Evaluación de los conquistadores

"El daño sin motivo implica, por lo general, una grave perturbación mental. El placer de hacer mal es una tendencia que se origina en los campos más pavorosos de la psicopatología. El sádico, que se deleita con la muerte y el sufrimiento de sus semejantes, es un enfermomental. No un enfermo mental cualquiera, el sádico es un enfermo que va o viene de la locura".

La ferocidad del Viajero de Indias, sin embargo, no se circunscribe ni al campo de batalla, ni a las ciudades tomadas por asalto después de un largo asedio. Tenochtitlán fue una excepción dentro de las caracteriscas guerreras de la conquista. La única en toda la historia de Nuestramerica que mantiene un sitio a las usanzas del Viejo Mundo. La mayor parte de los pueblos indígenas caen en las manos de los españoles tras breves escaramuzas o por "golpe de estado" frío. No es, pues, el caso de México, el que nos podrá explicar por qué murieron en el Nuevo Mundo millones de aborígenes a manos de los conquistadores. Como tampoco radica en la batalla campal, amplia y franca, la causa fundamental del fenómeno. A los indios de La Española y de las Antillas circunvecinas los mataron de hambre, a palos y malos tratos, trabajos forzados, cuando no era con la punta de sus espadas o en el cebamiento de sus perros.

No fueron las cargas de caballería, ni el impacto de los cañones sobre la carne desnuda, lo que nos explica la mortandad que cayó sobre el Nuevo Mundo. Fue algo más que el tributo que la guerra impone. Matanzas sin causa ni razón es lo que vemos en todos los pueblos y naciones del Nuevo Mundo. ¿Qué razón asiste a Pánfilo de Narváez cuando hace aquella horrible carnicería en Cuba? Su fiel capellán, lleno de indignación, le dice con los ojos de un contemporáneo: "Después de esto de esto sólo el infierno os prometo". ¿Por qué causa Esquivel y su gente ejecutan a seiscientos prisioneros en Santo Domingo, después que el enemigo ha huido y la victoria no ha producido bajas? Años más tarde extermina a 40.000 jamaiquinos sin que mediara ni siquiera una protesta de aquellos pacíficos isleños. Balboa pasa a sangre y fuego al pueblo del bondadoso Careta, donde hace apenas un rato ha almorzado. Salvo contadas excepciones, no hay expedición o conquistador que no tenga es sus anales hechos semejantes.

Las matanzas se suceden en plena paz; cuando ya los soldados son honorables terratenientes y señores feudales que distan por lo menos tres leguas de sus vecinos. ¿Qué puede explicar, en medio de esa tranquilidad bucólica, el hecho de que un veterano cuelgue en un día a trece de sus sirvientes porque le entendieron mal una orden, o que degüelle a dos niños por un chiste inocente? ¿Qué puede justificar en un hombre una crueldad tal que los esclavos prefieran el suicidio?, como pasó en Santo Domingo y en toda Nuestramerica.

El daño sin motivo implica, por lo general. Una grave perturbación mental. El placer de hacer mal es una tendencia que se origina en los campos más pavorosos de la psicopatología. El sádico, o el hombre que se deleita con la muerte y el sufrimiento de sus semejantes, es un enfermo mental. No un enfermo mental cualquiera, el sádico es un enfermo que va o viene de la locura.

López de Gomara compara a las tropas de Cortés con las hordas bárbaras. A los de La Española los acusa de malvados y de ser responsables de la ola de suicidios que se produjo en aquellos tiempos: "Grandísima culpa tuvieron dellos por tratallos muy mal, acodiciándose más al oro que al prójimo". De la generalidad de los hombres que vinieron a Indias, los acusa de haber matado a muchos indios, habiendo "acabado todos muy mal. Parésceme que Dios ha castigado sus pecados por aquello".

A Balboa lo llama rufián y esgrimidor; a Enciso, bandolero y revoltoso. Sobre Pedro de Heredia, el de Cartagena, anota: "Mató indios. Tuvo maldades y pecados por donde vinieron a España presos él y su hermano". Notas similares hay sobre Pizarro y Pedrarias. A Cortés le señala "como cosa fea e indigna de un gran rey la tortura y muerte de Guatenogén". De Pedro de Alvarado escribe: "Era hombre suelto, alegre y muy hablador, vicio del mentiroso. Tenía poca fe en sus amigos y así lo notaron de ingrato y aun de cruel los indios".

Fray Antonio Montesinos clamaba en 1511, de esta forma, contra los conquistadores: ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas?"

Fray Matías de San Martín, Obispo de Charcas, escribe: "é ansi aujetaron la tierra robando y matando y no guardando no digo ley divina, pero aún natural". El Obispo califica de nefando el modo que se empleara en descubrir y poblar".

Fernández de Oviedo afirma que en el régimen de Pedrarias murieron en Centro América dos millones de indios.

La Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias de Fray Bartolomé es un verdadero tratado de la criminalidad y el sadismo de los españoles en América. Desde luego que el Padre de Las Casas se deja llevar de su pasión hasta caer en la exageración y en la mentira, no debiéndosele dar demasiado crédito, como dice Lewis Hanke, en todo lo que refiera a matanza de indios. No obstante, aunque reduzcamos hasta el mínimo el largo historial de sangre, el saldo de crueldad de los Viajeros de Indias es demasiado elevado para no llamar la atención.

Motolinía, a quien no se puede acusar de parcialidad por Las Casas, asienta en su libro Historia de los Indios de la Nueva España que "fueron tantos los indios que murieron en las minas de Oaxyecas que en media leguas a la redonda los españoles tenían que andar pisando cadáveres y huesos, y que eran tantos los pájaros que acudían a comer la carroña que obscurecían el firmamento".

El Obispo de Landa escribía en su Relación de las cosas de Yucatán que "algunos españoles llegaron a pensar que quizás hubiese sido mejor que no se descubriesen las Indias, ya que la conquista proporcionó a los indios tales calamidades".

Gran parte de los sacerdotes de la época revelan, en sus escritos y defensas de los indios, la ferocidad de los conquistadores. Entre ellos se destacan Sahagún, Motolinía y el Padre Vitoria.

Pero no son tan sólo los eclesiásticos los que señalan estas barbaridades. Escribía el gobernador de Nicaragua. Francisco de Castañeda, que "a la menor provocación e incluso sin provocación alguna, los españoles, montados a caballos, derribaban a los indios, incluyendo mujeres y niños, y los lanceaban". "El oficial real Alonso de Zurita afirmaba haber oído decir a muchos españoles de la Provincia de Popayán que "los huesos de los indios abundaban tanto a lo largo de los caminos que no había peligro de extraviarse". El mismo Hernán Cortés no vacila en confesar que "la mayoría de los españoles que aquí pasan son de baja manera, fuertes y viciosos de diversos vicios y pecados". Bernal Díaz del Castillo, su fiel amigo y cronista, cuenta es su Historia de la Nueva España el desagrado que a todos aquellos endurecidos soldados les produjo el ajusticiamiento de Guatemozín: "E fue esta muerte que les dieron muy injustamente, e pareció mal a todos los que íbanos".

Refiriéndose a los conquistadores de Honduras escribió: "Pluguiera a Dios que nunca a tales hombres enviaran, porque fueron tan malos y no hacían justicia ninguna porque además de tratar mal a los indios, herraron muchos de ellos".

Cieza de León, soldado, cronista y presunto aventurero, tiene para los conquistadores duros reproches. Dice en el proemio de su celebrada obra La Crónica del Perú: "no pocos (españoles) se extremaron en cometer traiciones, tiranías, robos y yerros". Más adelante señala cómo los indios "padecieron crueles tormentos, quemándolos y dándoles otras recias muerte". Dice que "en Panamá apenas quedan indios porque todos se han consumado por malos tratamientos que recibieron de los españoles". A Gonzalo Pizarro y a sus capitanes les acusa de crueles. Iguales términos emplea sobre Belalcázar, el Mariscal Jorge Robledo y Francisco Carvajal. Igual que López de Gomara, considera que las "muertes desastradas y miserables que tuvieron los ejecutores de Atahualpa, son un castigo enviado por Dios contra semejantes tiranos. Los juicios de residencia contra los gobernadores, nos revelan claramente la criminalidad de hombres como Alvarado, Belalcázar y Antonio de Mendoza, virrey de México. "La investigación secreta contra el virrey Antonio de Mendoza contiene esta acusación: Que después de la captura de la colina de Mixtón, muchos de los indios cogidos en la conquista fueron muertos en su presencia y por órdenes suyas. Algunos puestos en fila y hechos pedazos con fuego de cañón, otros fueron despedazados por perros y otros fueron entregados a negros para que los mataran, cosa que hicieron a cuchillo o colgándolos. En otros lugares los indios fueron arrojados a los perros en su presencia". Hace notar el mismo Hanke que "algunas de las más reveladoras descripciones de la crueldad española encontraron cabida en órdenes reales, tanto que a Juan de Solórzano, jurista del siglo XVII, se le mandó a quitar del manuscrito de su Política Indiana el texto de algunas reales órdenes sobre el mal trato dado a los indios, para evitar que estas cosas llegasen a conocimiento de los extranjeros.

El propio Federmann, el cruelísimo lugarteniente de Alfínger, que por no detenerse a desatar la cadena donde llevaba los cautivos les cortaba la cabeza, escribía estas líneas respecto a los indios de Santo Domingo: "De quinientos mil habitantes de toda clase de naciones y lenguas desparramados en la isla hace cuarenta años, no quedan veinte mil convida, porque han muerto una gran cantidad de una enfermedad llamada viruela, otros han perecido en las guerras, otros en las minas de oro donde los cristianos los han obligado a trabajar contra sus costumbres, porque es un pueblo débil y laborioso. He aquí por qué en tan corto espacio de tiempo, una multitud tan grande se ha reducido a tan pequeños números". Sobre este particular observa Aznar: "Todos los historiadores de la época están de acuerdo sobre la rapidez con que los españoles despoblaron la isla de Santo Domingo, tal como lo señaló el Padre de las Casas".

