¿Qué es, propiamente, el perdón? ¿Es educable el perdón? (I)

"Moisés dijo a los israelitas: Ustedes han cometido un gran pecado. Pero voy a subir ahora a reunirme con el SEÑOR y tal vez logre que Dios les perdone su pecado. Volvió entonces Moisés para hablar con el SEÑOR y le dijo: ¡Qué pecado tan grande ha cometido este pueblo al hacerse dioses de oro! Sin embargo, yo te ruego que les perdones su pecado. Pero si no vas a perdonarlos, ¡bórrame del libro que has escrito! El Señor respondió a Moisés: Sólo borrare de mi libro a quien haya pecado contra mí"

Éxodo 32- 34

"Perdonar es la única reacción que no reactúa simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma inesperada, no condicionada por el acto que la provocó y por lo tanto libre de sus consecuencias, lo mismo quien perdona que aquel que es perdonado"

Hannah Arendt

"Se borra todo y se vuelve a empezar. Todo debe pues ser perdonado, porque aquel que perdona camina con la historia, mientras que el rencoroso bloquea el porvenir porque su pasado le tiene atrapado"

Olivier Abel

"El camino del perdón es un camino difícil, y la política del perdón consistiría en hacerlo posible, un camino que no es fácil, pero tampoco imposible"

Jairo Gallo Acosta

"Quien perdona no lo hace para que se lo agradezcan, lo admiren o le paguen, sino porque quiere la regeneración del arrepentido. Sin duda, la dinámica del perdón se abre por sí misma a la gratitud de quien lo recibe y a la regeneración del culpable"

Jean-Luc Marion

I. Introducción

En ocasiones uno siente, sin saber por qué, la necesidad de zanjar las cuestiones que ha heredado, de hacer "borrón y cuenta nueva", de "pasar página", de reconciliarse en el presente aunque esto suponga romper con la herencia de sus antepasados. Esa reconciliación tiene que ver con el perdón.

El tema del perdón es, sin duda uno de los grandes temas de la reflexión filosófica, política, ética, antropológica y teológica de nuestro tiempo. Dicho de otro modo, podríamos afirmar que la cuestión del perdón es de "máxima actualidad". O quizás es que se trata simplemente de una de esas cuestiones ineludibles, fundamentales, esenciales al ser humano en todos los ámbitos de su vida (familiar, social, político y religioso). ¿Qué significa el concepto de perdón? ¿De dónde viene? ¿Se impone a todos y a todas las culturas? ¿Puede ser trasladado al orden de lo jurídico? ¿De lo Político? ¿ Y en qué condiciones? ¿Pero, en ese caso, quién lo concede? ¿Y a quién? ¿Y en nombre de qué, de quién? Sin lugar a dudas, el problema del perdón tiene absoluta vigencia. Hoy en diferentes espacios geográficos crece la pregunta por el perdón y la indagación sobre su posibilidad. Posibilidad que en algunos contextos ha sido enmarcada desde un ámbito jurídico, político y religioso, más que moral.

Existe el perdón "fácil" y el perdón "difícil", como diría Paul Ricoeur (1913-2005). En el primer caso Ricoeur trata del perdón complaciente (que pretende ahorrarse el deber de la memoria), el perdón benévolo (que busca la impunidad) y el perdón indulgente (que consiste en el pago de una deuda). Pero también existe un perdón difícil… Éste es difícil por diversas razones. Por ejemplo, nadie puede perdonar en nombre de otro, sólo puede hacerlo la víctima, pero paradójicamente la víctima es precisamente la que no puede perdonar, y no puede porque no ha sobrevivido. Sólo pueden perdonar, de hecho, sus herederos, pero los herederos únicamente pueden hacerlo por el daño que han recibido como herederos, pero no como víctimas (aunque de algún modo también son víctimas…). A veces el perdón todavía se hace más difícil porque para que se pueda perdonar es necesario que tengamos un "culpable", alguien a quien perdonar, alguien que se reconozca como culpable. Pero sucede que del mismo modo que las víctimas han desaparecido también han desaparecido los verdaderos culpables. Siguiendo algunas ideas de Vladimir Jankélévitch (1903-1985) se diría que el perdón es "un obsequio gratuito del ofendido al ofensor". Pertenece al ámbito extralegal, extrajurídico. La sola idea de un deber o de un derecho al perdón destruye el perdón. Perdonar es algo que puede darse pero no puede exigirse. Perdonar en una respuesta ética, es dispensar al culpable de su pena a cambio de nada, gratuitamente. Y no hay razones para perdonar. Eso sería encontrar una excusa que justificara el perdón, una excusa que tuviera validez en el ámbito de lo político. Pero el perdón no pertenece al territorio de lo público. Existen políticas de amnistía, pero el perdón no puede ser objeto de política. No hay autentico perdón fuera de una relación personal y singular con el otro, más allá del ámbito íntimo. En este sentido, la obra de Vladimir Jankélévitch adquiere relevancia y validez en cuanto su abordaje está claramente delimitado a la esfera moral, pues el perdón es para Jankélévitch, ante todo, un problema moral, más que político o jurídico. El perdón divino queda como una competencia de los dioses, mientras que el perdón entre los hombres es asunto solamente nuestro.

