La renovación del pueblo por la vía revolucionaria

"Las creencias en las virtudes regeneradoras de la fe revolucionaria dieron origen al culto de la diosa Razón, celebrado en la propia catedral de Notre Dame y, después, a la elevación de Maximiliano Francisco María Isidoro de Robespierre, al rango de sacerdote supremo de la nueva religión, enviado de Dios cuya existencia aceptada. Bonaparte desplazó a Robespierre en esa religión de remedo y para demostrar que el verdadero monarca divino era él, se hizo coronar por el Papa como emperador".

—No bastó el desmoronamiento abrupto de la dictadura jacobina, en una sola sesión de la Convención, y la inmediata decapitación, el 13 días, del centenar de dirigentes principales del aparato de poder, para que la fiebre revolucionaria se aplacara en el mundo. Fue necesario el tremendo proceso de las guerras imperialistas, de las implantación de sistemas totalitarios, de la Revolución rusa, de las dos guerras mundiales, para que se descubriera después del hundimiento, aún por estudiar y comprender, de las Unión Soviética, que el sentido etimológico de revolutio, significa retorna, vueltas, regreso. Así se confirma, una vez más, la inexorabilidad de la concepción cíclica del tiempo y de los anales humanos.

Conviene hacer uno en sí mismo examen de conciencia nacional, y preguntarse, como venezolano, qué valor íntimo y duradero tienen la mayor parte de los tópicos regenerativos que venimos repitiendo casi todos, unos más y otros menos. En dos términos se cifra todo lo que se viene pidiendo para nuestro pueblo, todo lo que para él hemos pedido casi todos, con más o menos conciencia; ¡hay que ir con el siglo!

El avance hacia este objetivo no obedece exclusivamente, ni mucho menos, a consideraciones de orden moral. Este avance responde los profundos intereses de todos los pueblos tercermundo, porque en nuestro siglo, cuando todo está relacionado, aumenta el número de problemas que sólo pueden ser resueltos con los esfuerzos aunados de la comunidad de Nuestra América y la mundial en su conjunto. ¿Acaso no debemos unir esfuerzos para luchar contra fenómenos tan peligrosos para nuestros pueblos como EE.UUU., como el imperialismo, como los mercenarios, como el terrorismo, la delincuencia y la drogadicción? ¿Acaso no es evidente que si hoy no sumamos los esfuerzos en la lucha contra el Covid-19 (made in capitalismo) —esa nueva calamidad que azota a la especie humana— mañana podría ser demasiado tarde?

Se podría proseguir esta enumeración. Hoy, cien decenas de problemas complejos adquieren calidad global, o sea, solamente la comunidad de Nuestra América en su conjunto podrá resolverlos. Rusia puede dar ejemplo digno a seguir, y nuestros países están totalmente decididos a contribuir a ello con todas las fuerzas.

Nosotros los socialistas realizamos cambios, desarrollamos la democracia y fortalecemos los valores del socialismo no para agradar a alguien, sino para que, mediante las reformas y la democracia, el pueblo alcance nuevas cotas de progreso socioeconómico y espiritual.

Lógicamente, los nuevos procesos en la esfera político-ideológica no se operan fácilmente, ni son unívocos por sus resultados. En la conciencia social se han acumulado muchos elementos negativos como reflejo de los fenómenos que se operan en la vida misma y, en primer lugar, de la incoherencia entre la palabra y la obra. Existe cierta confusión, incomprensión y miedo a los cambios, hay también intentos de oponerse a lo nuevo. Sería insensato no verlo. Pero sería aún más insensato e, incluso, erróneo, absolutizar las dificultades y los defectos de nuestro desarrollo político-ideológico, pues con ello se haría dudar del propio proceso de renovación, de los positivos fenómenos políticos e ideológicos en la vida del pueblo, originados por el mismo.

En este caso, esa sabiduría, esa sapientia, no es ya tal sabiduría, sino ciencia. Verdad es también que habría que ver qué es eso del hombre y mujer libre. Libre de la suprema congoja, libre de la angustia eterna, libre de la mirada de la Esfinge, es decir, el hombre y la mujer, el ideal de Nuestra América.

—No hay más libertad verdadera que la de la muerte.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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