A Pizarro se le mueren de inanición cien hombres. Con su humor tétrico bautiza con el nombre de hambre a este paraje, "En este camino se padeció tanta hambre —dice Cieza— que muchos dejaron cargas de oro por no tener fuerzas para llevar".

Jiménez de Quesada sale de Cartagena con 700 hombres y 80 de a caballo. Los indios los asesinan, los caballos se despeñan por los voladeros, otros mueren de frío. Cuando Quesada hizo el recuento al llegar a Chupatá, le quedan 116 hombres y 60 caballos.

La muerte es el signo de la conquista. Valdivia muere en Chile a manos de los araucanos. El adelantado Pedro de Mendoza sucumbe en el Río de la Plata. Almagro es decapitado por su socio Francisco Pizarro, éste a su vez, muere apuñalado.

De las mil personas que salieron de Topesana con Pedro Ursúa al llegar a Borburata con Lope de Aguirre van solamente 180 hombres y 20 esclavos. Cien han muerto de enfermedades, cuarenta asesinados a manos de los indios, diez han desaparecido, cien abandonados. Francisco de Orellana, el ilustre predecesor de Ursúa y Aguirre en el camino amazónico, los precedió también, quince años antes, en todos los sufrimientos que caben esperar en un viaje a través de la selva. Veinte hombres son todos los sobrevivientes de su último viaje. Había salido de España con 400 soldados en 1545.

De los 200 pobladores que se trajo Pedro de Sarmiento Gamboa para fundar su quimérica ciudad en el Estrecho de Magallanes, quedan vivos 17, dos años más tarde. Cuando el pirata inglés Cavendish los rescata en 1587, se encuentran con una ciudad fantasma.

Esta breve historia de la suerte de los conquistadores nos plantea con más fuerza que nunca estas preguntas: ¿Quiénes eran estos hombres? ¿valerosos soldados o suicidas en potencia que marchaban con paso firme hacia el despeñadero? ¿eran corajudos castellanos que se jugaban la honra y la fortuna en un todo a todo con la muerte, o eran hombres desesperados que encomendaban al azar su propia muerte?

Según Manuel José Quintana, el gran error de Las Casas y que arroja dudas sobre la veracidad de las realidades contenidas en su Historia de las Indias es su Brevísima Relación. Esta obra hija de la pasión que embarga al Apóstol de los indios contra los españoles, produjo una reacción negativa contra su obra, considerándosela falsa y engañosa. Esta reacción, sin embargo, ha sido exagerada e injusta al hacer extensible a su Historia de las Indias las dudas y negaciones que provoca su Brevísima Relación. Los historiadores españoles encontraron y encuentran en este punto flaco de la tesis antihispánica un argumento un argumento poderoso que siguen esgrimiendo con relativo éxito. Los españoles, por razones explicables aunque no justificadas, han pretendido anular la verdad contenida en la obra de Las Casas. Por ejemplo, en los dos tomos dedicados a los Historiadores Primitivos de las Indias por la Biblioteca de Historiadores Españoles, Don Enrique de Vedia incluye a López de Gomara, Cieza de León, Zárate y otros autores sin que aparezca la obra de Las Casas. Según el historiador Natalio González, Oviedo escribió como europeo, como un oficial real con instrucciones de amoldar su historia a los deseos del Concejo; y Las Casas, por el contrario, escribió historia como debiera hacerlo un americano y no como un reprentante de la Europa que, en nombre de la civilización, explotaba a los países atrasados técnicamente. Se comprende entonces por qué los españoles silencien o rechacen o rechacen la obra de Las Casas.

En la opinión de historiadores modernos como el cubano José Antonio Sacco, el paraguayo González, el americano Lewis Hanke, la obra de Las Casas ha sido redimida de la duda en que fue envuelta por tanto tiempo. La obra del dominico, testigo presencial de los sucesos que describe desde 1502 hasta 1620.

Cabe, sin embargo, preguntarnos: ¿Hasta dónde consideraban los españoles a los indios como sus semejantes? Es un verdad que no hay nadan que exalte más ferocidad de un pueblo contra otro que la negación de la igualdad. Los ingleses, que tan caballerosos se han mostrado en las guerras europeas, han sido particularmente feroces con los pueblos no blancos.

No podían los españoles considerar como semejantes suyos a unos hombres morfológicamente diferentes a ellos, con costumbres como la antropofagia y la sodomía, totalmente distintas a sus normas culturales. De estos hechos dan noticias la totalidad de los cronistas e historiadores de Indias.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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