Tenía tiempo que no veía a Teodoro Petkoff en la televisión. Mientras descansaba una noche de estas en la soledad de mi habitación, escuché su voz gangosa, semejante a un barítono de pensión bañándose. Me acerqué al televisor. Ahí estaba él, rodeado de periodistas, le hicieron una pregunta sobre el caso Anderson y él, siempre, el comiquito frustrado de toda la vida se refirió al juez que prohibió algo al respecto, como un “juececito”. En su voz, el diminutivo sonó odioso, no posee vena humorística, no es histriónico.

Teodoro no tiene edad para estar burlándose de alguien, menos de un juez de
la república bolivariana. Teodoro es un anciano decrépito. Se nota que su perfil político de la tercera edad, se debilita. Nada ha cambiado en él, más allá de las arrugas que le cercenan la boca en un amasijo de líneas quebradas. Cuando era joven, cuando la masacre de El Encanto, el sonido que emergía de su garganta, no era precisamente muy hermoso. Su voz no ha cambiado nada, yo la asemejo con alguna que escuché hace años en una cancha de bolas criollas. La más perfecta descripción de Teodoro la dio hace poco Alí Rodríguez: “Tiene cara de candidato derrotado”, o algo así. Agrego que Teodoro siempre ha sido un
derrotado y lo peor, ha involucrado a mucha gente en sus debacles.

Por ejemplo, por los años sesenta Teodoro se la daba de arrechote. Para la época, hacía falta un hombre de carácter, con personalidad, con guáramo y muchos jóvenes creyeron ver en Teodoro todas esas cualidades. Por culpa de Teodoro se fueron a las guerrillas, pero oíd bien, Teodoro jamás subió a ninguna montaña de esas, donde se crearon focos guerrilleros, que pretendían derribar el modo de gobernar del cipayo llamado Rómulo Betancourt, quien
recibía, como todo escuálido que se respete, la ayuda económica y el asesoramiento del imperio estadounidense. El Teodoro de hoy, debería ser el presidente de Súmate.

Cuadra bien en esa gatera. El apodo “camaleoncito” no le quedaría mal. Está molesto porque como se la da de “periodista”, se gana la arepa editando un tríptico llamado Tal Cual, desde donde lucha por… ¡la libertad de expresión! El tríptico de Teodoro sólo lo leen él y sus allegados, dada la escuálida presencia objetiva de sus pocas páginas. Pero ha tenido habilidad para meter a los ricachones en el negocio. Les ha dicho que “tiene fuerza para tumbar a Chávez” con sus sintácticas escrituras, en la portada del tríptico. Ellos le financian el tríptico. ¿De qué se queja? Si Teodoro tuviera una micra de dignidad, cada vez que le viera la cara a Caldera lloraría: Caldera lo zampó en el Opus Dei, es decir, le cambió la personalidad. Recuerden que el 12 de abril de 2002 el tríptico de Teodoro burlonamente, tituló: “Chao Hugo”, pero el pueblo le escribió otra pancarta a Hugo que decía: “Hasta siempre, Presidente”, rescatándolo de las garras de los golpistas.

Hace años, Simón el árabe, mi amigo, una vez, parado en la parte lateral del Cuartel San Carlos, mientras construían el famoso túnel, me confesó: “Oye Ángel, tengo miedo del catirito de lentes, tiembla como una gelatina, lo veo miedoso”, ¿quién era el catirito? La voz del pueblo, que es la voz de Dios, dice que Teodoro se retrató una vez bajo unas palmeras de la UCV, sosteniendo un fusil y envió las fotos a varios periódicos para hacer creer que estaba en un frente guerrillero. Teodoro prometía en sus años juveniles, pero la ambición, el deseo de figurar, el pantallerismo y la bocaguá, lo alejaron del camino que creyó pisar. No ha sido ningún idealista, menos filósofo, jamás político, menos de
izquierda. No ha tenido piso, vive y ha vivido en el espacio, como una brizna de paja en el viento.

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