II. Permanente sentimiento de hostilidad

La periferia se siente resentida respecto al centro. El resentimiento crea cultura, pero también genera violencia que puede explotar de las maneras más impensables. ¿Puede la educación contener el resentimiento? ¿Es posible una educación sin resentimiento? Friedrich Nietzsche analiza muy a fondo la experiencia del resentimiento en su obra La genealogía de la moral. Max Scheler, contestando a las críticas de Nietzsche al cristianismo, explora la naturaleza del resentimiento en su obra El resentimiento en la construcción de la moral. Seguiremos fundamentalmente su análisis filosófico e intentaremos ver sus consecuencias en la práctica educativa. Lo peor que podría pasar es que en las instituciones educativas se formara a las nuevas generaciones en el resentimiento y en la sed de venganza. Esta posibilidad no es nada extraña en el mundo periférico, como tampoco lo es en el centro. No se puede educar a la contra, porque las consecuencias que tiene un planteamiento de esta naturaleza son, simplemente desastrosas.

El resentimiento es, según el análisis fenomenológico de Max Scheler, una unidad de vivencia y acción. Se trata de una determinada reacción emocional frente al otro, reacción que sobrevive y revive repetidamente, de tal manera que profundiza y penetra en la estructura de la personalidad en la medida en que va alejándose de la zona expresiva y activa de la persona. Este continuado revivir y sobrevivir de la emoción es muy diferente del recuerdo meramente intelectual. Es como un volver a vivir la emoción, implica un volver a sentir, un re-sentir. El resentimiento es, por lo tanto, una emoción de carácter negativo, pues expresa un movimiento de hostilidad.

El resentimiento se puede definir como una autointoxicación del espíritu con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud espiritual permanente que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos, los cuales son, en sí mismos, normales y pertenecen al fondo de la naturaleza humana. Sus consecuencias son determinadas clases de engaños valorativos y afectos, que deben considerarse en un primer término: el sentimiento, el impulso de venganza, el odio, la maldad, la envidia, la ira, la perfidia. El punto más importante en la formación del resentimiento es el impulso de la venganza. Según Max Scheler, hay en el resentimiento una impotencia que refrena la exteriorización. Por esto, la condición necesaria para que éste surja, se da tan sólo allí donde una especial vehemencia de estos afectos va acompañada por el sentimiento de la impotencia para traducirlos en actividad, y el resentimiento termina dando forma a una personalidad amargada o envenenada.

El origen del resentimiento va ligado a una actitud especial de comparación valorativa de uno mismo con los demás. Nietzsche se refiere al resentimiento del enano frente al hombre bello. El enano representa en su filosofía simbólica, el hombre pequeño y resentido que es incapaz de vivir y de afirmarse creativamente. Siente envidia por la manera de ser del hombre superior y, como es incapaz de seguirlo lo vitupera y lo convierte en un inmoral. La envidia que suscita el resentimiento más fuerte es, por tanto, aquella envidia que se orienta al ser y al existir de una persona extraña: la envidia existencial.

Es evidente que los auténticos y verdaderos juicios morales de valor no pueden basarse nunca en el resentimiento. Solo se basan en él los falsos juicios, los que se fundamentan en errores de valoración y en las acciones y manifestaciones de vida correspondientes. No es auténtica la ética que se fundamenta en el resentimiento como experiencia originaria. El resentimiento puede crear una moral pero será una moral altamente discutible.

