Diario Comorotano: Rebelión en la granja, ratas y pulgas … ¡Ave María!

21-2-22: Hoy domingo ha sido día de mucho trabajo para María Eugenia: ha encontrado una madriguera de ratones en la sala, entre un revoltijo de cojines y trapos destrozados. Hace dos días encontró un ratoncito muerto dentro de un zapato, yo vi aquello y dije para tapar el escándalo: "-Parece un pajarito porque sólo le veo dos patas". Ella entonces le metió su lupa escrutadora y contestó: "¡Pájaro!, te equivocas, ahí no hay plumas". Pues, no queda de otra que admitir que estamos ante una invasión de ratas y habrá que poner la casa patas arriba. Y así ocurre: no hay trasto que no se remueva y sacuda. En su primera arremetida María Eugenia ha eliminado seis ratones, pero se le ha escapado la ratoncita mayor, que cogió y se ha metido debajo de una alacena al lado de la cocina. ¡Ave María! Allí empezó la peor parte del gran ajetreo en el que vinieron a participar los vecinos Cristian, Lucia Valentina y el perro cazador Loki. Al poco rato se también se unió Ángel, sin contar que yo andaba recibiendo órdenes para rodear el espacio de su posible escapada, colocando unas tablas y batiendo una escoba. De pronto, vi un diminuto animalito que brotó como el aleteo de una mariposa gris, dejando el celaje, saltando de un lado a otro, al tiempo que las mujeres daban escobazos y lanzaban gritos, y en el agite, se impuso mágico de la nada el ratón o la rata, misteriosamente se esfumó. "¡Ave María!" Cada quien tenía su propia versión de a dónde se había metido, que si cogió por debajo de la cocina, que si se escurrió por las alacenas, que si desapareció debajo del lavaplatos. Escobazos iban y venían, gritos y espantos, saltos, tintineos de vasos o botellas viejas, tenedores oxidados, trozos de plástico ocultos en cualquier hendija.

Vinieron al azar los conmocionantes comentarios u opiniones:

  • No queda sino que vaciar y fumigar toda la casa, doña María.
  • ¿Pero que echamos?
  • Pues creolina, kerosene, bygon, gasolina, gasoil,

En la desesperación María Eugenia, como una generala en plena guerra, exclamó:

  • ¡Dígale a su mamá, Lucía, que por favor nos preste el gato Carlitos por un momento! ¡Vaya, corra!

Lucia saló en volandas y al poco rato llegó diciendo que Carlitos estaba en el monte, que no lo encontraban. ¡Ave María!

En esta guerra nuclear de alborotos en la casa, con olores a creolina, gasoil o kerosene, se presentó una visita, y se trataba de la hermana de Cheo quien vive allá abajo, frente a la casa del señor Abraham. El motivo de su visita era preguntarnos si la podemos llevar a Mérida el día que decidamos viajar.

  • Ay señor –le dijo María Eugenia-: ahora mismo no tengo cabeza para nada, mire ni sé dónde estoy parada. Venga mañana y hablamos.

La señora se disculpó por inmenso agite que vio desde el porche y nos dejó como un kilo de higos en una mesita.

La guerra de los ratones siguió su curso entre ladridos del perro Loki, escobazos, chorros de agua mezclados con gasoil y de un vecino que musitaba un rezo muy bueno para espantar roedores de monte, según dijo.

