Buitres y guarimba

Cuatro cadáveres bocabajo, con tiros en la nuca, excitaron el morbo de la guarimba en un grupo opositor que ha hecho de la miseria humana su divisa y de la pequeñez oportunista su bandera. Antes de que los muertos llegaran a la morgue, ya la cuadrilla de Súmate se había apostado en la avenida Francisco de Miranda, frente a la Plaza Francia, sitio de tantos reveses para ellos y de tan pocas lecciones. Las consignas recordaban otras afonías: “Chávez, renuncia ya”. Y ponían de relieve otros oportunismos: “No al CNE”, “Para qué votar”. Consignas abstencionistas fuera de tiempo y lugar, pero que pretendían aprovechar el tiempo de unos crímenes abominables y el lugar de unas muertes absurdas. Zamuros.

Hace días, que diría el poeta, había pasado la muerte, aunque no vestida de rosa blanca. Dejó a un empresario asesinado en un recodo del camino y a tres muchachos y su chofer muertos en algún paraje de este dolor que nos sacude. En la avenida de la gran urbe, la figura de María Corina Machado pregonaba su insensible luto. Al frente de un esmirriado grupo de su franquicia, se colocaban entre ellos cintas negras en el antebrazo. Lejos, una esposa lloraba; más cerca, una madre se hundía en su repentina y unánime orfandad de hijos. La Machado se apropiaba de esos dos dolores para facturárselos a Chávez y pasar los recibos por las taquillas de la oficina oval. La Casa Blanca es un mausoleo de valores y una vitrina de banderas arriadas.

Sobrevendrían otros dolores en medio de los carteles abstencionistas de Súmate

y su campaña contra el CNE. Cayó un reportero gráfico y cuando ya el canal televisivo de la guarimba juzgaba y sentenciaba, se supo que el periodista fotografió a su asesino en el umbral de la muerte. Los zamuros detuvieron su baile funerario, sorprendidos de repente por el finado profesional de la prensa. “Entre las casas las voces parecen todas hermanas”, escribió el poeta, pero entre los muertos de estos días no existía ninguna relación, excepto que su deceso era aprovechado por la misma gente y el mismo fascismo.

La guarimba, aunque sin fuerza, estalló con perfecta sincronía en varios puntos de la ciudad capital, los mismos de siempre, de las mismas conjuras y derrotas. La muerte con ropaje adolescente le insufló a la derecha una cavernaria alegría de tísico. El pueblo venezolano, noble y digno, no respondió al llamado necrofílico de esa oposición sin bandera, a sus graznidos de cuervo. Súmate revoloteaba sobre el dolor ajeno, sobre unas lágrimas que no se evaporan con el aleteo de vampiros lanzados desde el norte. La muerte pasó y siguió.

Los zopilotes están hambrientos y sedientos. La derecha celebra dolores y añora muertes y penas. Es el combustible de su estrategia política. Los viejos partidos, excepto de comparsa del fascismo, no cuentan para nada. Pronto serán barridos por la derecha ultramontana que alguna vez denunciaron. Para el aquelarre de brujas hay un solo problema: el pueblo. Este escogió su camino y tomó las riendas de su destino. La guarimba no pasará de los lugares de siempre, cada vez más disminuidos. Su alianza con el crimen no paga, no pagará. Súmate, de sus alardes tecnológicos, se revela ahora como una criatura de Drácula que, sin la sangre del dolor ajeno, alza vuelo hacia la Casa Blanca antes de que despunte el día y la sorprendan los rayos del sol de los pueblos. “Entre las casas las voces, parecen todas hermanas”, expresó el poeta. No lo olviden.


Esta nota ha sido leída aproximadamente 5109 veces.



Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

Visite el perfil de Earle Herrera para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Earle Herrera

Earle Herrera

Más artículos de este autor