Revolución Bolivariana versus contrarrevolución fascista

El enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución debería ser la discusión de este período histórico entre los revolucionarios y las revolucionarias con el pueblo venezolano, con la dirigencia del proceso político, con quienes se declaran antiimperialistas, con las clases que propugnan el socialismo en este país. Recordemos que durante la década del sesenta la cuestión preponderante en el pensamiento latinoamericano fue el debate entre revolución y reformismo.

Ahora bien, luego de analizar el desarrollo de los acontecimientos de los últimos períodos, considero que el reformismo ya perdió su espacio político, ya no cabe en este tiempo, mucho menos después que el Comandante Hugo Chávez escogiera la vía socialista para Venezuela; entonces, lo que hoy nos asiste en ese intento por profundizar el socialismo es una oposición fundamental, la cual oscila entre revolución y contrarrevolución. Por lo que se puede suponer que todo aquello que demore el avance del pueblo hacia el socialismo y todo lo que se oponga a su ascenso, estaría enmarcado, ya no en una posición reformista, sino contrarrevolucionaria.

Lo anterior explica por qué el fascismo hizo su reaparición súbitamente en Venezuela y cómo ha cobrado numerosos adeptos en los sectores de la pequeña burguesía y de la llamada clase media; precisamente, porque ese es el tema: revolución o contrarrevolución, y sobre la faz de la tierra no hay nada más contrarrevolucionario que el fascismo. El fascismo es la contrarrevolución mediante el terrorismo abierto contra las masas, como lo dejó asentado el sociólogo André Glucksmann en 1972 cuando todavía era marxista. Por eso no debemos descuidarnos y dejar de percibir las razones y el momento en que la burguesía apela al uso de la fuerza directa. Esta inadvertencia es sumamente grave porque nos coloca en una posición desventajosa, como si tuviéramos una venda en los ojos, que no nos deja distinguir el grado de contingencia que ofrece la lucha antifascista, de allí la necesidad de precisar el conocimiento de la coyuntura en la que se inicia la fascistización.

¿Quién puede dudar que los Estados Unidos sean quienes proveen de recursos económicos y logística a los grupos opositores fascistas empeñados en derrocar al gobierno y derrotar la esperanza socialista que ya cobró fuerza en nuestro pueblo y ocupa un lugar cimero en la conciencia de las grandes masas venezolanas? Son ellos quienes elaboran el modelo contrarrevolucionario; son ellos quienes dictan las pautas de cómo deberán ser el conjunto de las relaciones sociales y de los sistemas de representación ideológica; son ellos quienes inventan las técnicas utilizadas por sus eslabones asentados en la reacción antibolivariana, diseminándolas luego por todas las áreas de la vida social; llámense universidades, liceos, sindicatos, iglesias, sectas y logias, y los medios de comunicación masivos. Pero en ese proceso lo más impresionante es cómo cimientan las bases para el sometimiento cultural por medio de la transnacionalización del fascismo.

Vale decir aquí que el fascismo surge no sólo de la crisis económica y política del capitalismo, sino de la crisis del bloque histórico, al quebrarse los vínculos orgánicos que soldaban la explotación en el trabajo y el consenso ideológico, tal cual lo afirma, Néstor García Canclini en su tesis investigativa Fascismo, Revolución y Bloque Histórico; y también es oportuno destacar en estas líneas que los propósitos absolutistas del fascismo se caracterizan por contener la pretensión de querer someter todos los aspectos de la vida: la enseñanza educativa, las comunicaciones de masas, las artes, el deseo y la sexualidad, la cotidianidad rutinaria, pues. Al discurso contrarrevolucionario del fascismo debemos oponerle el discurso revolucionario, porque hay allí un argumento que es común: el nacionalismo, claro, con enfoques diferentes; y desde luego que estoy tratando de reseñar, con ello, el nacionalismo como elemento clave de la superestructura, como herramienta para emprender el consenso ideológico.

Asimismo, se hace obligatorio afincarnos e interrogar cara a cara al nacionalismo revolucionario, para rescatar en él su sentido actual en el seno de las masas e ir más allá de las confusiones y las caretas. Hay que darle prioridad a la investigación sociopolítica en Venezuela y en América Latina, en general, para determinar la vigencia del estatuto filosófico e histórico de nación. Ya el Primer Comandante de nuestra revolución, Hugo Chávez, se encargó de recuperar en gran medida la otra concepción de lo nacional en la que nuestra identidad se encuentra definida, más que por circunstancias naturales o folklóricas, por las luchas de independencia y por el arraigo que debe tener la conciencia nacional en la historia, toda vez que la identidad de los pueblos es el resultado de su praxis y no pesa como un destino fatal.

