Mi síntesis del V Foro Pensar la Ciudad. Homenaje a los 90 años de Fruto Vivas (Parte II )

En esta segunda parte de mi síntesis del V Foro Pensar la Ciudad que tuvo lugar entre el 26 y el de 30 de noviembre del pasado año, (La primera parte puede consultarse en: https://www.aporrea.org/actualidad/a272569.html ), se exponen los planteamientos centrales de las exposiciones del segundo día, a cargo de Ana María Benaiges y Pedro Vallone. De este último, subrayo la importancia de su reflexión en torno al evolucionismo de origen darwiniano, asociado a la competencia individual y selección del más apto, que ha servido de aval ideológico al principio de competencia que preside el proceso civilizatorio del que deriva la ciudad del capital. No siendo este el único factor en la selección natural, Vallone destaca el papel de la colaboración y el apoyo mutuo, que es, a la vez, el fundamento de una necesaria transformación socialista de la ciudad.

Sobre la base de estas reflexiones, se analizan algunas de sus implicaciones respecto a la transformación socialista de la ciudad, a la luz de los lineamientos contenidos en el Plan de la Patria, y de los conceptos: reforma-revolución; esencia de lo urbano; campo, ciudad y territorio; hábitat y dimensiones del hábitat; dimensión económica y modelo rentista petrolero.

Ciudad Verde y Ciudad limpia y sana.

Bajo el tema Ciudad Verde, Pedro Vallone comienza recordándonos la función vital que cumplen las plantas en la transformación del dióxido de carbono, el agua y la luz solar, en oxígeno y en la base de la alimentación que hace posible el ciclo de la vida, de lo cual deriva su importancia en términos de una ciudad autosostenible. Un dato ilustra esta importancia: 1 M2 de cultivo hidropónico equivale a 500 M2 de cultivo convencional. Según esto, la superficie de los techos de Caracas, transformadas en áreas verdes para cultivos, además de operar como regulador climático, permitirían suplir todas las hortalizas que necesita su población. Por el contrario, toda la superficie cultivable del país, trabajada en forma convencional, sería insuficiente para alimentar a nuestra población actual.

Bajo el tema Ciudad limpia y sana, Ana María Benaiges, quien es seguramente la mayor especialista del país en el tema, analiza el ciclo vicioso y virtuoso de los desechos sólidos, demostrando que nuestras ciudades son ciudades enfermas en tres sentidos: en relación con sus servicios, con su gestión, y, a mi juicio, el más significativo, por la falta de conciencia de sus habitantes. Frente a ello, subraya la necesidad de aplicar las 3R: Reducir, Reutilizar, Reciclar. Dato significativo a tener en cuenta: Entre el 40 a 50 por ciento del volumen de los desechos sólidos que generamos son empaques de distinto tipo, en los que seguramente el plástico tiene un lugar destacado.

Superar la ciudad que conocemos.

Más allá de la importancia de ambos planteamientos, enmarcados en la acción necesaria sobre la ciudad concreta, Pedro Vallone deslinda su reflexión ciudad-naturaleza de la acción puramente reformista centrada sobre la ciudad fundada sobre el valor de cambio, el capital y la renta del suelo; acción reformista que, como acertadamente señala, tiene su coartada ideológica en esa particular extrapolación seudo científica de la teoría de la evolución de Darwin, que ha servido para justificar la jerarquización social basada en la explotación del trabajo humano, como si este fuese la consecuencia lógica de la selección natural del más apto, extrapolación que, llevada al plano de las relaciones económicas y sociales del capitalismo salvaje, ha servido para justificar, entre otras cosas, la colonización racista llevada a cabo por Europa y Estados Unidos, que ha dividido al mundo en economías dominantes de desarrollo industrializado y financiero, y economías subdesarrolladas, dependientes de la extracción de materias primas y oferta de mano de obra barata.