III. Perdón y reconciliación

¿Es posible la construcción, mediante el perdón de una memoria feliz –une memóire heurease et apaisée- y, con ella, de un hombre restaurado en sus capacidades? ¿Cómo se curan las enfermedades del pasado? ¿No es demasiado utópico el perdón? ¿Es capaz de perdonar el ser humano? ¿Es capaz simplemente de olvidad? Paul Ricoeur considera que la práctica del perdón es la única manera de sanar las heridas del pasado.El mal sufrido en el pasado no se cura mediante un ataque de "venganza infinita", sino mediante la revolución que comporta la práctica del perdón.

El perdón requiere mucho esfuerzo y un cierto grado de libertad. La tendencia espontánea en el hombre es la reacción violenta ante el mal recibido. Pero como indica Luther King la respuesta violenta solo genera más violencia y de esta manera, se despliega una espiral de violencia que implica una magnitud de sufrimiento mucho mayor. El orgullo herido no se cura con una nueva tragedia, sino mediante la práctica del perdón. Es necesario, sin embargo, que se den las condiciones de posibilidad para el ejercicio del perdón, y estas, hoy por hoy, no se dan. El perdón parece ajeno a la lógica política, parece una virtud estrictamente pensada para la vida cotidiana –en el micro espacio-, pero no para la vida social y política. Desde nuestro punto de vista, hay que educar en el perdón, en la práctica de la reconciliación, por lo que hay que superar la tendencia a la soberbia y al orgullo.

»Sin embargo, ¿es educable el perdón? ¿Cómo transmitirlo en la praxis educativa? ¿De qué manera es posible transmitirlo, si en el ámbito social y político es prácticamente inexistente? Los arquetipos sociales y políticos que tenemos en nuestra sociedad no son demasiado representativos ni demasiado modélicos como para generar procesos de mímesis en el perdón, aparte de algunos casos significativos. El aula es un pequeño cosmos social donde se producen, de manera habitual, fricciones y tensiones entre sus miembros.

El educador tiene que administrar adecuadamente la virtud del perdón y formar a los educandos en esta práctica, para que en el futuro sean capaces de desplegarla en su vida personal, familiar y laboral. Parece muy utópico lo que se está expresando aquí, pero aún no puede evaluarse su eficacia, simplemente porque no nos hemos empeñado lo suficiente en transmitir esta virtud. Demasiadas veces se plantean en la esfera educativa debates completamente triviales y artificiosos que no tienen nada que ver con lo que realmente cuenta.

Según Ernst Bloch, toda realidad viene precedida por un sueño. Es probable que la posibilidad de educar en el perdón pueda ser interpretada como un sueño por algunos, pero otros sueños de siglos anteriores, como el sufragio universal, el reconocimiento de los derechos de las mujeres o la educación universal y gratuita se han ido haciendo efectivos. También es verdad, por otra parte, que algunas de las peores pesadillas han tomado igualmente forma real a lo largo de los últimos siglos.

»¿Qué es, propiamente, el perdón? Vladimir Jankélévitch investiga la naturaleza del perdón desde el método fenomenológico. Según su punto de vista, el perdón es un esfuerzo que debe hacerse constantemente para recuperar la convivencia y la cohesión social. Se puede definir como un suceso, como un movimiento del alma cuya finalidad es la reconciliación, la restitución del orden anterior al agravio sufrido. El perdón se constituye sobre la memoria y, de hecho, solo puede perdonar el que es capaz de recordar o, mejor dicho, de rememorar lo que pasó. El perdón es un acto de la voluntad y no una casualidad de la vida cotidiana. Requiere un movimiento volitivo, un deseo, una acción de renovación.

Es interesante poner de manifiesto que el perdón no se identifica con la desmemoria. Para perdonar hay que recordar, pero no recordar enfermizamente, sino recordar con voluntad de transfigurar la memoria herida. Es necesario recordar, hay que tener presente lo que pasó, pero es necesario tener la voluntad de partir de cero y de comenzar de nuevo. ¡Fácil de decir, enormemente difícil de llevar a cabo! Se impone, necesariamente, una pedagogía de la voluntad. ¡Voluntad de perdonar, voluntad de reconciliarse! Nos resulta imposible comprender la paz, especialmente en nuestro país, sin esta voluntad.

