¡Comandante Chávez Vive!

“Como el cantero de una catedral encarnizado se transforma en la serenidad de la piedra”. Cada cosa permanece allí en su gravedad inconmovible, cerrada sin ensambladura y herméticamente en sí misma. No respira música como antes; cada cosa expresa sólo su forma ingénita y el sentido de su alma con una claridad incomparable, poco menos que geométricamente. El incansable buscador logró, así, ligar el mundo ambiguo en un orden nuevo, insospechado. Alcanzó en pocos años una arista vertiginosa y solitariamente elevada de la perfección y con ella un molde de fundición en que hubiera podido formar durante toda una vida y sin esfuerzo alguno al país, tras forma tras forma; pero, nuevamente, ese espíritu creador no quiso proseguir su obra repitiéndose a sí mismo, sino que anhelaba —según su magnífico decir— “ser el profundamente vencido por algo cada vez mayor”.

Su insaciable voluntad creadora quería explicar en esas obras lo inexpresado, lo negado hasta entonces a la palabra; que ría presentar la imagen de lo que es sólo conceptual, una metafórica de lo que ya no es visible. Para alcanzar semejante extremo, el lenguaje debía tenderse más allá de su propio borde, debía inclinarse sobre sus abismos más profundos, debía salirse de lo concebible hacia lo inconcebible y ya casi indecible. Apenas sí entonces lográbamos captar, asombrados, el sentido que encerraban aquellos últimos mensajes, y sólo ahora comprendemos, con qué dolor, que ya no procuraba dirigir entonces la palabra a los vivos, sino que dialogaba con lo otro, con el más allá de las cosas y del sentimiento. Ya fue el diálogo con el infinito el que allí se inició, fraternal conversación con la muerte, su propia muerte, preparada de larga mano y que entonces maduraba, elevando su mirada, exigente, desde la oscuridad hacia el investigador.

Ese fue su último ascenso, y difícilmente podremos medir el ventisquero que alcanzó solitario en su postrer camino. Esa perfección era ya como un fin, y él mismo tuvo deseos de descansar. El idioma se lo había concedido todo; con su habla lírica había agotado sus más profundas fuentes mágicas, imponiéndole señeras lo casi indecible; así fue que, descansando de tan escabroso ascenso, para probar sus fuerzas nunca agotadas, eligió un idioma extraño, indómito aún, para encontrar en el elemento nuevo, en estrofas de sus antepasados, un ritmo nuevo, una posibilidad nuevas y más difícil todavía. Aficionado hasta el postrer instante a lo arduo y lo casi irrealizable, eligió por descanso ese esfuerzo excesivo que seguramente no habría pasado de mera pausa predecesora de una nueva ascensión hacía lo eterno.

Ese esfuerzo ingente a favor de la palabra, cumplido el correr de veinte cuatro años, esa consagración incansable de un revolucionario a formas que nunca jamás acababan, sólo fue visible en la obra del Comandante; la tarea en sí y su destino siempre permanecieron velados. Su obra crecía en el silencio, taciturna, como acaece con todo lo grande, se formó a solas, como todo lo perfecto. El espíritu intuitivo de los que han sido llamados enseña a ese hombre singular que lo decisivo nunca puede realizarse sino mediante un gran renunciamiento simultáneo. Siempre que el Comandante se dispone a cumplir con pureza una obra perdurable, debe renunciar primero decididamente al día ruidoso y a toda unión con el mundo inmediato, según la expresión inolvidable del Comandante Chávez.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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