En contraposición, tal como nos lo recuerda Vallone, y lo demuestra el conocimiento científico posterior a Darwin, la competencia individual del más apto no es el único factor en la selección natural. El apoyo mutuo y la cooperación, por la cual dos o más seres trabajan juntos para resolver problemas con el objeto de lograr un beneficio común, son, de hecho, la clave de nuestro éxito como especie. Desde este punto de vista, la solidaridad viene a ser un principio económico, social y cultural de mayor importancia que el principio de competencia que preside la visión capitalista del mundo, principio que está llevando a poner en peligro a nuestra propia especie.

En este sentido, la solidaridad que surge de la cooperación y el apoyo mutuo entre hombres que se conciben a sí mismo como parte de la naturaleza, en relación sustentable con su entorno natural, se nos presenta como uno de los conceptos fundamentales que apoyan la necesidad de ir, más allá de la acción reformista, a la transformación estructural, funcional y formal de la ciudad, tal como la conocemos, es decir, a su superación definitiva bajo el principio de cooperación, del bien común y del valor de uso, superando el lastre de su origen en la división entre cultura y naturaleza, campo y ciudad, reflexión que ha sido probablemente el planteamiento central, expresado en distintas formas, durante las discusiones del foro, planteamientos que hablan de una ciudad para la vida, de una ciudad productiva, comunal, autogestionaria, participativa, sustentable en relación con su entorno natural, basada en una relación de poder que va de abajo hacia arriba, etc.

Más allá de los adjetivos con que se busca caracterizar esta necesaria transformación de la ciudad expresada durante el foro, cabe preguntarnos cuál puede ser el contenido operacional de tales visiones, a las que las limitaciones de un espacio de discusión de esta naturaleza no permiten dar respuesta. Al mismo tiempo, dado que el contenido del Foro Pensar la Ciudad se refiere a la transformación socialista de la ciudad, es igualmente necesario preguntarnos cuál puede ser la relación que estás ideas tienen con el proyecto estratégico del Socialismo Bolivariano del Siglo XXI, concretamente, con los planteamientos contenidos en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación delineado por Hugo Chávez en el Proyecto Nacional Simón Bolívar, que basa la realización plena del socialismo del siglo XXI en la refundación ética y moral de la nación venezolana, teniendo como principio, junto al trabajo creador y productivo y el supremo valor de la vida "… la justicia social, la equidad y la solidaridad entre los seres humanos y las instituciones de la República"(p9), principios que apuntan a la construcción del hombre nuevo del Siglo XXI, sinónimo de socialismo. Ser social colectivo "que no niega al ser individual pero lo trasciende positivamente, la conciencia de que el ser humano sólo puede realizarse en los otros seres humanos, de aquí nace el sentimiento de solidaridad, de desprendimiento personal que debe tener todo revolucionario."(p.15), ideas, todas ellas, en coincidencia total con el principio de solidaridad al que se refería Pedro Vallone.

El plan de la Patria: territorio, ciudad y modelo productivo.

Expresión de las relaciones históricas de dependencia económica social y cultural, el actual modelo de ocupación territorial venezolano tiene su origen en un reducido número de regiones escasamente integradas y en la primacía de la ciudad sobre el campo, operando a partir de los puertos que hacen posible la exportación de un limitado número de productos minerales y agrícolas, y la importación de productos manufacturados, hacia los distintos centros urbanos regionales en que se concentra principalmente los beneficios de la producción regional. Como tal, y pese a la mayor integración y desarrollo regional propiciada por la economía petrolera que se impone a partir del pasado siglo, este modelo continúa evidenciando un patrón de ocupación territorial concentrado, desequilibrado y polarizado, con fuertes desigualdades interregionales, e importantes problemas sociales y ambientales.

Teniendo como objetivo central la superación del actual modo de producción distribución y consumo del país, sobre el que se funda el actual modelo de ocupación territorial, el Proyecto Nacional Simón Bolívar define las líneas estratégicas generales de un modo alternativo de inversión de la renta nacional, que, por oposición a su apropiación privada, privilegie la inversión económica del Estado dirigida a la superación de la condición de subdesarrollo y dependencia de la nación, así como la inversión social a partir de relaciones de producción basadas en la propiedad comunal de los medios de producción con la participación protagónica y corresponsable de la población, que favorezcan la modificación de los patrones de asentamiento actuales, en relación de equilibrio sustentable con la naturaleza.

