Casemos un inmigrante

La mayoría del pueblo que vota en Estados Unidos lo hace por el republicano y por el demócrata. Cualquier oposición se ve reducida casi a la mínima expresión. Nadie, entonces, goza de argumento para convencernos que ese pueblo –mayoritariamente votante- es realmente distinto en pensamiento al funcionario que lo gobierna. Todo pueblo tiene el gobierno que se merece. ¡Por ahora!, pensar que el pueblo estadounidense –mayoritariamente- posea alguna simpatía por el socialismo, es como pedirle peras al olmo. Incluso, el proletariado más atrasado política e ideológicamente en el mundo es el estadounidense. Eso nos hace aventurar –con mucho acierto- decir que la toma revolucionaria del poder político en esa nación está más lejos del cielo que México, aunque muy cerca esté su técnica del socialismo. Ahora, no podemos abrazar el pesimismo eterno, porque la marcha de la historia obligará al pueblo estadounidense, por múltiples factores y donde destaca el económico, a asumir para siempre que los obreros no tienen frontera y su deber es hacer la revolución. Cuando eso suceda, los huesos de mi generación no serán ni siquiera del menor interés para los antropólogos.

Estados Unidos, entre otras cosas, debe su avanzado desarrollo a los inmigrantes europeos –especialmente ingleses y franceses- que les llevaron sus apreciables conocimientos en la técnica y hasta en el arte militar. En Estados Unidos el régimen esclavista fue mucho más próspero, para los sectores dominantes de la economía, que en los países latinoamericanos, porque Inglaterra, con la ayuda de una inmigración especialmente francesa al territorio estadounidense, asentaron conocimientos técnicos, científicos que ni siquiera habían sido soñados en la España o en el Portugal colonizadores de la América Latina. Desde su nacimiento, Estados Unidos se convirtió en el más importante comprador de esclavos para satisfacer la demanda de mano de obra en las pesadas labores agrícolas. La esclavitud se extendió entre los estados sureños que practicaban principalmente la agricultura y a la postre se convirtieron en los estados secesioncitas. En 1890, al tiempo que muchas naciones europeas expandían sus imperios coloniales, un nuevo espíritu animó la política exterior estadounidense, la cual en gran medida seguía las pautas de Europa septentrional. Los políticos, los directores de periódicos y los misioneros protestantes declararon que la "raza anglosajona" -¿entienden por qué tanto racismo en Estados Unidos?- tenía el deber de llevar los beneficios de la civilización occidental a los pueblos de Asia, África y América Latina. Eso le abrió espacios para ir condicionando toda la América Latina a favor del capitalismo estadounidense.

En la actualidad, basado en el alto desarrollo esencialmente de la técnica donde la oligarquía y sectores medios pudientes tienen un aparato electrónico que les lave y seque los platos, la inmigración no les resulta aprovechable, salvo que sean distinguidos cerebros para la NASA y otras instituciones escasas de eminencias científicas estadounidenses. Esta es la verdad. El pragmatismo sustituye todos los encantos y virtudes de la ciencia y de las manos mismas del hombre. Crear juegos perversos es la prueba más patética del talento que premia el imperialismo.

Cada vez que nace un problema social de importancia, los cerebros más connotados de los laboratorios estadounidenses, crean un juego perverso que lo ataque de raíz. No estamos lejos que ideólogos, expertos en bochorno, estadounidenses comiencen a refutar a los axiomas geométricos argumentando que éstos están en abierta contradicción con los intereses económicos de los monopolios imperialistas. En estos días en la Universidad Washington Square –terrible escenario por lo que de misión de conocimiento y de humanismo debe enseñar-, un grupo de estudiantes republicanos decidió realizar un juego, producto de la inventiva altamente científica y tecnológica, que se titula: “Cazar a un inmigrante ilegal”.

Una consigna imperialista destacaba como la esencia del pensamiento político de los racistas republicanos: "La inmigración ilegal es una bofetada en la cara de quienes esperan entrar legalmente", aunque también, por puro pragmatismo, portaban bajo la manga el argumento inocente de los perversos en caso de un fracaso de su actividad: "Sólo queríamos centrar la atención en un tema que creemos de gran importancia". Al perverso sólo le interesa su recreación aunque mucho tenga que burlarse del sufrimiento ajeno. De allí que hayan alegado para su juego perverso: “Pensamos que un juego es divertido, es una actividad interesante y atrae la atención de la gente más que cualquier literatura". ¿Imagínense el concepto que de literatura tienen los perversos? Y por si acaso, extraño en verdad, se produjera alguna acusación jurídica contra su juego, el perverso alega: "Este es un país libre y fue fundado sobre la diferencia de opiniones, este juego es un punto de partida para el diálogo".

Alguien dijo que “Podemos decir que Estados Unidos es una sociedad que parece fue perfectamente diseñada para la integración en beneficio de los más sagrados intereses económicos de sus monopolios. Sus instituciones son fuertes y poseen la capacidad de influir en los recién llegados y de inyectarles amor a la nueva patria a grandes dosis. La escuela, la universidad, el ejército, los medios de comunicación, las creencias religiosas y, sobre todo, la vida cotidiana tienen gran fuerza integradora en Estados Unidos”.  Por eso no nos extraña que un europeo, un asiático, un australiano, un africano o un latinoamericano, sin ni siquiera ser nacionalizado estadounidense o aunque muy mal lo traten las instituciones del imperio, con sólo tener una visa de residente en Estados Unidos, grite a todo pulmón que éste es el mejor y más democrático país del mundo. Pero nunca faltará algún nacionalista gringo de nacimiento, enfermo y apasionado de ser buen esclavo del imperio, que le restriegue en la cara a un inmigrante su derecho racista de sólo hablar con gente estadounidense.

Por suerte, el juego fue suspendido gracias a una manifestación de estudiantes que se opusieron por considerarlo una ofensa, una perversión y un irrespeto de los republicanos para con los inmigrantes. De todas maneras, en la frontera con México, los gendarmes del imperio cazan a los inmigrantes como el gato al ratón, el zorro a la gallina o el león a la cebra. Y lo insólito es que eso acontece en el mejor y más democrático país del mundo.



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Freddy Yépez


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