Sintiéndome inútil para cumplir algún papel en tan escabroso desastre de muebles sacados de sus sitios, poncheras, coletos y escobas, cogí hacia la troja. Colgué la hamaca, me hundí en la estela de dulce azul del cielo y el plácido verdor de las montañas. La placidez suprema en medio de la nada: un río que brama allá abajo, el alborozo de pájaros posados en las ramas del chirimoyo, del manzano y del níspero. Miraba hacia los empinados terrenos de Evencio donde las vacas van herrando los caminos con sus merodeos, y a veces echan abajo enormes peñascos. En otras ocasiones son las propias vacas las que se desembarrancan, y pienso que si fuesen mías, viéndolas así, colgadas de los cielos, viviría aterrado. Hay en las montañas una gran variedad de colores en el que se impone el gris; dispersas motas verdes pintan las partes más elevadas. Por allá en la cerca está profusamente florida la trinitaria. Se están estirando los cafetos, alcanzando su mayoría de edad y algunos de ellos floreciendo nuevamente después de haber dado una regular cosecha en diciembre. Nada más doloroso que la ausencia de nuestra perra que no hay día en que no la recordemos y hasta la lloremos. Con pena y remordimientos. Cuánto duele no haberle dado muchísimo más amor del que le dimos. Y me voy perdiendo entre tantos arbitrarios recuerdos. Trato de recordar el nombre de aquel ministro de Medina Angarita, de Agricultura y Cría que los enemigos del gobierno destrozaron porque en un artículo escribió la palabra ENTUSIASMO con C. Lo cierto fue que este personaje, por este error perdió la posibilidad de ser candidato a la presidencia de la república, pues Medina lo consideró entre sus cuadros políticos y de su partido como su sucesor. Pude dar con el apellido y luego el nombre: ¡Ángel Biaggini! Hasta los más grandes genios han cometido errores ortográficos y gramaticales, y eso no es lo importante, sino que cuando se vaya a escribir, se tenga ante todo algo qué decir y luego ideas originales, propias, y luego, luego, hacerlo de la manera más clara y sencilla posible.

Escribir puede cualquiera, escribir bien muy pocos.

Por allá baja Abraham llevando una becerra con cabestro, se la ganó ayer en una rifa. Me saluda a lo lejos y dice que me va a mandar un racimo de cambur.

  • Gracias, vale, saludos a tus hijos –le grito.
  • ¿Y tú qué tal?, ¿cuándo llegaste?
  • ¡El jueves!
  • ¿Y cómo va todo?
  • ¡Con ratas!
  • ¿Cómo?, ¿con plata?, que bueno, felicitaciones entonces.

Luego ha venido a visitarnos Consuelo quien nos obsequia dos huevos de pisco, nos trae también una mano de cambur y unas papas, María Eugenia le retruca con algo, pero en el agite de los desastres en la sala no permite que se le atiende como se debe.

Sigo en la troja, metido en la hamaca y voy pensando que con la miel de caña que nos dio ayer Neptalí y con los higos que nos trajo la hermana de Cheo se puede preparar un excelente dulce.

Se van calmando los agites en la casa. Al ratón o a la rata no se pudo capturar. Lástima. Va llegando la noche y encendemos la chimenea, aprovechando un viejo tronco seco que llevaba muchos años bajo el guamo negro. Hemos comprobado el excelente combustible que resulta el bagazo seco. Nos visita Ángel y conversamos como hasta la nueve. Acordamos que iremos juntos al pueblo a echar gasolina.

Nos vamos al patio a contemplar la noche estrellada y así, sin hablar, mirando el cielo nos pasamos horas, y poco antes de acostarnos me dice María Eugenia algo estremecedor:

  • ¡La casa se nos ha llenado de pulgas! Ya no son las ratas. Hay pulgas por todos lados, me han picado en los brazos y en las piernas, y ¿sabes de dónde han salido?, pues de esos bagazos de la caña que a ti te parecen una maravilla de combustible. No traigas más eso para la casa.
  • En medio de tanta desesperación de mi mujer entre piquiñas, sacudimientos y cambios de ropa, le dije:
  • Algo si debes tener claro, mi vida, de pulgas y ratas es imposible huir con armas y bagajes –y me empaqueté en las cobijas hasta la cabeza.

Sí, me hundí entre sábanas, ¡coño!, "y entre pulgas te veas" – oí que me decía mi amada compañera viendo que a mí no me picaban, pero a la vez yo sintiendo que me corrían por todo el cuerpo, aunque en verdad no me picaran que es peor…. Mala noche, ¡carajo!



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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