En el marco de este objetivo general, el Plan de la Patria condiciona –a nuestro juicio de manera correcta– el problema urbano a la necesidad de una planificación estratégica y gestión pública territorial coherente, que, a mediano y largo plazo, defina un nuevo modelo desconcentrado de ciudades ecosocialistas integradas de forma sostenible con la naturaleza, que coloque al ser humano en el centro de su atención; proyecto que permite entender la transformación de la ciudad, no como un fin en sí mismo, sino en el marco de un proceso de reordenación integral del territorio nacional, dirigido a crear un nuevo sistema de redes y polos de desarrollo, asociados a 4 ejes: Centro Norte Llanero, Occidental, Oriental y Apure-Orinoco, de los cuales. De estos, el Eje Norte Llanero constituye el eje de integración y desarrollo principal que articulará a los demás ejes de desconcentración. Nuevo esquema de ocupación del territorio que enmarca el uso racional de los recursos para los distintos proyectos de inversión.

Ello supone, en primer lugar, la puesta entre paréntesis de la primacía que hasta ahora han tenido las principales ciudades del país, comenzando por la ciudad capital, en materia de concentración de recursos económicos y planes de desarrollo, incluidos obviamente los de la GMVV, centrada básicamente en la construcción de vivienda para las grandes ciudades. Al mismo tiempo, supone el despliegue de esos recursos en función del desarrollo de los nuevos asentamientos para el fortalecimiento de las ciudades intermedias y el desarrollo a ellas asociado de una gran red de pequeños y medianos asentamientos de producción y vivienda, que incluya, a sus diversas escalas, la totalidad de las demás dimensiones asociadas a la definición integral del hábitat: salud, formación, seguridad, organización social, recreación, abastecimiento; todo ello, sobre la base de la integración y desarrollo de los sistemas de transporte y comunicaciones, "…para articular el territorio nacional mediante corredores multimodales de infraestructura, donde el sistema ferroviario nacional se convierta en el principal medio de transporte, instrumentos esenciales para mejorar la accesibilidad de la mayor parte del territorio nacional y por tanto clave para incrementar una sinergia socio territorial sustentable y avanzar en la inclusión social.

Expuesto el problema en estos términos, quisiera pasar a la consideración de algunos de los conceptos involucrados, a fin de discutir las posibles implicaciones de una transformación de la ciudad, tal como la conocemos, en consonancia con el planteamiento productivo y urbano-territorial del Plan de la Patria.

Ciudad y territorio: reforma o revolución.

Para finales de la década del cuarenta, el gigantesco desarrollo de la socialización de la producción, generado por el desarrollo del capitalismo monopólico, industrial y financiero, junto a los avances científicos que hicieron posible el desarrollo tecnológico de la construcción vinculados al acero, concreto y vidrio, así como al de los servicios e infraestructura urbana, permitían, en teoría, dar solución a la mayoría de los problemas que la sociedad y la ciudad industrial planteaban.

No obstante, esta posibilidad ha quedado en la práctica, constantemente limitada en función de la lógica capitalista de la producción de beneficios económicos y del interés especulativo inmobiliario rentista basado en la propiedad privada de los medios de producción, generando un progresivo empobrecimiento y deterioro de la calidad del espacio urbano, y relegando a la arquitectura a la obra individual, cada vez más aislada de su necesaria conexión orgánica con la dimensión urbana y social, al tiempo que el ejercicio profesional-comercial de la arquitectura y el urbanismo ha venido adquiriendo una progresiva y casi total preponderancia en la determinación del ambiente humano construido.

