Sabaneta de Barinas

—Comandante Chávez: Era uno de esos hombres símbolos elegidos entre muchos para personificar y representar un siglo. Morir por la fe. Merecer ser contado entre los héroes por su vida y entre los mártires por su muerte.

"No hay espectáculo semejante al del orador, el cual debe ser a un tiempo filósofo, poeta, artista, músico, táctico; sacar del fondo de su alma los tesoros del pensamiento, encerrarlos en forma perfectas, con esa fuerza creadora que, como la palabra de Dios, hace brotar mundos; y por un milagro de su inteligencia y de su voluntad, tender entre tempestades infinitas de aplausos cadenas invisibles, a las cuales se prenden los corazones como esclavos de aquella magia, cuyo poder sobrenatural es uno de los misterios más profundos del espíritu. El alma inquieta, activa, del Comandante, se imaginaba ya en las visiones de su fantasía triunfando de todos sus enemigos por la magia de la palabra y sirviendo al género humano por la santidad de las ideas".

Pero es necesario comprender que la libertad no es un don gratuíto y un objeto de juego y de lujo; se obtiene con una grande madurez de juicio, y se consolida con una grande severidad de costumbres. Los pequeños sacrificios que pueda exigir en el pueblo, se compensan sobradamente con esa dignidad tan necesaria para los pueblos y tan satisfactoria como la voz de la conciencia tranquila y virtuosa para los individuos. Así, las libertades hallan su contrapeso natural en la rigidez de las costumbres, que se impone sin necesidad de leyes, ni autoridades, por la fuerza social. Es dificilísimo explicar esta idea a los hombres habituados a vivir en el despotismo.

Efectivamente, imposible que Nuestramerica comprendan jamás como se celebra el domingo en los pueblos anglo-sajones.

El orador eleva su vida a las alturas de su conciencia y se consagra a una causa, a una reforma. Para esto necesita concertar sus fuerzas, disciplinar su carácter, reunir sus ideas en torno de un pensamiento capital, y tener la lógica, la consecuencia inflexible, no solo en los discursos, sino en la vida. El orador es más artista que el filósofo, pero su arte está subordinado al pensamiento, y debe seguir el raciocinio. Orar no es cantar, es raciocinar, es convencer, es persuadir. La armonía, la belleza, deben ser auxiliares del raciocinio, destinadas a conseguir más pronto su triunfo. Pero, indefinible que se escapa al análisis como el dogma, y que se pierde de vista como el ave de la montaña, la alondra, cuando deja su nido de barro y se va por las alturas etéreas en busca de la luz que aún no despunta, mientras todos los demás seres duermen profundamente en las sombras sin presentir el nuevo día.

Las ideas más contrarias batallarán en su cabeza y saldrán a borbotones de su pluma. Su genio marchará con la fatalidad del torrente; ya humilde, ya ruidoso; ora despeñándose por las oscuras breñas en espumosa cascada, ora durmiéndose tranquilo y celeste en murmurador arroyo, para repetir las estrellas de la noche, ora entrando, poderoso río, en el océano insondable de la eternidad. Así es que el Comandante, sus ímpetus de progreso, sus batallas internas, sus ideas. Víctor Hugo ha sido legítimamente bonapartista, romántico, doctrinario, creyente, racionalista, librepensador y demócrata. Pero cuando queráis buscar la leyenda de este siglo, lo que todos hemos pensado, lo que todos hemos sentido; nuestros desfallecimientos morales, nuestras cóleras en las cadenas; la esperanzas que hemos concebido por los orgullosos triunfos sobre la materia; como imaginamos el pueblo y cómo nos proponemos reformarla; nuestra concepción de las diversas épocas de la historia, nuestro poema del progreso, a tanta costa escrito con la sangre de toda el pueblo; nuestras dudas, nuestros temores y nuestra fe servida con la exaltación del martirio, leed a Víctor Hugo. El sublime desorden de este genio se parece al desorden sublime de la naturaleza. Al lado de una cima nevada, donde la luz centellea con reflejos increíbles en horizontes infinitos, un abismo insondable; al lado de una plaza árida, su conciencia es la duda y la fe, la afirmación y la creencia; todo su siglo. Ya le veremos en su vida; ya le admiraremos en sus obras.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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