Todo el mundo sabe, que un pueblo es el producto de una civilización

La doctrina del pacto, es la que, después de todo, presenta la razón intra-histórico de la patria, su verdadera fuerza creadora, en acción. Lo mismo que tantos pueblos han proyectado en sus orígenes, en la Edad de Oro, su ideal social, Rousseau proyectó en los orígenes del género humano el término ideal de la sociedad de los hombres: el contrato social. Porque hay en formación, tal vez inacabable, un pacto inmanente, un verdadero contrato social intra-histórico, no formulado, que es la efectiva constitución interna de cada pueblo. Este contrato libre, hondamente libre, será la base de las patrias chicas cuando éstas, individualizándose al máximo por su subordinación a la patria humana universal, sean otra cosa que limitaciones del espacio y del tiempo, del suelo y de la Historia.

A partir de comunidad de intereses y de presión de mil agentes exteriores a ellas y que las unen, caminan las voluntades humanas, unidas en pueblo, al contrato social inmanente, pacto hondamente libre, esto es, aceptado con la verdadera libertad, la que nace de la compresión viva de lo necesario, con la libertad que da el hacer de las leyes de las cosas leyes de nuestra mente, con la que nos acerca a una como omnipotencia humana. Porque si en fuerza de compenetración con la realidad llegáramos a querer siempre lo que fuera, sería siempre lo que quisiéramos. He aquí la raíz de la resignación viva, no de la muerta, de la que lleva a la acción fecunda de trabajar en la adaptación mutua de nosotros y el mundo, a conocerlo para hacerlo nuestro haciéndonos suyo, a que podamos cuanto queramos cuando sólo podamos querer lo que podamos llevar a cabo.

De la labor que, poniendo en relaciones más estrechas a los pueblos, originó la individuación creciente de éstos, brotaron las democracias. Y éstas sacaron su primera fuerza unificadora, como es corriente, de la oposición del estado llano a la burguesía. En ella siguen viviendo ideas hoy moribundas, mientras en el fondo intra-histórico del pueblo viven las fuerzas que encarnaron en aquellas ideas y que pueden encarnar en otras. Sí, pueden encarnar en otras, sin romperse la continuidad de la vida; no puede asegurarse que caeremos siempre en los mismos errores y en los mismos vicios.

La idea conciente del pueblo encarnó en una literatura, así como el fondo de representaciones subconcientes en el pueblo, ¿no quedaríamos acaso con la fuerza viva de que brotó? Lo que hace la continuidad de un pueblo no es tanto la tradición histórica cuanto la tradición intra-histórica; aun rota aquélla, vuelve a renacer a ésta. Toda serie discontinua persiste y se mantiene a un proceso continuo de que arranca: esta es una forma más de la verdad de que el tiempo es forma de la eternidad.

Esta voluntad e abandona indolentemente al curso de las cosas; si no logra domarlo a viva fuerza, no penetra en él ni se apropia su ley; violencia o abandono más o menos sostenidos. Es poco capaz de ir adaptándose lo que le rodea por infinitesimales acciones u pacienzudos tanteos, compenetrándose en las pequeñeces de la realidad por trabajo verdadero. O se entrega a la rutina de la obligación o trata de desquiciar las cosas; padece trabajos por no trabajar.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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