Es precisamente esta contradicción antagónica entre este carácter cada vez más social de la producción, al que, de forma complementaria, corresponde "potencialmente" un destino cada vez más social de sus productos, y la propiedad privada de los medios de producción dentro del capitalismo – que lleva no sólo a la apropiación privada de los bienes producidos, sino a orientar toda finalidad de la producción en función de maximizar el beneficio económico de los dueños de los medios de producción–, la contradicción que está en la base de la crisis de la modernidad de los años 50, y, dentro de ella, de la crisis de la arquitectura y el urbanismo moderno basado en el ideal iluminista de progreso infinito.

Desde la perspectiva del marxismo, y al mismo nivel general en que venimos considerando el tema a propósito de la intervención de Pedro Vallone, la superación de la alternativa reformista pasa necesariamente por la ruptura revolucionaria de la contradicción entre la socialización de la producción y la propiedad privada de los medios de producción que se opone a su pleno desarrollo, es decir, pasa por la necesidad de suprimir la propiedad privada de los medios de producción, condición sine qua non tanto de un posible socialismo del siglo XXI, como de la posibilidad de una ciudad que privilegie el valor de uso por encima del valor de cambio.

Como sabemos, la crisis del capitalismo y la modernidad del primer mundo no fue superada a partir de la opción revolucionaria de eliminar su contradicción principal, es decir, de eliminar la propiedad privada de los medios de producción, para permitir el desarrollo pleno del potencial de las fuerzas productivas hecha posible por el desarrollo de la división y especialización del trabajo, asociado al desarrollo de la ciencia y la tecnologia. Por el contrario, la crisis del capitalismo de los años 50 fue sorteada mediante la transformación interna del capitalismo –industrial, productivista y financiero– en economía de consumo globalizada, principalmente a través de la generalización del crédito individual que hizo posible por primera vez consumir antes de trabajar, haciendo del trabajar un medio para poder seguir consumiendo, lógica de consumismo basada en el espíritu de competencia, sobre la que el capitalismo logra la re-integración de individuo al sistema social en crisis. Lógica que se inscribe plenamente dentro de la opción evolucionista reformista económica, social y cultural, que es la que, a su vez, preside actualmente la forma de entender la arquitectura y el urbanismo contemporáneo. En este sentido, la opción revolucionaria de transformación de la relación ciudad-territorio supone no sólo una transformación radical en términos económicos, sino, al mismo tiempo, una transformación de la conciencia colectiva, que apunte al desmontaje ideológico del modo de vida urbano basado en la realización individual fundamentada en la competencia y el consumo. De allí la importancia que Hugo Chávez asigna a la refundación ética y moral de la nación venezolana.

La dimensión económica: modelo rentista, producción y ciudad.

Respecto a el carácter reformista o revolucionario de estos 19 años de transición al socialismo, habría que comenzar por señalar que todo lo que se ha hecho en materia de transformación económica, social y urbana, se enmarca, salvo contadas excepciones, en una concepción de justicia y equidad social reformista que no trasciende ni el modelo rentista petrolero, ni, mucho menos, el carácter esencialmente capitalista de la sociedad y del país, condicionado desde la base por nuestra actual Constitución Nacional, que, a pesar de ser una Constitución muy avanzada en términos de derechos sociales, consagra de forma exclusiva la propiedad privada y las garantías económicas propias del sistema capitalista, en las que obviamente se inscribe la propiedad sobre los medios de producción, así como la función del Estado como promotor de la iniciativa privada. (Art. 112)

A diferencia de los diez primeros años del proceso bolivariano, donde el tema productivo, entendido como desarrollo de la producción, era un tema más, junto a varios otros –como el de la deuda social histórica, por ejemplo –; actualmente, como resultado de la profunda crisis de producción que atravesamos, el tema de la "reactivación" productiva ha pasado a ser parte integral de todos los demás. Ya nadie habla de la ciudad, de la arquitectura o de la vivienda, sin adjetivarlas de productivas. No obstante, y pese a la preeminencia que se concede a la necesidad de avanzar en términos de la organización comunal como fundamento de la transición al socialismo del siglo XXI, el problema de la propiedad social de los medios de producción, fundamento económico de una transformación revolucionaria del capitalismo imperante y la ciudad, no es un tema que parezca estar en el centro de la discusión: ni de la creación de las comunas, ni de la transformación de la Constitución Nacional en la ANC.

