¿Qué sabemos de nuestros hermanos, los estadounidenses, y de sus gobiernos? (I)

Sabemos que los norteamericanos son descendientes de ingleses, que en la historia se conocen por gente bárbara y sanguinaria. Prácticamente desde su surgimiento como nación, los Estados Unidos fueron contrarios a la independencia de los territorios que hoy comprenden la región de América Latina y el Caribe, los gobernantes de entonces consideraban que aún no estaban en condiciones de cumplir con su Destino Manifiesto de dominar toda la América. Apenas llegaron a los Estados Unidos los ecos de la insurrección de Túpac Amaru, 1780-1781, los padres fundadores de la nación Norteamericana habían comenzado a formular las primeras ideas de la política a seguir ante cualquier intento independentista en el Sur. John Adams, presidente de los Estados Unidos en el período 1797-1801, planteaba por esos días: "Nosotros debemos ser muy prudentes en lo que hagamos. La mayor ventaja en este negocio será para Inglaterra, pues ella proveerá a toda Sudamérica con sus manufacturas, cosa que le dará rápidamente riqueza y poder; cuestión muy peligrosa para nosotros" Asimismo, Thomas Jefferson, otro de los padres fundadores que llegaría a presidente, señalaba en 1786: "Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así como la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Más cuidémonos de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo"

En 1791, en lo que puede considerarse la primera agresión directa contra la región latinoamericana y caribeña, el entonces presidente, George Washington, 1789-1797, apoyó financieramente a la administración colonial francesa que dominaba a Haití, sin lo cual le hubiera sido imposible a dicha nación sostenerse durante los primeros meses frente a la revolución antiesclavista e independentista haitiana. Posteriormente, el gobierno estadounidense se negaría rotundamente y durante muchos años a reconocer la independencia de Haití. A inicios del siglo XIX se hacía evidente para los líderes de la nación norteña que la revolución hispanoamericana era en buena medida un resultado de los ecos de su propia revolución y que ésta sería inevitable. Aunque públicamente los líderes estadounidenses manifestaron su interés en los resultados del proceso emancipador y el Congreso tomó un acuerdo que aplaudía la rebeldía de las posesiones españolas, en el fondo la independencia de Hispanoamérica no era bien vista en Washington al considerar que su consumación beneficiaría en esos momentos a Inglaterra y no a los Estados Unidos. Era preferible entonces que la débil España permaneciera dueña de sus colonias en América y que se aplazara la independencia de estos territorios hasta que los Estados Unidos estuvieran en condiciones de enfrentar a Inglaterra por el dominio del continente. A los motivos de la hostilidad de Washington frente a la independencia de Hispanoamérica se le unió después la amenaza que representó para su sistema esclavista que las revoluciones al sur del continente comenzaran a incorporar a los programas de lucha la abolición de la esclavitud.

El hecho de que, el 22 de febrero de 1819, John Quincy Adams, presidente de los Estados Unidos, y Luis de Onís, ministro español en Washington, suscribieran un tratado que legalizaba la posesión de las Floridas por los Estados Unidos. A partir de esa fecha, los Estados Unidos supeditaron toda su política hispanoamericana a la ratificación del tratado Adams-Onís. España lo ratificó el 24 de octubre de 1820. Estados Unidos, el 19 de febrero de 1821. Asegurada la Florida Oriental, los Estados Unidos no se sentirían ya contenidos por motivo alguno para agredir a España materialmente o diplomáticamente. Lo que se traducía en la búsqueda de sus próximas ambiciones territoriales: Texas y Cuba, y en el reconocimiento de la independencia de las colonias españolas. Aparece publicado en la prensa estadounidense en 1818, otro elemento a tomar en cuenta a la hora de explicar la reticencia de los Estados Unidos respecto a dar cualquier paso que significase un apoyo a la revolución hispanoamericana y al reconocimiento de las repúblicas ya independientes.



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José M. Ameliach N.


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