La democracia es suicida en su naturaleza

Los problemas ambientales, las amenazas de extinción de la vida por parte de la Humanidad, son evidentes, la ciencia los determina con claridad, las señales nos golpean la cara. Los niveles de contaminación nos agreden, las consecuencias de la alteración climática las vivimos a diario: los polos se derriten, el plástico compite con la vida en los océanos, la grandes ciudades se asfixian en contaminación, las especies animales y vegetales se extinguen.... pero no se hace nada para remediar la catástrofe, la Humanidad no pasa de algunas declaraciones sin mayores consecuencias, los remedios son paliativos. Hasta un presidente de una potencia mundial se da el lujo de negar el peligro. La Humanidad está atrapada, no consigue la solución al desastre anunciado. ¿Por qué? ¿Dónde reside el impedimento?

Las acciones que ahora se tomen influirán de manera definitiva en el destino de la vida en el planeta, hoy se decide la extinción o la permanencia de la vida. Ahora bien, las consecuencias de las acciones de la actualidad llevarán años, quizá siglos, no están a la vuelta de la esquina. Esta separación entre las acciones y sus resultados enmascara el peligro, la masa no percibe las consecuencias, a los gobernantes no les importa.

El capitalismo es la búsqueda de ganancias ya, inmediatamente, cada mes debe terminar con un saldo a favor del empresario, cada año no debe tener números en rojo, la ganancia es lo importante, lo que pasará dentro de unos años no entra en los cálculos, mucho menos lo que pasará dentro de medio siglo, o varios siglos. Un negocio que posponga sus ganancias treinta o cuarenta años, un siglo, nadie lo emprende. Esta es la esencia del capitalismo.

La democracia, tal como hoy la concebimos, es más una operación de marketing que una decisión política, es un reflejo del capitalismo, la ganancia debe ser inmediata. Un gobernante tiene como horizonte la próxima elección, más allá no le interesa (por eso lo que pase en el Arco Minero dentro de diez años sólo importa a los ecologistas, a los jefes de Estado le interesa el oro en las arcas). Todas las acciones de los dirigentes, de los políticos, deben reportar ganancias en las encuestas, esa es su contabilidad. No es necesario abundar en el hecho de que la democracia parece seleccionar a los peores, es suficiente detenerse en los electos de allá y los de acá.

Aquí están los ingredientes principales de la trampa: una masa hipnotizada por el mercado y un gobierno sin visión más allá de su próxima elección; unos gobernantes cuya visión profunda alcanza cuatro o cinco años, y una masa que no ve más allá del quince y último. No hay visión estratégica, nadie se importa por el destino profundo. Se supone que desde el gobierno deberían alertar los peligros a largo plazo, y tomar ahora medidas quizás incómodas, pero ¿quién se atreve a molestar a un electorado por consecuencias más allá de lo inmediato, quién se importa si dentro de cien años New York se pierde ahogado por las aguas del deshielo del Polo Norte; ¿quién arriesga unas elecciones por hablar de lo que pasará en cincuenta años si seguimos produciendo y consumiendo de esta manera?, ¿quién sacrificará ganancias por mantener el equilibrio ecológico?

La solución hay que buscarla, no la sabemos, pero seguro que no está en la democracia burguesa, ni en el capitalismo suicida que imponen las condiciones para evitar las soluciones a los peligros de la Humanidad.

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Toby Valderrama Antonio Aponte

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