Hasta siempre, Arlenys

Hasta siempre, Arlenys

                                                                                 Santiago Arconada Rodríguez

Porque la nuestra nunca fue una historia amodorrada, tranquila, pacífica. Porque ultroso que se respetara estaba metido en un peo, y nosotros éramos una cuerda de ultrosos, ustedes en Ruptura y nosotros en Proceso Político, también estaban los ultrosos de OR, de Bandera Roja y de los Consejos Obreros, y estábamos en la lucha por la libertad sindical en la rama de la industria textil, y nos estábamos cayendo a coñazos con los cabilleros adecos del sindicato patronal Sutratex, por supuesto, afiliado a la CTV, por lograr que se respetara nuestra voluntad y nuestro derecho de organizarnos en el sindicato que fundara ese llanero cimarrón que se llamó Reinaldo Milano Hernández, y que por casualidad, solo por casualidad, también sus iniciales eran de cuatro letras: UTIT. Unión de Trabajadores de la Industria Textil. Las gloriosas cuatro letras con las que se levantó un movimiento obrero que estrenó en este país la palabra Referendo cuando nadie la conocía. El derecho de las bases a decidir. Afiliado a la CUTV, por supuesto. ¡Qué casualidad! Otra vez las cuatro letras.

Quizás sea por eso que mi memoria, en el intento de hacer homenaje a tu vida, se encapriche en volver al humilde pero hermoso apartamento de Doris Francia, por los lados de Coche, o El Valle, no recuerdo bien, porque estábamos entrenados en no recordar esos detalles como buenos clandestinos que éramos. Allí fuimos Edgardo Lander y yo por Proceso Político, y estaban Abraham Crespo y tú por Ruptura. Abraham y yo éramos los primeros dos delegados despedidos del primer Comité de Empresa del sindicato UTIT en la empresa Hilanderías Venezolanas, la empresa de León Mishkin que la Corporación Venezolana de Fomento (CVF) del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez financiaba generosamente. Había que hilar fino para no conducir a otra derrota más en las que los ultrosos éramos expertos. Prioridad: Acumulación de fuerzas, convinimos. Abraham y yo, líderes de la lucha por la afiliación a UTIT, no podíamos seguir dando espectáculo de división frente a los trabajadores compitiendo a ver quién era más ultroso. Todo lo contrario. Unidad total frente al patrón.

Allí nació nuestra amistad, y tú te llamabas Julieta.

Creo haber comentado el carácter feminista, en la práctica, de  esa organización que tenía en Doris Francia a un tótem de Ruptura en el país, y en ti a la responsable del frente obrero de Caracas. Era 1976. Tenía yo veintidós años y ni una sola cana burlaba la negritud de mi cabellera.

Después la vida. Julieta en tránsito de volver a ser Arlenys porque no podías ser maestra en la Escuela “J.F. Kennedy” de Fe y Alegría en Petare usando un seudónimo, y así fue como supimos tu verdadero nombre, aun cuando no fue posible dejar de llamarte Julieta.

Formaste parte, levadura en la masa, de un movimiento de educadores que hizo historia, pero no solo ni principalmente por manifestaciones de orden laboral, como lo fue la experiencia del sindicato ODEODEEP, sino por elementos medulares de la vocación docente: ¿Está el magisterio para producir guarderías que le cuiden al Capital a la fuerza laboral mientras se forma?

¡Cuánto Congresillo Pedagógico, carajo! ¡Cuánta vida, cuánta entrega, cuánto amor! Como dice el maestro Roseliano García, el personaje de mi novela “No dejaré mis sueños atrás” que muchos creían autobiográfica y pocos sabían que mi personaje estaba hecho de ti, de Hernán, de Chabela, de Richard, de Silvia, de Leonardo, de Marina, de Avilio, de Nina, de Iván, en fin, aquél gentío, tú sabes.

Desde finales de los años setenta y después, en los ochenta, vino la experiencia de la maternidad, en tu caso, y de la paternidad en el mío. Esa fue otra militancia. Cargar pañalera, teteros y carajitos a las reuniones. Debe ser por eso que todos esos chamos salieron tan así.

Y qué de cosas pasaron, Arlenys, recuerda conmigo, cuando Julio Escalona nos invitó a hacer una revista, y la bautizamos “Para”, como un ejercicio espiritual para no estar siempre solo en “contra”, para obligarnos a decir cómo pensábamos nosotros que debía de ser la vida. Desde esa revista le hicimos un hermoso homenaje a Alí Primera cuando se nos fue, recuerdas, Arlenys?

Te lanzaste entonces a tu personal y particular proceso de formación como Educadora, y viviste la época más espléndida del  Centro para el Aprendizaje Permanente (CEPAP), que era un producto de aquél sueño de una formación universitaria alternativa, no bancaria, freiriana, que se llama Universidad Simón Rodríguez.

