Tener o no tener razones para vivir

En una sociedad, la occidental, cuyo motor de funcionamiento está por encima de todo en la economía; una sociedad que no busca un regulador de la vida individual y colectiva más noble, porque es la materialidad de las cosas y el cuánto de lo que poseen las personas lo que se valora; una sociedad que ha consumido la mayor parte de su historia en guerras primero dinásticas, luego de religión y luego ideológicas encubridoras de motivos económicos; una sociedad que, con excusas que no convencen ni a un niño de pecho, arrasa naciones y siega vidas que se cuentan por millones cuando, después de la segunda guerra mundial, creíamos que en adelante la guerra sería un avatar raro y aislado de sociedades atrasadas…

En una sociedad, ésta, la española, que ya no reconozco como mía, de la que en diversos aspectos me siento expatriado y psicológicamente desconectado incluso de parte de mi abundante familia femenina… Y todo en tiempos en que la mutación del clima apenas permite distinguir las estaciones del año, en los que la escasez e incluso la falta del agua y de las cosechas están a la vuelta de la esquina en todas partes…

En una sociedad, ésta, la española de la política y la Medicina, en la que la mezcla de hipocresía y de cinismo en la misma persona del político es otra rareza necesitada de definición gramatical, y donde la oposición de políticos, religiosos y médicos a la eutanasia o al suicidio asistido, seguro ha de ser más poderosa que la ley aprobada… todo son razones para sentirse uno fuera, no ya de la sociedad ideal gobernada por filósofos o poetas como deseaba Platón, sino de la que cualquier ciudadano o ciudadana despejada de cualquier edad, pienso que para sus adentros no desearía pertenecer a ella. Pues con mayor motivo en semejante escenario, es lógico que un octogenario que conserva íntegra la lucidez, aparte el temor ante la posible decrepitud si no fallece repentinamente, desee, más si cabe, terminar su vida física…

El fundador del centro Dignitas, Ludwig Minelli, un abogado en derechos humanos que en 1998 puso en marcha esta organización, desde 2009 dio un paso más a sus reivindicaciones. Después de luchar a favor de la eutanasia, defiende la muerte de personas sanas. Ante las cámaras de la BBC, ha considerado como maravillosa la opción del suicidio, que las personas, a diferencia de los animales, tienen a su disposición. "El suicidio es una maravillosa posibilidad que se le ha dado al ser humano. Es una posibilidad muy buena de escapar de una situación que no podemos alterar". Para Minelli, "ser enfermo terminal no es una condición para ello. Como abogado de derechos humanos me opongo a la idea de paternalismo. No tomemos decisiones por otras personas", manifestó. Minelli ha justificado la actividad de Dignitas, y su deseo de ayudar a morir también a personas sanas, por razones económicas (que son las únicas que entiende la sociedad occidental): el elevado coste que para la sanidad pública supone atender a quienes quedan afectados por intentos fallidos de acabar con su propia vida: "Por cincuenta intentos de suicidio hay finalmente un suicidio y los otros son fracasos con graves costes para la sanidad pública. Después de los intentos fallidos sufren terriblemente, y a veces tienes que ponerlos en instituciones por cincuenta años, lo que es muy costoso económicamente", ha argumentado.

Pero es que, aparte las motivaciones dichas, en una clase de sociedad que no hace más que lanzar al mercado artefactos, bagatelas, que inundan el planeta alejándolo más y más de su estado virginal, en la que el humanismo obstaculizado por los mismos motivos económicos y materialistas a los que se rinden la Medicina y muchos médicos que ni siquiera se han leído el juramento hipocrático, ¿qué clase de civilización es ésta? Pues ésa de la que dice Voltaire, que no ha corregido la barbarie, la ha perfeccionado. Ésa que simula preocuparse del bienestar del ser humano, pero pensando exclusivamente en el humano de las clases sociales ya desahogadas…

Dicho de otro modo, o resumiendo. A personas que, como yo, "adolecen" de una significativa sensibilidad viril nos disuaden de la vida dos cosas fundamentales: por un lado la mutación, que no cambio, climática, y la fractura, que no transición, por otro, de las condiciones de una sociedad que, a vuela pluma, se les hacen insoportables, por parecerles cada vez más infantilizada, más necia y más hostil, a las personas de edad avanzada. Pero es que las personas también parecen haber mutado, y las tecnologías podrán ser maravillosas en unos aspectos, pero en otros son funestas. Sobre todo para los mayores y ancianos que sólo pueden hacer dos cosas, si no tienen a su lado a quienes, de mucha confianza, les sirvan de soporte para evitarlos: retirarse a un refugio de montaña, o a un monasterio: otras dos formas de morir…

La única razón, en fin, que me une personalmente al deseo de seguir viviendo es mi esposa, de 80 años. Mi salud, a mis 84 años, empieza a flaquear. Pero mientras ella viva, yo mantendré la entereza que exige mi propia dignidad, sean cuales sean mis limitaciones de orden psíquico y orgánico. Eso sí, si yo quedase solo, al día siguiente pondría rumbo aéreo a Dignitas…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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