Chávez, está por encima de todas las clases

"El caudillo debe ser impredecible, porque él es Arcano, el depositario de los grandes secretos que contienen la clave para arribar con buen tiempo a la "Tierra Prometida". Sus actos siempre deben desconcertar. Nadie debe saber cuándo duerme, qué piensa. Debe caer sobre sus competidores a la menor sospecha o sin ellas: eso le concede ese prestigio sobrenatural que a ejercicio de las masas sobrecoge. Debe ser arbitrario y expeditivo en el ejercicio de la justicia, porque así es la ley del llano. Ante situaciones similares, lo mismo puede condenar a muerte que absolver con largueza. Su generosidad debe ser ilimitada, al igual que su ausencia de codicia; de lo contrario, antes padre sería un buen hermano más en medio de la disputa".

Y es que – no hay más remedio que admitir como verdadero y cierto lo que parece inverosímil – aquel infinito amor a su estrella – amor fati – le hacía amar también este sufrimiento, con el amor que guardaba para todos. De estos momentos maravillosos de presentimiento balbuciente en que se concentra el éxtasis del "Yo", extrae una belleza misteriosa, jamás conocida. Abreviada en la más terrible de las cifras, el cáncer vive la muerte en medio de la vida, y, en ese momento que precede a la muerte cifrada de cada ataque, gusta la esencia más fuerte y embriagadora del ser: la emoción patológicamente exaltada de "sentirse a él en sí mismo". Y el Destino le convida una vez y otra a revivir en su sangre, como símbolo mágico, su momento de vida más henchido, para que nunca olvide la sensación pavorosa del contraste entre el Todo y la Nada. Las sombras estrangulan la mirada; el torrente del alma, río salido de cauce, se estrella contra el cuerpo; ya se eleva, con las alas trémulas y tensas, hacia Cristo; ya entrevé la luz ultraterrena derramarse sobre las vibraciones descarnadas, rayo de luz y gracia del más allá; ya la tierra desaparece bajo sus pies, ya suena la música de las esferas… y de pronto, el trueno del despertar le devuelve, roto, a la vida mísera de todos los días.

Fatigosamente, va haciendo revivir en sí la trama; su voluntad acuciante atiza de nuevo el fuego de las visiones desvanecidas, hasta que recobra su antiguo vigor… y un nuevo ataque le precipita al fondo de la sima. Y así, con el terror de la caída en la medula y en los labios el amargo regusto de la muerte, acuciado por la privación. Caminando como un sonámbulo sobre los abismos de la muerte, saca de este incesante morir aquella fuerza demoníaca con que se aferra ávidamente a la vida y la estruja para arrancarle su rendimiento máximo de poder y de pasión.

Quien vive muriendo día tras día, entretejiendo la vida con la muerte, conoce un terror potente y elemental del que nada sabe la experiencia diaria de los demás; los cuerpos que jamás perdieron su contacto con la tierra ignoran lo que es el placer de flotar en el éter, como alma sin cuerpo. El concepto de la dicha del que vive tales momentos, equivale al éxtasis; su concepto del tormento, a la disolución en la nada. Por eso la felicidad, no traslucen tampoco esa ruidosa alegría de otras vidas, sino que arde y llamea como el fuego, y tiembla de lágrimas contenida, y siente el pecho rompérsele de miedo; es un estado intolerable, insostenible, que más bien se diría de goce que de dolor. Y lo mismo sus tormentos: tienen siempre algo que ha vencido ya esa sensación vulgar de angustia confusa que pone un nudo en la garganta y oprime de agobio y de terror; es una claridad helada y casi riente, una codicia satánica de amargura que no conoce las lágrimas, una risa estertórea y seca, una risa sarcástica y demoníaca que casi semeja a una explosión de gozo triunfante. Nunca, hasta él, había sido tan desgarrada esa polarización de los sentimientos ni el mundo tan dolosamente tenso entre estos dos nuevos polos de éxtasis y aniquilación que Chávez exalta por sobre toda medida habitual de dolor y de dicha.

¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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