Me resisto a hablar del chavismo como una “identidad política”. Primero, porque sería asumir la sugerencia de las leyes de la lógica formal (A=A) y aceptar que el chavismo es igual a sí mismo, es decir, que es una entidad que nunca cambia, que se mantiene igual todo el tiempo y eternamente; y no entender que en realidad el chavismo es un devenir, un movimiento histórico, una complejidad social y política, sometida a un permanente cambio, o sea, que nunca es igual a sí mismo. Chavismo es muchas cosas (una época de nuestra historia democrática, un discurso que integra varias tradiciones de lucha, una realización de gobierno); es también una identificación.
Hablo de identificación porque me refiero a procesos sociales y psicológicos. Muchos militantes sinceros, cuadros medios incluso, son chavistas porque les satisface pertenecer a un colectivo con el cual comparten saludos, experiencias, marchas, actividades, expresiones de mutuo reconocimiento y cariño. La identificación, en clave psicosocial, es un proceso de cohesionamiento de grupos a través de distintivos claros, sensibles, vistos u oídos: la camisa roja, las boinas, las consignas, los “ojitos”, los grupos de Facebook o wassap. Obsérvese, por ejemplo, los intercambios en esas reuniones virtuales: muy rara vez por ahí se discuten o intercambian observaciones políticas, mucho menos se procesan diferencias de opinión. Circulan más bien stickers, expresiones de compañerismo y cariño, consignas, etc.
La identificación es el reflejo, el espejo, de un grupo que ama su cohesión, su unidad. Que se contempla emocionadamente y se sigue porque nos hace sentir fuertes, juntos. Como dice Maffesoli: es el placer de estar juntos. El mismo mecanismo que funciona en la barras de los equipos de beisbol. Por eso, muchas veces los líderes sólo hablan para sus barras. Los aplausos y los cantos de consigna no sólo los embriagan a ellos. También tiene efectos euforizantes en la masa cohesionada. Es como si los grandes grupos humanos se enamoraran de sí mismos; realizaran una suerte de narcisismo colectivo.
Ese es un chavismo sincero, el de esos activistas que participan en las concentraciones del Partido-Gobierno-FFAA. Claro que una porción bastante grandes participa porque saca una cuenta muy concreta: son funcionarios públicos y se están jugando, si no la estabilidad laboral, sí al menos un trato pasable en sus lugares de trabajo. Esos chavistas funcionarios saben muchas cosas. Algunos hasta tienen evidencias de corruptelas, o por lo menos de expresiones desconsideradas y sinvergüenzas de los dirigentes. Pero mejor se callan y prefieren seguir la corriente.
Algunos de estos cuadros medios o de base hasta reproducen mecanismos de militantes stalinistas. Entran en una activa negación: se niegan a escuchar cualquier razón, a ver cosas, a comprobar evidencias, que les haga disonancia con lo que consideran la única manera de pensar que puede mantener vivo eso que aman tanto: el legado de Chávez. Por eso en ellos es tan eficaz el recurso erístico de matar una discusión matando cualquier resto de autoridad o respeto hacia quien habla. Argumento AD hominen se llama eso: no refuto el argumento; lo anulo al invalidar, mediante el insulto o la infamia, al que lo dice. Hay desde las formas obvias (las acusaciones de traición, de insultos, de desprecio, etc.), hasta formas un poquito más enrevesadas. Por ejemplo, hace poco leí un artículo de un profesor de la UCLA invalidando a Giordani y todos los exministros de Chávez, sólo porque el Comandante no nombró a alguno de ellos su sucesor y sí lo hizo con Nicolás Maduro. El argumento es tonto. Con él podríamos invalidar también a Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez o Elías Jaua, por ejemplo. Son cuchillos de cartón.
Igual que citar algunas líneas tácticas de Chávez, incluso del “Plan de la Patria”. Claro que él contempló la posibilidad de explotación minera en el Arco del Orinoco. Pero resulta que también se refirió a la necesidad de producir 6 millones de barriles diarios de petróleo, acción que, tomada al pie de la letra, es una locura, puesto que frustraría cualquier intento de medio estabilizar el precio de nuestra principal exportación.
Pero además, el recurso a este “cuchillo de cartón” ayuda al negador a no ver, a no pensar, a no tener siquiera contacto con informes sobre el desastre del extraccionismo en América Latina, se niega a enterarse de lo que representa en costo ambiental, en entrega de la soberanía, en algo peor que es la confirmación de que la dirigencia del Partido-Gobierno-FFAA tiene la misma mentalidad rentista, irresponsable y bachaquera del negocio rápido con el cual conseguir unos dólares para pagar las inmensas deudas que se han contraído y se siguen contrayendo, a costa del mayor reservorio de agua del país, la vida integral de etnias enteras, a algún proyecto de desarrollo sustentable, al menos, basados en esas cosas que ya se han perdido: soberanía alimentaria, independencia científico-tecnológica, hasta la honestidad de reconocer que se ha estado reproduciendo todos los vicios en proporciones monstruosas del mismo capitalismo dependiente rentista de siempre.
El último cuchillito de cartón se resumen en una frase: peor es nada. Por supuesto que para la izquierda es peor que la derecha tome el poder del estado. Menos mal que la oposición que nos tocado vivir es tan estúpida que lo único que ha cosechado es una larga cadena de fracasos por su propia ineptitud, incoherencia y mentalidad colonial. Pero tal vez de lo que no nos hemos dado cuenta es que, producto de los mismos errores, arrogancia, incapacidad de rectificación, ya hemos perdido el poder. Ya no podemos hacer lo que queremos; sino lo que quieren los que nos han torcido el brazo: los corruptos militares y civiles, las empresas transnacionales que ganan las causas en el CIADIS y recurren a asociaciones donde se llevan la mejor parte; los prestamistas internacionales incluidos los voraces chinos y rusos además de los ya conocidos norteamericanos y europeos. Hemos perdido el poder porque ya no vamos al socialismo. Sólo aspiramos a pagar las deudas, importar todo, medio resolvernos el día de mañana, correr la arruga para no perder unas elecciones que tarde o temprano se realizarán. Y sobre todo, hemos perdido el poder de ver las cosas como son, de deslindarnos de los responsables de este desastre, de defenderlos hasta elogiarlos como patriotas y revolucionarios, cuando no son sino autócratas metidos en negocios.
Pero son sólo cuchillos de cartón. Ya los crecientes roces entre las comunas y el poder constituido lo están mostrando y doblando.