¡Abajo la desigualdad social!

De esa manera es cómo se despierta en el pueblo un nuevo deseo: Como es imposible que él pueda ver la vida distinta de lo que es, es decir, trágica, y así ha de describirla y no de otra manera, sólo cabe ya una cosa, y ello es: hacer que la vida sea distinta y se convierta en algo mejor para el pueblo y les dé el consuelo por medio de un ideal moral; educar, edificar, construir, en fin, un modelo socialista, sobre ese mundo corporal, sombrío, mecánico y pesado.

El arte ya no es más que una capa sutil que cubre la teología moral, y los argumentos sirven (admirablemente, por cierto), como instrumento, al predicador. El arte deja de ser poco a poco, un fin por sí mismo; ahora ya se permite amar las "mentiras bonitas" mientras sirvan, pero a la "verdad", no ya en el sentido de antes, de reflejar la realidad, la realidad de los sentidos, sino una nueva verdad: una verdad más elevada, más espiritual, una verdad de la burguesía que le han revelado sus crisis. Desde este día, llamamos libros "buenos", no a los que están bien escritos, los que encierran pensamientos profundos, o a los libros geniales, sino que para la burguesía son solamente buenos aquellos que, sin tener en cuenta su valor, inducen al bien: aquellos que ayudan a hacer del pueblo un ser paciente, suave, cristiano, humano, amante, social; tan banal, le parece de más importancia que ese "pernicioso" la burguesía. De cada vez más, la medida que aplican al pueblo se convierte en medida de juez, de doctrinario; el inolvidable se aparta y deja sitio, con toda conciencia y respeto, al reformador, al moralista.

Eterna causa de resquebrajamiento de todo político. Lo que parece que debiera elevar la política, es decir, un pensamiento convencido y una voluntad de convencer, diluye y hace desaparecer casi siempre al "político". El verdadero es egoísta; no busca más que su propio perfeccionamiento, y el puro no puede pensar más que hacer política, pero no en el pueblo a quien lo destina. Por eso, mientras contempla el mundo de los sentidos con sus ojos impávidos e insobornables, es un político máximo. Cuando se vuelve compasivo, cuando quiere auxiliar, mejorar e instruir por medio de su política, pierde éste toda su fuerza sugestiva y hace de su autor la figura más conmovedora de todos sus personajes.

"¿Para qué esforzarse si no más se labra para la muerte?" Como un desesperado, tantea por las obscuras paredes para encontrar na salida sea donde sea, es decir, una salvación, una luz, una estrella de esperanza, y sólo, cuando ve que nadie desde fuera le presta auxilio ni le ilumina, se decide a abrirse una mina y la proyecta y hace el plano con todo cuidado.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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