Conviene, pues, dedicar algunos párrafos a examinar algunas de las implicaciones del modelo rentista, como expresión concreta de las relaciones de producción del capitalismo dependiente en Venezuela, y su relación con la ciudad y su transformación socialista.

A diferencia de los países industrializados, en Venezuela, el desarrollo urbano no es consecuencia de la industrialización, sino del efecto combinado del declive de la importancia que desde su origen colonial tuvo en el país la economía agropecuaria latifundista, centrada en un reducido número de productos de exportación; y la preeminencia que a partir del año 1926 pasa a tener la explotación e importación del petróleo como fuente principal de los ingresos en divisas de la nación, circunstancia que impulsó la migración de la mayor parte de la población rural hacia las principales ciudades del país, determinando un proceso de concentración urbana de la población que actualmente supera el 90% .

De igual forma, a diferencia de lo que ocurre con la producción agrícola, en la que el principal medio de producción, la tierra, es un recurso privatizable, que luego de culminada la Guerra de independencia continuó siendo la principal fuente de riqueza y la base del modo de producción agro exportador latifundista que imperó, hasta su crisis, a principio del pasado siglo; el surgimiento del petróleo como principal actividad productiva y principal fuente de divisas del país plantea a la oligarquía latifundista y comercial, que ha controlado el Estado a lo largo de toda la vida republicana, la necesidad de encontrar la forma de apropiarse directa o indirectamente de la mayor parte de esa nueva fuente de riqueza –que ahora proviene de un recurso natural que en su origen es propiedad de la nación, y, por tanto, de todos los venezolanos, como lo son en Venezuela todos los recursos minerales del subsuelo–, de modo de seguir ejerciendo el control de la Nación. Este es en sí el sentido del modelo económico rentista desarrollado por la oligarquía nacional, en sintonía con los intereses de los Estados Unidos y demás países hegemónicos, modelo que asigna al Estado el papel de órgano de intermediación en la apropiación y traslado de la mayor parte de la renta petrolera a manos privadas, operando mediante el financiamiento de inversiones, importaciones y contratos de obras públicas; al tiempo que sigue desempeñando su función tradicional como garante de la propiedad privada y la seguridad interna del país, actuando ahora como factor de equilibrio y válvula de escape social, a través de la transferencia de una parte de la renta pública a manos de las capas medias y bajas de población, mediante el financiamiento de una inmensa burocracia administrativa, básicamente urbana e improductiva, a la que se suman los programas de asistencia dirigidos a la población desempleada y sub empleada urbana. Negocio redondo, que al mismo tiempo que permite a la oligarquía apropiarse de la renta petrolera, le permite controlar los inmensos beneficios derivados de la especulación de la renta del suelo y el consumo interno, hecho posible por la concentración urbana de la población que el mismo modelo rentista petrolero genera.

Como tal, se trata de un modelo esencialmente ajeno a la producción, en la medida en que la condiciona y la subordina completamente a la captación de divisas provenientes de la renta petrolera, privilegiando la importación, el comercio y el consumo, que termina siendo el modelo de vida y de negocio al que todos aspiran.

Producción parasitaria que tiene como premisa la fuga al extranjero de la mayor parte de los beneficios asociados a la apropiación privada de la renta petrolera, que casi nunca son capitalizados y reinvertidos en el desarrollo de la producción del país, puesto que de lo que se trata es de volver constantemente a captar nuevos aportes de capital del Estado; a todo lo cual se suma el desvío fraudulento de buena parte de las divisas asignadas por diversas vías, que incluyen sobreestimación de partidas, sobrefacturación, pago de comisiones y sobornos, etc., por las que se fuga al exterior otra buena parte de los ingresos del país, situación que el Plan de la Patria define en estos términos: "El terrible lastre capitalista de la sub-cultura de la corrupción y el soborno como medios de acelerada acumulación de bienes y riqueza monetaria, que existen todavía en importantes sectores de la sociedad, en desmedro de la cultura del trabajo creador y productivo." (p10)

Visto desde el punto de vista urbano, es de este modelo rentista y dependiente del que deriva la ideología del modo de vida que se ha desarrollado desde hace casi un siglo en el país, ideología que, en consonancia con el capitalismo globalizado, privilegia, como se señaló, el consumo por encima del valor creativo del trabajo. Cultura del inmediatismo, del negocio y el enriquecimiento fácil, de la realización personal basada en la ostentación de los bienes que puedo llegar a poseer y que me representan. Cultura de derechos sin deberes, del hacer la ley junto con la trampa, y del asistencialismo populista.

