Tolerancia versus fanatismo

Gandhi decía que no le gustaba la palabra tolerancia y que había que avanzar a considerar la diversidad como riqueza, que bien entendida, es fuente de creatividad, avance y enriquecimiento. Es maravilloso que haya pensamientos distintos, partidos distintos, razas distintas, culturas distintas, religiones distintas, siempre que respeten los derechos humanos. La riqueza de la humanidad está en su diversidad. Precisamente porque somos iguales, todos tenemos derecho a pensar, opinar y actuar de un modo diferente.

Pero dada la situación de enfrentamiento y polarización que vivimos en Venezuela, debemos empezar por tolerarnos. Sin tolerancia no va a ser posible avanzar en la solución de los graves conflictos que vivimos. Sin tolerancia nunca lograremos la convivencia, el progreso y la paz. Ciertamente, la tolerancia no es suficiente para resolver nuestros conflictos, pero es condición indispensable para posibilitar algún tipo de solución. La tolerancia permite el clima necesario e indispensable para que personas con ideologías y posturas políticas muy diferentes puedan buscar fórmulas de convivencia pacífica. La tolerancia no tiene como punto de partida el consenso, sino justamente lo contrario. La tolerancia consiste en aceptar el disenso que nace del pluralismo de posturas para lograr entre todos aquello que mejor puede responder al bien común. Para la persona que se enfrenta a los problemas con espíritu tolerante, las diferencias no tienen por qué ser necesariamente un obstáculo para el mutuo entendimiento. Al contrario, podrían llevar a una convivencia más rica. La diferencia de posturas no debería ser una amenaza, sino un reto para avanzar.

El mayor enemigo de la tolerancia es el fanatismo. Esa postura ciega e intransigente de quien se cree en posesión absoluta de la verdad, y por lo tanto, excluye a todo aquel que se le oponga. Desde el fanatismo es imposible el diálogo y la convivencia pacífica. Sólo impera la fuerza y la violencia. La tolerancia, por el contrario, capacita para «aceptar» al otro, no para destruirlo o eliminarlo. Pero sería una equivocación pensar que se trata sólo de una actitud pasiva, de «soportar» que el otro piense o actúe de forma diferente a la mía. Al contrario, la tolerancia es activa y operante. Busca el logro de una convivencia siempre más justa y menos violenta. Por eso, precisamente, hay algo «intolerable», es decir que no se debe ni puede tolerar, y es todo lo que atenta contra la dignidad y el valor inalienable de cada persona.

No se puede invocar ninguna ideología o proyecto para justificar la agresión o el maltrato a la persona. Cuando está en juego la dignidad o la vida de un ser humano, es un deber ser intolerantes frente al mal. Por ello, no podemos permitir la agresión contra nadie, en concreto contra algunos candidatos. Resulta intolerable el silencio cómplice de los poderes públicos responsables de impedir y sancionar las conductas antisociales de los grupos violentos. Necesitamos recordar que con violencia será imposible enrumbar a Venezuela por los caminos de la reconciliación y la paz, y que la violencia sólo engendra una violencia mayor. Los genuinos políticos, si en verdad buscan un mejor destino para Venezuela, deben denunciar e impedir sin titubeos las conductas intolerantes y violentas, y separarse radicalmente de esa forma de actuar, venga de donde venga. Hay que derrotar a los violentos a base de una resistencia tolerante, profundamente moral.



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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