Lo regenerador de las aguas del río del olvido

Se manifiestan de acuerdo con estas verdades, pero en su corazón las rechazan. Lo que les pasa es que el presente les aturde, les confunde y marea; porque no está muerto, ni en letras de molde, ni se deja agarrar como una osamenta, ni huele a polvo, ni lleva en la espalda certificados. Viven en el presente como sonámbulos, desconociéndolo e ignorándolo, calumniándolo y denigrándolo sin conocerlo, incapaces de descifrarlo con alma serena. Aturdidos por el torbellino de lo inorgánico, de lo que se revuelve sin órbita, no ven la armonía siempre in fieri de lo eterno, porque el presente no se somete de su cabeza. Es en el fondo la más triste ceguera del alma, es una hiperestesia enfermiza que les priva de ver el hecho, pero un solo vivo de la naturaleza. Abominan del presente con el espíritu senil de todos, sólo sienten lo que les hiere, y como los viejos, culpan al mundo de sus achaques. Es que la dócil sombra del pasado la adoptan a su mente, siendo incapaces de adaptar ésta al presente vivo; he aquí todo: hacerse medida de las cosas. Y así llegan, ciegos del presente, a desconocer el pasado en que hozan y se revuelven.

Se les conoce en que hablan con desdén del éxito, del único que a la larga tiene razón aquí donde creemos tenerla todos; del éxito, que, siendo más fuerte que la voluntad, se le rinde cuando es ésta constante, cuando es la voluntad eterna, madre de la fe y de la esperanza, que no consiste en creer lo que no vimos, sino en creer lo que no vemos; maldicen al éxito, para la siega de las ideas espera a su razón, tan sordo a las invocaciones del impaciente como a las execraciones del despechado. Se les conoce en que creen que al presente reina y gobierna la fuerza oprimiendo al derecho; se les conoce en su pesimismo.

Para hallar la humanidad en nosotros y llegar al pueblo nuevo conviene, sí, nos estudiemos, porque lo accidental, lo pasajero, lo temporal, de puro sublimarse y exaltarse se purificas destruyéndolo. La conciencia eterna de la Humanidad toda la labor que en torno a su sombra hagan los entomólogos de la Historia, ni la que hagan los que ponen sobre nuestras cualidades nuestros defectos, toda esa falange que cree de mal gusto, de ignorancia y mandado recoger el decir la verdad sobre esa sombra y de muy buen tono burlarse del "Himno de Riego".

El estudio de la propia historia, que debía ser un implacable examen de conciencia, se toma, por desgracia, como fuente de apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y componendas con la conciencia, como medio de defensa contra la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, a las glorias de que purgamos; en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros.

—La Humanidad es la casta eterna, sustancia de las castas históricas que se hacen y deshacen como las olas del mar; sólo lo humano es eternamente. Más para hallar lo humano eterno hay romper lo temporal y ver cómo se hacen y deshacen las castas, y qué indicios nos da de su porvenir su presente. Entremos ahora en indicaciones que guien en esta tarea, en sugestiones que le sirvan para ese defecto.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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