Cuento o razón

El sol radiante que vino en octubre

El periodista Juancho Marcano, luego de regar con un poquito de agua sus matas de ají y berenjena y viendo que el sol de este mes de octubre reverbera en la Tacarigua de Margarita, como nunca, se dirigió hacia una mata de pomalaca y ahí bajo la sombra fresca de dicho árbol, se sentó a observar su conuco y también a sus amigos: al perro Pipo y la mata de mango, que conversaban alegremente. "Ellos son felices, porque no saben lo que pasa en el mundo y es mejor así, pues estarían llenos de angustias", se dijo el reportero.

El canto de unas guacharacas se escuchaba a lo lejos y sobre esto alguien le indicó que en estos tiempos dichas aves se alejan más hacia los cerros, pues ya presienten que vienen los chubascos de diciembre y en las montañas habrá que comer, sin necesidad de bajar a los terrenos planos, lo cual hacen cuando la sequía se vuelve un látigo que azota, no sólo los sembradíos sino los mismos cerros, a los cuales pinta con su color mustio.

No obstante las tórtolas y potocos si dejan oír su canto y más aún cuando se posan en las matas de pomarrosa, las cuales le sirven de dormideros por lo fresco y por lo frondoso, lo que los protege de ciertos animales ponzoñosos que buscan más que todo el ambiente seco y despejado.

El periodista disfrutaba el paisaje y el canto de las aves y hasta se recordó de un artículo que había leído sobre los baños forestales, los cuales consistían en pasar tiempo sentado o acostado en una hamaca bajo la sombra de los árboles, porque así respiraba la buena vibra de dichas plantas y se oxigenaban las vías respiratorias, por eso respiró profundo y sintió felicidad y también libertad. "En verdad que en vez que en el mar, la vida en el campo es más sabrosa, pues se respira aire puro y el sol no te castiga con su látigo destellante", pensó Juancho Marcano.

Mientras tanto, Pipo y la mata de mango seguían su conversación, sin saber en qué andaba Juancho, quien viendo que ya era hora de irse para la casa, se acercó a sus dos amigos y señalándole que lamentablemente tenían que cortar la conversa, porque la hora de regreso había llegado y más aún había que aprovechar, pues más tarde el sol era una llama de fuego que despedía demasiado calor, tanto para humanos como animales. Por eso Perro y hombre se despidieron y regresaron a su vivienda.

P.S. Luego de escribir esta nota, las caricias de un chubasco hicieron sonreír a las plantas en la Tacarigua de Margarita.



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Emigdio Malaver

Margariteño. Economista y Comunicación Social. Ha colaborado con diferentes publicaciones venezolanas.

 emalaverg@gmail.com      @Malavermillo

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