En todos los tiempos los justificadores del orden de dominación y explotación del humano por el humano han enfrentado los reclamos de justicia deformando la verdad, atacando flancos fáciles que ellos mismos han construido y ocultando la esencia de los planteamientos justicieros. Lo hacen desde sus bastiones de prepotencia, amparados en los también dominantes mecanismos, formas e instituciones que producen saber "bueno" o "aceptable" y construyen alienación. Cuando esos reclamos tienen aliento revolucionario, se entra en el paraíso de los rábulas.
Así ha sido en el transcurso de este proceso bolivariano, frente al cual los oposicionistas han hecho del mentir, calumniar y deformar una verdadera orgía, ayunos como están de razones valederas y atrapados en la desnudez de sus tropelías y delitos sociales y de lesa patria.
Esta conducta ha alcanzado niveles de exacerbación en los momentos críticos, vale decir, discusión de la Constitución bolivariana, golpe de Estado, golpe-sabotaje petrolero, guarimbas, Plaza Francia, hacienda Daktari, campañas electorales, propuesta de reforma constitucional, enfermedad y deceso del Presidente (¿asesinato?), llegada, confirmación y desempeño del consecuente sucesor Nicolás Maduro Moros…
Y la vemos de nuevo ahora en relación con las medidas indispensables acometidas por el Gobierno en la frontera occidental, saludadas con entusiasmo por la determinante mayoría del país.
El problema para ellos, que lleva su furia al paroxismo, es que ya perdieron la capacidad de engañar a las multitudes y sus intentos lucen como cabezazos contra paredes. No obstante, ahí están finitos y lo único que pudiera reconocérseles es una persistencia digna de mejor causa.
Pero es que, además, en esta ocasión confirman su ya evidenciada condición de apátridas. Nunca una palabra buena ni de amor para Venezuela, siempre cuadrándose con el enemigo y mostrando su condición de vasallos.