Y a todas y todos nos quedó en herencia, como legado vivo y actuante, tu Mecate Histórico, que es un alarde pedagógico en el que jóvenes y adolescentes, al entrar al mecate por la fecha de sus respectivos nacimientos, al entrar al estudio de la Historia, así con mayúscula, empezando por tener una historia de sí mismos, hacen que ésta deje de ser algo ajeno y fastidioso, para convertirse en ese bronco caudal que pasó y sigue pasando, lo que hace, más que necesario, imprescindible, conocerla y entenderla para que no nos ahoguemos en ella; para que en vez de aplastarnos nos impulse a cambiar, a reparar, a mejorar, a perfeccionar.

Y para histórica, que te buscasen. Estabas siempre metida en la candela aunque la candela fuera cosas tan disímiles como entrompar a la medicina capitalista, que pretendió y pretende transformar a la salud en mercancía, y participaste con aquél grupo que se reunía en la Parroquia Universitaria en la fundación de la Escuela para una Salud Alternativa, de modo que en esa paila pudiera fundirse la vasta panoplia de saberes ancestrales cuya existencia peligraba porque no tenían una bata blanca, y que ustedes contribuyeron a que se sistematizara, se validara y se expandiera como la pira que siembra la brisa; pero también en candelas como las que te llevaron a convocarme, a finales de noviembre de 1991, a una reunión en la UCV en la me informarían de algunas cosas de las que debería estar informado.

En esa reunión, que se llevó a cabo en el parque de Chaguaramos que está al lado del edificio de FACES, aquél hombre joven inició su intervención diciendo: “Hay un golpe en marcha y yo vengo huyendo de él. La gente del 23, que de todas maneras se mude, que esa era una decisión, y que se tomaran las previsiones del caso.”

Aquella no era una reunión para pedir la palabra, pero después hablé contigo y te dije que no estaba de acuerdo. Que lo que tenían que haber hecho, cuando recibieron la orden de disparar contra el pueblo, durante los sucesos de finales de febrero y principios de marzo de 1989 conocidos como “El Caracazo”, era pararse frente a su entonces Comandante en Jefe, el Presidente Carlos Andrés Pérez, y decirle que si quería masacrar al pueblo que fuera él mismo hacerlo, pero que no contara con ellos. Que ellos eran patriotas y los patriotas no masacran a su pueblo. Pero no. No hicieron eso. No hubo ni uno que opusiera objeción de conciencia a disparar contra bloques y edificios atestados de gente, como a ti te consta. Acataron la orden y dispararon. Esto que te dije, quedó registrado en mi particular mecate histórico, y además para la Historia, en la puntillosa declaración que le da Ronald Blanco La Cruz al cineasta arlos Azpúrua en su documental sobre el Cuatro de febrero de 1992: “Nosotros salimos aquella madrugada del 4 de febrero a quitarnos la maldición bolivariana de haber sido los soldados que dispararon contra su propio pueblo.” Construyendo así a esa fecha, como un intento de que la sangre lavara la sangre.

No estabas de acuerdo con mi posición, pero la entendías y me la respetabas, porque siempre fue la nuestra, una amistad respetuosa de las diferencias, de las opiniones contrapuestas, en fin, tú sabes.

Y ay! de quien pudiera pensar que descuidabas tu formación espiritual, probablemente tu realización personal más profunda, la música, el arte.

Fuiste por años del Orfeón de la Universidad Central de Venezuela y todos los músicos de este país saben que eso siempre fue mucha palabra.

Agradezco infinitamente tu trabajo como facilitadora de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez cuando, desde el 2010 hasta todavía, me impulsaste a la culminación de mi proceso de formación en el CEPAP. Doy fe de que nos ayudaste a transformar nuestro particular “he hecho”, en nuestro “he conocido-he sabido”. La transformación de los diversos haceres en conocimiento, en epistemología.

El último viernes de octubre logramos por fin cuadrar agendas y me entrevistaste para tu programa en TV Caricuao “Educación para los nuevos tiempos”.

Brindamos con rica infusión de pira y na’ guará, querías que habláramos del “proceso”. Ahí quedaron los dos programas que hicimos el mismo día y una conversa de las de antes con María Di Stéfano.

Y aquél imposible último trayecto en el Metro de Caricuao a El Silencio, con la lata de agua casi que cayéndonos encima, y tú, tratando de convencerme de la necesidad imperiosa de volver a montar un tarantín como aquél que soñamos alguna vez, conscientes y sabedores de la necesidad de la gente de decir su palabra, y que se llamaría categóricamente: “Tres minutos así sea Uslar Pietri”

Gracias por no dejar de inventar ni n segundo.

Gracias por la irreverencia de una vida confrontada al poder, que nunca fue arrogancia y malcriadez en su ejercicio. Gracias por enseñar, con el ejemplo, que persona no se idolatra. Ni que se llame Douglas Bravo, ni que se llame Hugo Chávez .

Gracias por el arrojo, por la fe en la palabra, por la importancia de tener un discurso, un legisle, que llamábamos nosotros.

Gracias por la coherencia, por el modo en el que vida y canción, para usar la imagen de Alí, estaban apretadamente atornilladas.

Gracias por tanta risa, por tanta fiesta, por tanto humor, por tanto amor.

Gracias, gracias Julieta-Arlenys, por vivir y morir en tu ley.

Gracias compañera, hermana, muchas gracias.

La Azulita, diciembre de 2022



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Santiago Arconada Rodríguez


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