Pensemos, sin ir más lejos, en cómo, y hasta qué punto, nuestras ciudades, en las que vive más del 90% de la población, están basadas en esta ideología del consumo. Ciudades en donde casi todo lo que se produce son básicamente servicios, es decir, productos terciarios. Lógica rentista que ha estado presente desde finales de los años 50 hasta nuestros días, desplazando progresivamente la producción primaria y secundaria nacional, proceso que se ha exacerbado en los últimos años del bolivarianismo, llevando a su máxima expresión el carácter de país dependiente, mono productor y exportador de materias primas, e importador de todo lo que consume.

Como consecuencia de todo ello, la posibilidad de una transformación de la ciudad, tal como la conocemos, que tenga como fundamento necesario el desarrollo productivo del país a partir de un desarrollo integral del hábitat, tiene, como condición necesariamente la erradicación no del rentismo, que seguirá siendo parte de la realidad del país en la medida en que siga existiendo la explotación de los recursos minerales del subsuelo, sino del papel que hasta ahora ha jugado el Estado venezolano al servicio de la oligarquía, como intermediario fundamental en la apropiación privada de la renta petrolera, que, lejos de significar una acumulación originaria de capital, y una re inversión productiva de los beneficios generados por estos recursos, ha generado, históricamente, hasta nuestros días, una fuga masiva de capitales, que hizo posible, para los intereses de los países hegemónicos del mundo industrializado, mantener al país en la condición de atraso y dependencia estructural que el Plan de la Patria busca superar.

Ello significa ir a un nuevo modelo de uso de los recursos que son de todos los venezolanos por igual, el del socialismo del siglo XXI, modelo que requiere, obviamente, de un renovado marco constitucional que, como parte del proceso de transición al socialismo, además de incorporar la propiedad social, con las mismas garantías que goza actualmente la propiedad privada, prohíba de forma radical el uso de los recursos del Estado asociados a cualquier forma de producción o inversión de carácter puramente privada, incluida la banca privada, privilegiando la inversión social y productiva en proyectos de propiedad social comunitaria.

En este sentido, asumiendo que en el proceso de transición la propiedad privada, y las garantías económicas a ella asociadas, coexistirán junto a las de la propiedad social; deberán deslindarse claramente sus respectos ámbitos de acción y su relación con el Estado. En este sentido, la iniciativa privada debería, en adelante, pasar a operar con base a capital y financiamiento exclusivamente privado, tal como lo prescribe el más puro espíritu conservador liberal e imperialista que, en la teoría, tanto admira la derecha opositora; o intervenir en proyectos mixtos, con participación accionaria siempre mayoritaria del Estado como representante de los intereses de todos los venezolanos.

Por otra parte, dada la naturaleza de nuestra realidad económica, social y cultural, formada o, más bien, deformada durante un siglo bajo la égida del modelo rentista petrolero, la anterior sólo será una condición necesaria, pero no suficiente, respecto a la superación del rentismo, si no va acompañada de otro conjunto de disposiciones constitucionales precisas, que apunten a desmontar la cultura del cortoplacismo, la ineficiencia, la improvisación, el oportunismo y la corrupción, cuestión puesta de relieve por Hugo Chávez, como primer punto del Proyecto Nacional Simón Bolívar, volvemos a mencionarlo: la refundación ética y moral de la nación venezolana. Nada haríamos con cambiar de un rentismo que va a parar a manos de la vieja oligarquía, a uno que pase a manos de una nueva oligarquía asociada al oportunismo seudo chavista, como ha estado pasando en estos años.