El perdón requiere, como condición de posibilidad, el arrepentimiento del que ha causado el mal, y este arrepentimiento, hoy por hoy, es poco visible en nuestro país. Si el verdugo no pide perdón a la víctima, ¿podrá la víctima perdonarlo alguna vez? Es casi imposible, y, si llega a hacerlo, puede ser que lo haga incluso por razones psicológicas. El sujeto agredido ha de ver que el bárbaro se siente realmente dolido por lo que ha hecho, que tiene voluntad de empezar de nuevo su existencia y de no volver a hacerlo más. ¡Cuántas veces las instituciones penitenciarias en vez de ser espacios de reconciliación y de reanudación se convierten en fábricas de resentimiento y de espíritu de venganza que aún dificultan más la conquista de la paz ciudadana y civil!

No hay duda de que el paso del tiempo ayuda a catalizar la experiencia del perdón, pero, para perdonar, hay que tener memoria de lo que pasó, no una memoria endurecida y llena de rencor, sino una memoria dispuesta a ser transformada por la voluntad. Hay perdón cuando la voluntad rige la memoria, mientras que, cuando la memoria aplaza la fuerza de la voluntad, no hay perdón posible, pues el sujeto en cuestión queda enquistado en el pasado y solo puede re-crear el dolor que padeció como consecuencia de la acción del otro.

Pero ¿es posible que la víctima llegue a reconciliarse algún día con el verdugo? ¿Es posible que recuerde sin resentimiento, sin afán de venganza y de ajustar cuentas? ¿Tiene límites el perdón? Hay hechos que no pueden olvidarse nunca y, probablemente, hay otros que, por su gravedad moral, tampoco pueden, humanamente, ser perdonados. Aun así, hay que ejercitarse en el perdón y ejercitar a los educandos en esta virtud, porque es la única que puede hacer posible la paz en el futuro.

IV. Donación, perdón, resentimiento y olvido.

En el Diccionario etimológico latino-español encontramos una curiosa relación entre el origen de la palabra ‘perdón’ y la acción de donar. Si analizamos la expresión per dono, por separado, encontraremos que, en diferentes idiomas, se puede obtener un resultado casi idéntico; en italiano, perdonare; en francés, pardonner; en portugués, perdao; en inglés, forgiven; en alemán, Vergebung. Es decir, el per dono o perdón expresaría una voluntad de dar en su sentido más puro. El verbo perdonar sería entonces un verbo cuya acción posibilita reconocerse en deuda, dispuesto a donar algo a quien se lo había perdido. Un verbo creado para conceder o para renunciar a algo para que, en esta renuncia, el sujeto que perdona pueda dejar de tener algo, es decir, perder algo para que el destinatario, el perdonado, pueda recibir. El sujeto que perdona ha regalado. Al perdonar, donamos al otro la libertad, una nueva posibilidad que otrora había estado perdida por una infracción moral.

El perdón no es una acción, una cosa o una ideología; es una gracia, una locura, un movimiento irracional en tanto no hay razones per se para perdonar. Jankélévitch aboga por el imperativo moral, el cual es siempre del orden del bien. El bien se comprende en su filosofía como la potencia del amor que inspira nuestro actuar en relación con el otro, a tal punto de sacrificarnos por él y poniendo por encima los deberes con el próximo y no los derechos de la primera persona. El perdón es el mayor de todos los dones, es la máxima grandeza a la cual puede aspirar todo ser humano y, a su vez, es la gracia más elevada de la cual nunca puede ser despojado.

El perdón transita de forma circular por la trilogía dar, recibir, devolver. Quien lo concede "da" sin esperar ningún tipo de retribución, quien lo "recibe" se libera del peso de la culpa, pero, a su vez, este individuo "devuelve" un nuevo comportamiento que garantiza la no repetición de la falta. La contrapartida del perdón no se funda en recibir, sino en devolver. El acto de devolución garantiza que el perdón es algo vivo, es dinámico, está en continuo movimiento. Si el objeto del perdón fuera la retribución, su finalidad no sería liberar, sino atar, el donante exigiría un reconocimiento público de la falta, el beneficiario no tendría posibilidades de reparar, no se buscaría corregir sino indemnizar, la relación entre donante y donatario se basaría en la reciprocidad. El perdón frente a un acto imperdonable quiebra todo mandato de bilateralidad

Una de las condiciones esenciales para la práctica del perdón es la aceptación de uno mismo y de todas las formas propias de vulnerabilidad, así como reconocer que la existencia en este mundo no evita a nadie la posibilidad de padecer algún mal. En el acto del perdón, quien lo practica puede llegar a una visión más realista de sí mismo. El perdón ofrece, además, la posibilidad de revisar la propia vida. El perdón es, al fin y al cabo, una forma de amor, un amor que acepta al otro tal como es. Ofrece al ofensor una compasión que brota de la conciencia de las propias tendencias destructivas.

