta vomitarnos, expulsarnos. Pero ya Musk y la oligarquía tecnológica preparan el éxodo a Marte.

Repetimos. El impulso ilustrado de occidente, constituido desde la lógica del dominio sobre la naturaleza, desencanta el mundo para que perdamos el miedo mítico y nos hagamos amos de la tierra. En este trayecto, la ciencia moderna se reduce a racionalidad instrumental, a cálculo, y ya no puede dar cuenta de las cosas que realmente interesan a la persona humana: el sentido de la vida. Y aquellos saberes que podrían contribuir a este sentido se descalifican como superchería. Juicio sólo posible desde el prejuicio de la racionalidad instrumental y estratégica y su terror mítico a lo no cuantificable. En esta racionalidad hegemónica la Vida, con mayúscula, tanto la propia como la del otro, deviene objeto de la ciencia, del comercio, del demagogo. La filosofía deviene lógica matemática y la poesía clasificación de los versos según su número de sílabas. Me dicen: los versos alejandrinos se componen de catorce sílabas divididas en dos hemistiquios heptasílabos. Y yo, chamo, debo aprenderlo para vomitarlo en un quiz. Así nos enseña la escuela básica, a menos que un auténtico maestro nos devele otro valor en la poesía. Porque curricularmente esa escuela básica padece también de terror mítico a lo no cuantificable. Nada de extraño tendrá entonces que esta razón se materialice en una acción depredadora de la Vida en el planeta, mientras crea su nuevo Frankenstein, esta vez adecuado al canon de belleza debidamente bien comercializado, con glúteos, senos, labios, piernas y demás aditamentos postizos. Frankenstein deviene Miss Universo. La razón produce monstruos, escribió Goya. La racionalidad hegemónica occidental se ha vuelto irracional, una amenaza para la Vida. Pero este juicio crítico no debe suponer el rechazo en bloque de la misma. Por el contrario occidente conserva un potencial crítico en su pasado y en su futuro para rescatar la Vida del planeta. En el pasado, escuchando las promesas culturales traicionadas. En el futuro, abriendo brecha para que estas promesas se vuelvan acciones emancipadoras. En los presocráticos, estoicos, epicúreos, Spinoza, Schelling, Teilhard de Chardin, Bergson, Marcuse hay buenas vetas para desarrollar una razón sustantiva y pluralista, de vocación democrática y exaltadora de la Vida. De lo que se trata es de transformar el mundo realizando la promesa filosófica en tanto que promesa cultural, diría Marx.



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Javier B. Seoane C.

Doctor en Ciencias Sociales (Universidad Central de Venezuela, 2009). Magister en Filosofía (Universidad Simón Bolívar, 1998. Graduado con Honores). Sociólogo (Universidad Central de Venezuela, 1992). Profesor e Investigador Titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela.

 99teoria@gmail.com

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