Es esta la tarea principal de la ANC en estos momentos, sobre la cual nada se sabe con certeza; tarea que incluye, entre otras, la definición de una nueva ley de ejercicio profesional que distinga entre "libre ejercicio liberal de la profesión", de naturaleza privada, y "ejercicio social de la profesión", de naturaleza social y pública.

Se habla mucho de la comuna, pero se olvida que no hay socialismo ni comuna al margen de la propiedad común. Vale la pena volver a citar lo planteado por el Che a este respecto:

El socialismo no es una sociedad benéfica, no es un ideal utópico basado en la bondad del hombre como hombre. El socialismo es un sistema al que se llega históricamente y que se asienta en la socialización de los medios fundamentales de producción y la distribución equitativa de todas las riquezas de la sociedad.

Ernesto Che Guevara

La esencia de lo urbano.

En este orden de cosas, si, como lo ha subrayado Lefevre, la urbanización y lo urbano contienen el sentido de la industrialización, el carácter contemporáneo globalizado de la urbanización y lo urbano dentro del capitalismo es, a su vez, el resultado de esa transformación de la economía productivista de la primera fase de la Revolución Industrial en economía de consumo, que integra socialmente al individuo a través del acceso a un mundo de productos, servicios e interacciones cada vez más diversas, que se nutren del carácter cada vez más social de la producción, evitando por esta vía la exacerbación de la contradicción con la propiedad privada de los medios de producción. No obstante, pese al efecto integrador de la economía de consumo, y del rol reformista que en ella juega el carácter cada vez más social de las relaciones de producción, estas siguen en permanente contradicción con la propiedad privada de los medios de producción.

Asimilada por la economía de consumo, la forma globalizada de "lo urbano", que como forma mental y social, y como lugar privilegiado de la interrelación, tiene en la simultaneidad y la confluencia su contenido esencial, cualidad que nace de la cantidad de espacios y objetos que derivan directamente de la multiplicación de estas interacciones hechas posible por el carácter cada vez más social de las relaciones de producción, es forma que se impone, con igual o mayor fuerza, en los países del "tercer mundo", a pesar de no derivar de procesos de industrialización previos. Como tal, es forma que no puede desaparecer, pero que puede y debe adoptar un contenido diverso en función del principio de solidaridad que surge de la cooperación y el apoyo mutuo.

Ciudad campo

Si, en general, ninguna política sobre el tema de la transformación socialista de la ciudad puede estar desvinculada de la dimensión productiva, mucho menos puede estarlo en el marco de la urgente necesidad de superar la grave crisis de producción por la que atraviesa el país. Siendo la producción agropecuaria la base necesaria de tal reactivación productiva, producción dirigida tanto a garantizar una completa autonomía alimentaria de la población, como a crear una parte de las condiciones necesarias para la reactivación y desarrollo de la producción industrial; el tema de la transformación de la ciudad pasa necesariamente por el replanteo de la vieja disyuntiva ciudad campo, disyuntiva que no puede ser resuelta a partir de la oposición urbanización-ruralización: ni apelando a la tesis anacrónica de la integración del campo a la ciudad; ni sobre la base de una unilateral política de ruralización antagónica y al margen de las ventajas de lo urbano; ni sobre la base del desarrollo de una, en gran parte mítica, producción agro-urbana.

Vivimos en un país donde más del 90% de la población realiza su existencia en condición urbana, y donde la población campesina y sub urbana, que es la minoría, también aspira a acceder, para bien o para mal, a las ventajas de la vida urbana. En este sentido, no es posible pensar que la mayoría de esa población, que abandonó el campo hace muchos años; que ha tenido que vivir en condiciones de precariedad social y económica en los barrios de las ciudades, y está hoy completamente adaptada a la vida en ciudad, vaya a dejar graciosamente las ciudades y barrios donde actualmente residen, renunciando a las pocas ventajas que le permite la vida urbana. Mucho menos en los términos de lo que hoy significa volver a trabajar al campo, actividad, en gran parte basada en métodos de subsistencia; precariamente tecnificada e industrializada; cuya recompensa exige gran esfuerzo y sacrificio; siempre sujeta a muchos imponderables fuera del control de quienes producen; librada a las mafias de los distribuidores y financistas, y, sobre todo, con muy deficientes servicios de educación, salud, abastecimiento, comunicación, seguridad, recreación, etc. Menos aún en momentos en que la producción agrícola está casi completamente colapsada.