El perdón se puede considerar un obsequio gratuito del ofendido al ofensor. Implica una relación intersubjetiva. Como virtud que es, pertenece al ámbito extralegal, extrajurídico de nuestra existencia. No es lo mismo el olvido que el perdón; la práctica del perdón exige un cierto desgaste de la memoria, pero no un olvido total, porque entonces el perdón y no es una acción operativa que pretende transfigurar el pasado, sino una pasividad que es consecuencia de la amnesia. El perdón, según Jankélévitch, exige que se produzca una meditación entre la ofensa y la absolución. Afirma Jankélévitch: "El olvido no es tan solo una despreocupación biológica ni solamente una protección vital contra los impedimentos del vivir y los recuerdos inoportunos: es, además, un síntoma de decrepitud creciente".

No puede ser más evidente: para poder perdonar hay que tener recuerdo. El resentimiento es la condición, curiosamente contradictoria, del perdón y, en cambio, el olvido lo hace completamente inútil. El perdón salta en el vacío, pero apoyándose en el pasado. Aquí juega un papel fundamental el transmisor de la historia pasada. Si su relato no está marcado por la voluntad de perdón, aquella narración puede convertirse en un pretexto para revivir los dolores del pasado, los sufrimientos de las generaciones pretéritas y, de esta manera, puede reavivarse el sentido de venganza y de odio hacia los hijos de quienes causaron aquellas barbaridades.

La negativa a perdonar brota del orgullo herido que se resiste a la generosidad del perdón. También puede ser un obstáculo el miedo. El ofendido quizá teme que los otros le consideren débil si perdona. También existe el temor hacia lo desconocido, como la incertidumbre de la respuesta de la persona a quien se perdona. No hay duda de que el perdón implica riesgos reales y, por eso mismo, exige un cierto coraje.

El verdadero perdón es un acontecimiento que rompe la cadena de la historia y marca una fisura entre el pasado y el futuro. Es un don gratuito y no una consecuencia de un cálculo interesado y estratégico. Es, finalmente, una relación con el otro. El auténtico perdón es el único capaz de construir una nueva casa para una nueva vida. El perdón solo es perdón porque puede ser libremente rechazado o graciosamente concedido antes de tiempo y sin tener en cuenta emplazamientos legales. El perdón es una intención, y esta intención se orienta, como es natural, hacia el otro.

Perdonar es recordar el pasado para poderlo asimilar y convertirlo en parte de la propia historia. Este acto de recordar que es el perdón es una obra creadora, no simplemente una repetición mental de acontecimientos pasados. Lo que provoca el perdón es un mal que se mantiene en el recuerdo de manera que retorna a la conciencia para renovar es dolor que causó. Este dolor está cargando de una energía emocional negativa, y por eso aflora en el pensamiento como un peso que hay que soportar en el presente. Mediante la acción creadora del perdón, el que perdona cambia el recuerdo de su condición de víctima o de ofendido por la conciencia de ser alguien capaz de elevarse por encima de la ofensa. El perdón es, de hecho, un acto de fe en la bondad básica de todo ser humano.

El perdón requiere la compresión, pero la trasciende. Perdonar es comprender, pero es mucho más que comprender. Añade a la compresión un suplemento sin el cual la comprensión sería eternamente impotente y platónica y, consecuentemente, no sería más que una piadosa aprobación. Un perdón condicional no se puede considerar, stricto sensu, como un perdón. El perdón no se justifica a sí mismo, es expresión de la gratuidad humana. Afirma Jankélévitch: "El perdón es como el amor: un amor que quiere con reservas o con una sola restricción mental no es amor; así, un perdón".

