José Antonio Ramos Sucre

(09/06/1890-13/06/1930)

Hoy se cumplen 86 años de la muerte de José Antonio Ramos Sucre, venezolano eminente de las letras americanas. El escritor moría en Ginebra, confundido en la tragedia de su vida, y tras de sí dejaba un estilo milagroso con la huella de las más profundas originalidades.

Fue un extraordinario artista. Su quehacer en la literatura marca una etapa de valiosísimos contornos nacionales. Tenía el antecedente en su sangre de los héroes de la Independencia y poseía algo más, una hermosa inteligencia aquilatada con la vasta y cuidada educación propia de un sabio.

La época que le tocó vivir en Caracas —1916-1929— a José Antonio Ramos Sucre era para decepcionarlo de modo radical. Las interrogaciones a la libertad se perdían en el bosque de las indiferencias. Así se conmovía su complejo temperamento.

Para un hombre que dominaba, aparte del castellano, el inglés, francés, italiano, alemán, portugués, sueco, danés, latín y griego, la frontera lugareña ponía en sus manos la cerrada intransigencia de un clima social enemigo de la cultura, porque estaba entronizada una de las tantas tiranías venezolanas.

Los límites parroquiales se traducían en los rasgos de la capital y se hacían más precisos en la provincia. La introspección se perdía en el pliegue del cesarismo y sus reflejos carcelarios. Todas esas barreras erigidas en torno al muro del cuartel que ignoraba la herida abierta en el corazón del pueblo, al verse sepultada la dignidad personal con el hierro del despotismo.

La pedagogía se fundía en su personalidad como la principal faceta de su ser. Sentía la obsesión de sus voces interiores. El paisaje venía a su mente con una comunicación distinta al intuido por los demás. Dialogaba con Venezuela a través de sus perfiles geográficos, la montaña y la costa, el paño inmenso de la llanura secular y la colina del centro. Y la incomprensión le sumía en esa soledad en que parece irremediablemente ubicado el destino de nuestro intelectual.

Ese es el Ramos Sucre ante el enigma de la creación literaria, el del monólogo constante por enseñar con la frase hilada muy finamente para despojarla de lo mezquino e insuflarle el hálito de su inteligencia y la profunda aspiración de su originalidad. Ese es su empeño, el predominio del intelecto para que arraigara en la Patria el valer de la cultura como ejemplo; ésa es su obra, el afán por alcanzar en sus letras la expresión nueva y renovadora de la forma para exhibirla como una escuela propia, con la rúbrica de Venezuela.

Impaciente, incomprendido, volvía a sus libros; a la lectura en largas horas de meditar y reflexionar; aquellas que le señalaban la torre de donde volaban las campanas para pregonar el prestigio de hombres sin nada que decir, y sin embargo, la política los encumbraba y favorecía, mientras la cultura y sus seguidores, en la tribuna y biblioteca, en el periódico y el liceo, permanecían absortos ante el paso de quien con sus botas y el fusil terciado al hombro manifestaba a gritos la era del barbarismo.

José Antonio Ramos Sucre nació en Cumaná en donde inició sus estudios, se trasladó a Carúpano y mañaneó en Caracas como universitario y se hizo un autodidacta excepcional. El medio lo asfixiaría al conocer su valer como escritor y su condición de poeta.

La torre de timón, El cielo de esmalte y Las formas de fuego mostrarían a la bibliografía nacional la obra de uno de los escritores más originales de Venezuela.

Lingüista y humanista calificado, es necesario rescatar de la indiferencia colectiva el recuerdo de José Antonio Ramos Sucre. Así lo reclaman las letras venezolanas. Por encima de los debates doctrinarios el escritor está presente en la cultura nacional.

Las artes de un país constituyen su tradición espiritual y significan mucho más que la riqueza material y el poderío financiero, militar, económico de una sociedad civilizada. Es una fuerza avasallante capaz de detener con su palabra de fuego a los usurpadores y de servir de freno para atascar las ambiciones personalistas.

Una generación integrada por Andrés Eloy Blanco, Fernando Paz Castillo, Luis Enrique Mármol, Enrique Planchart, Jacinto Fombona Pachano, Enrique Bernardo Núñez, Pedro Sotillo, Raúl Carrasquel y Valverde, Antonio Arráez y Vicente Fuentes, solía oír en sus parábolas a José Antonio Ramos Sucre y al atardecer caraqueño dejaban al joven pensador por las alamedas del parque, y le veían solicitar los senderos sorteados de jardines amorosamente cuidados por las manos del pueblo y dialogar con ese mundo vegetal. Allí, después, pronunciaba las frases que su imaginación enfebrecida componía. Perseguía las voces del viento para despojar su escritura del "que" relativo para que las ideas fueran como símbolos y sonidos en las palabras de su signo nuevo y misterioso. Era como un afán para libertar de cadenas a los suyos: como si quisiese hacer comprender la maldad de la pobreza y la amargura en la agonía de todos los días de la Aldea que extendía en su ruralismo, los linderos ciudadanos de esa madre gloriosa de la libertad de nuestra América.

Una detonación hace ochenta y seis años, en un día como hoy, apago aquella vida extraordinaria. A la sombra de los árboles de la recién remozada Plaza Bolívar se evoca la frágil figura de estos momentos de psicosis política que no dejan oír las voces de la cultura, y vemos a José Antonio Ramos Sucre, con su andar nervioso, repitiendo aquellas frases que le eran tan queridas: … "huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto"…

Porque los poetas tienen la intuición del futuro, y José Antonio Ramos Sucre, con su mensaje ardoroso y visionario, presentía la tragedia de este desierto en que ahora vemos convertido lo más noble de la existencia: la política como el arte de hacer el bien colectivo y la literatura para exaltar las condiciones excelsas del hombre y la mujer, cuando llega a la creación que reivindica y engrandece al pueblo a quien sirve.

¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tus sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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