Al mismo tiempo, la tendencia a la concentración de más del 90% de la población del país en las grandes ciudades, que son básicamente aglomeraciones parasitarias improductivas, asociada a la economía de importación y consumo hecha posibles por el modelo rentista petrolero, no pueden seguir siendo estimulada con políticas asistencialistas y clientelares que consideran el tema de la vivienda y el urbanismo a partir de espurios criterios de densificación urbana como supuesta garantía del derecho a la ciudad. Política viviendista, completamente al margen de la producción y de una consideración integral del hábitat, que tuvo en su momento una justificación relativa en términos de la coyuntura humanitaria del país, y cuyo principal exponente es la GMVV. Mantenerla por más tiempo significa alimentar una política oportunista y reaccionaria basada en el estímulo del clientelismo asistencialista de corte social demócrata, que es ajena y opuesta a una política realmente socialista revolucionaria.

En estos términos, si, por una parte, no es posible pensar la transformación socialista de la ciudad al margen de la dimensión productiva, en particular agrícola; tampoco es posible pensar en la recuperación agrícola del país, en sus distintos niveles –que van de la producción de pequeñas unidades de autoconsumo hasta las grandes unidades tecnificadas– al margen de una política apropiada de descentralización de la actual población urbana, que involucra a más del 90% de la población del país, realidad que no puede ser revertida sobre la base de la renuncia a la ventaja de eso que Lefevre denomina, la esencia de lo urbano.

De ello es posible concluir, tal como lo plantea, acertadamente el Plan de la Nación, que la superación de la ciudad del modelo rentista petrolero y de la globalización bajo el principio de solidaridad, sólo puede plantearse en términos socialistas, llevando la esencia de "lo urbano" a todo el territorio, mediante el fortalecimiento de las ciudades intermedias y el desarrollo a ellas asociado de una gran red de pequeños y medianos asentamientos de producción y vivienda, a partir de la red básica de carreteras que, entre los años 30 al 58, llego a interconectar la mayor parte del territorio nacional, e hizo posible el desplazamiento de la población campesina a los campamentos petroleros y principales ciudades del país, red que ha sido constantemente ampliada y mejorada hasta el presente, y que ahora debe ser la base, siempre perfectible, de un plan de desarrollo territorial de sentido contrario al proceso inicial.

La extensión de lo urbano como condición fundamental de un desarrollo del territorio, y con ello, de la posibilidad de un cambio revolucionario de la ciudad, tal como la conocemos, que haga posible sustituir como motor de la sociedad el principio de competencia capitalista, por el de colaboración, la solidaridad, el valor de uso y el trabajo creativo vinculando al principio de la interrelación, la simultaneidad y la confluencia, sólo es posible a partir de un proceso de descentralización que lleve al territorio el desarrollo sustentable e integral de todas las dimensiones constitutivas del hábitat: residir, salud, formación, comunicación, seguridad, organización social, movilidad, tiempo libre y recreación; dimensiones que incluyen la producción y distribución (abastecimiento) como sus dimensiones básicas, a partir de una planificación productiva que incluya, integralmente, la asesoría técnica, formación, financiamiento, tecnificación y distribución de la producción.

Ello supone, además de todo un reto de creatividad y diseño, otorgarle a la planificación el papel central que le corresponde en todo proceso de transformación socialista. Sobre ello volveremos en la tercera y última parte de esta síntesis del Foro Pensar la Ciudad.

 

 



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Alfredo Mariño Elizondo

Miembro del PSUV.

 marinoa@cantv.net

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