El perdón inaugura, de esta manera, una nueva vida. "El perdón ni es algo tangible, pero tampoco es un ideal inalcanzable". El perdón nos pide, simplemente, renunciar a la reacción violenta, a la agresión pasional y a la tentación de la venganza. El perdón no es un monólogo, sino esencialmente un diálogo con el otro. El perdón inaugura un nuevo tiempo, un tiempo de deshielo y de feliz simplificación. El perdón lleva asociada una intención de paz perpetua. Concluye así el autor francés: "El perdón, como la intuición genial, cumple en un instante la obra de varias generaciones".

V. Coda: Perdón olvido y memoria

Paul Ricoeur, elabora una reflexión sobre el perdón dentro del cuadro más grande de la temporalidad, uniéndolo a aspectos centrales como la memoria y el olvido. Su contribución puede ofrecer algunas claves de lectura para comprender algunas dinámicas de la vida común que están inevitablemente atravesadas por tensiones. Estas pueden de hecho hacerse rígidas en el caso de que no se ponga por obra un discernimiento y una elaboración positiva del olvido, que no debe entenderse, como se verá, un querer suprimir de la memoria, sino un querer reelaborar en vista de un futuro. En la abundante producción filosófica de Ricoeur, el escrito titulado Pasado, memoria, historia, olvido, merece una particular atención. Ricoeur toma en consideración algunas soluciones para evitar los excesos del recuerdo y del olvido, igualmente nefastos para una comunidad, señalando a la ética de la "justa memoria". En particular, en el capítulo titulado «la memoria herida y la historia», el filósofo pone en guardia contra la ilusión de creer que lo que llamamos "hecho" coincida con "lo que efectivamente ha ocurrido", proponiendo así la "lógica de lo probable" a la ingenua posición historiográfica del dato "comprobado".

Habiendo reforzado la función crítica y no instrumental de la historia, Ricoeur se dirige después a tratar la que se puede considerar una reflexión antropológica (consciencia histórica) sobre el olvido y sobre el perdón. Para recorrer el itinerario propuesto por Ricoeur es necesario volver a enlazar con la concepción del presente como irreducible resultado del juego de fuerza entre "horizonte de esperanza" y "espacio de experiencia". En otros términos, lo que se considera como "presente" es el resultado/confluencia de una dialéctica entre esperanzas futuras y experiencias pasadas.

A través de algunos ejemplos, Ricoeur explica que la memoria que no daña es precisamente la producida por una justa dialéctica entre los dos polos en grado de evitar tanto la caída en un recuerdo excesivo de un pasado pesado cuanto en una expectativa ilusoria del futuro. Según Ricoeur, en la vida cotidiana (presente), esta dialéctica entre horizonte de esperanza (futuro) y espacio de experiencia (pasado) se plasman en el continuo alternarse del recuerdo y del olvido.

Puede parecer extraño pensar en el olvido como un elemento que determina el justo equilibrio entre pasado y futuro, precisamente porque a menudo se piensa en el olvido como en lo contrario de la memoria. La mayoría de las veces el concepto de memoria reclama al deber, mientras que el olvido es advertido como una amenaza y un enemigo de la memoria. Sin embargo, se da también un justo uso del olvido, y Ricoeur delinea su concreto despliegue a través de dos categorías generales: el olvido profundo y el olvido manifiesto. Lo que más nos interesa aquí e este segundo tipo de olvido, que se une a la memoria a evocar/reclamar y que por lo tanto se pone sobre un plano más fenomenológico respecto al ontológico del olvido profundo.

Entre las diferentes formas de "olvido manifiesto" descritas por Ricoeur, dos tipologías son reclamadas en cuanto que pueden resultar interesantes para desarrollar una reflexión sobre la misericordia que quiera evitar caer en un discurso moralista. Se trata del olvido de huida y del olvido selectivo. El olvido de fuga es una estrategia puesta en acto para evitar saber. En otras palabras, se trata de un auto-engaño, debido a una «voluntad oscura de no informarse, de no indagar sobre el mal cometido: en fin un querer-no-saber. Está después el olvido selectivo debido al hecho de que "no nos podemos acordar de todo. Una memoria sin lagunas sería […] un fardo insoportable". Por otra parte Ricoeur nota que la selección está en acto ya en el nivel de composición de un entramado narrativo: para narrar es de hecho necesario omitir acontecimientos, episodios que se consideran menos significativos desde el punto de vista de la trama privilegiada. Dígase lo mismo para la historia que no asume cada huella porque no retiene que todo documento merezca ser seguido.

Hay, según Ricoeur, otra forma de olvido activo: el perdón. El perdón es semejante al olvido activo y consciente, incluso cuando no advierte sobre los acontecimientos en sí mismos, sino sobre la culpa, cuyo peso paraliza el recuerdo pasado y la capacidad de proyectarse hacia el futuro. Esto significa que el objeto del perdón no es el acontecimiento pasado, el acto criminal, sino su sentido. Además el perdón presupone la mediación de otra conciencia, la de la víctima, la sola habilitada para perdonar. El autor del mal causado solo puede pedir perdón, además de afrontar el riesgo del rechazo. Este riesgo sirve para conjurar el riesgo del perdón fácil, fruto a su vez de un olvido fácil.

El perdón instituye, por lo tanto, una nueva relación con la culpa, con la pérdida, porque introduce la elaboración del luto junto a la de la memoria. La búsqueda de esta nueva relación pasa a través de la reevaluación de la idea de don, que está a la base de la idea de perdón.

Nos hemos habituado a la idea de que el perdón vaya unido al don, sobre todo desde un punto de vista semántico (perdón). Sin embargo, escribe Ricoeur, también la idea de don tiene sus trampas. A menudo, de hecho, serpentean las sospechas respecto a los así llamados comportamientos de generosidad públicas o privadas, porque se sostiene que dar obliga a dar a cambio, crea desigualdad, en cuanto pone al donador en posición de superioridad y de condescendencia, une a sí al beneficiario y lo transforma en uno que está obligado al reconocimiento, y puede también aplastarlo bajo el peso de una deuda que lo hace insolvente. Ricoeur entrevé una crítica similar en un pasaje del evangelio de Lucas (6,32-35): "si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo […] Amad, sin embargo, a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio".

Si, por lo tanto, hay diferentes sospechas tras la idea de don, la narración evangélica del amor por los enemigos rompe con este cálculo y abre la expectativa de otra especie de intercambio: esa por la cual mi enemigo se convierta un día en mi amigo. El mandamiento de amar a los propios enemigos comienza por lo tanto con romper la regla de la reciprocidad, exigiendo lo extremo. Se llega así a lo que Ricoeur considera el perdón difícil que, tomando en serio lo trágico de la acción, apunta a la raíz de los actos, a la fuente de los conflictos y de los males. En este caso, no se trata de cancelar una deuda sobre una tabla de cuentas, sino de desatar los nudos. En primer lugar el de los conflictos inextricables y de las controversias insuperables. Pero está también el nudo de los daños y de los males irreparables: es necesario entonces romper con la lógica infernal de la venganza perpetua de generación en generación. En este segundo caso el perdón coincide con el olvido activo, en el sentido de que aun no cancelando los hechos (que en cuanto tales no son cancelables), sin embargo, cancela su sentido para el presente y para el futuro. Aceptar la deuda no pagada, aceptar ser y permanecer un deudor insolvente, aceptar que haya una pérdida: hacer de la culpa misma la elaboración del luto. Se trata, en otras palabras, de trazar una línea sutil entre la amnesia y la deuda infinita.La reflexión filosófica de Ricoeur sobre el perdón puede ayudar a articular mejor la dialéctica entre pasado y futuro, tanto a nivel individual que comunitario. Ricoeur ofrece de hecho los instrumentos teóricos para comprender de qué modo la dimensión temporal del pasado puede ser usada para atribuir un sentido a nuestro presente. Cuando un grupo, por ejemplo, hace memoria del propio pasado, va de hecho a descubrir que esta herencia suya tiene múltiples caras, y estas caras están en la base de la propia identidad. A esta constatación, sin embargo, debe seguir una determinación de qué lazos de la herencia histórica son cultivados y cuáles desechados. Este es el trabajo activo al que se está llamado a cumplir para evitar, por una parte, caer en una estéril evocación del propio pasado y, por otra, para dar voz a las intuiciones y posibilidades del pasado que no han logrado realizarse aún y que, por lo tanto, reclaman una actuación suya.

REFERENCIAS

Olivier Abel. El perdón: quebrar la deuda y el olvido. Editorial: Catedra. 1992

Vladimir Jankélévitch. El perdón. Barcelona: Seix Barral. 1999.

Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. Fondo de Cultura Económica. 2000.

Paul Ricoeur. Caminos del reconocimiento. Madrid: Editorial Trotta. (2005).



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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