El fascismo reivindica un nacionalismo fundamentado en ficciones, donde se privilegia la metafísica por encima de la historia, no plantea el problema de la nación vinculado a las luchas sociales contemporáneas; busca sí, reducir esas luchas a simples e inofensivas resonancias magnéticas de orgullos momificados; en cambio, en el nacionalismo revolucionario no se acepta que la nación sea la perennidad de lo heredado, ni su estudio únicamente la puesta en relación con los hechos presentes con el pasado de la propia cultura, sino más bien con la problemática actual de todos los pueblos que combaten  por la justicia social, tal cual como lo explana la propuesta contenida en el liberador Plan de la Patria original. No hay lucha eficaz contra el fascismo si no es también antiimperialista.

Atentos, pues, ya que la victoria del fascismo no es un resultado automático de la crisis capitalista; demanda una estructura sociocultural en la cual afirmarse y crecer. El uso afanoso y hasta irrespetuoso de la bandera nacional por parte de la oposición, sería un sencillo ejemplo, para demostrar que se corresponde con una estrategia del fascismo para desocializar y deshistorizar la idea de nación; busca despojar de su dimensión histórica, sin duda, el emblema que nos legara Francisco de Miranda.

Queda claro, entonces, que la lucha antifascista debe ser una lucha anticapitalista. Por eso surge la necesidad de organizar un consenso interno para poder responder contundentemente a las presiones internacionales. En ese combate contra el fascismo las fuerzas que luchan por el socialismo deben repensar el uso ideológico del nacionalismo para la constitución de frentes populares u otras formas organizativas que incidan en la formación del nuevo bloque histórico que reclama nuestra patria.

Una política antifascista para ser vigorosa debe incluir la crítica a la prevalencia del capital frente al trabajo, la crítica a las demás relaciones sociales autoritarias que complementan y refuerzan la presión en las relaciones de producción; incluso, que vaya más allá de lo económico y lo político; debe ser a la medida del totalitarismo fascista que todo lo abarca, y que no se desvanezca en ninguna clase de Estado burocrático; que sea, por el contrario, una identidad socializada que no esconda la contradicción de las clases sociales, una elaboración colectiva que se viva como la reunión fraterna y solidaria de actos de mujeres y hombres actuando libremente. Revolución Bolivariana versus contrarrevolución fascista, esa es la esencia de la cuestión.

POST/DATA: JORGE AMADO, narra en LOS VIEJOS MARINEROS; una de sus mejores obras, que en los tiempos de Getulio Vargas y de Julio Prestes, existió en el Brasil, un personaje extraordinario, el Comandante VASCO MOSCOSO DE ARAGÓN, Capitán de trasatlántico, quien nunca quiso casarse; pues, prefería un amor aquí, otro allá, al albur de las escalas: Una francesa en Marsella, una turca es Estambul, una rusa en Odessa, una china en Shangai, una hindú en Calcuta. Cuenta AMADO que una vez en su navío que había partido de Rio rumbo a Belem do Pará, le preguntaron, por ser él un hombre de mundo, pues, llegó hasta capitanear grandes embarcaciones entre Europa y Australia ¿Qué dónde había encontrado las mejores mujeres, las más calientes? Y respondió, luego de deliberar en su mente, que era muy difícil decirlo, que eso dependía Pero que de todos modos podía señalar, ya que cualquiera sabe, que las inglesas son frías, las francesas no buscan más que el dinero, y que las españolas son un volcán. En su opinión afirma, definitivamente, que las más ardientes son las árabes. Son un incendio. Pero claro, casi siempre es así, en casa de herrero, cuchillo de palo. Uno se pregunta: ¿Y dónde quedaron las garotas de Ipanema y las incandescentes mulatas bahianas? Bueno, lo que pasa es que el Comandante VASCO MOSCOSO DE ARAGÓN, timonel de los cinco océanos y de puertos lejanos, nunca pasó capitaneando sus buques por los puertos de Güiria, de La Guaira, Puerto Cabello o Maracaibo, y mucho menos conoció la Fumarola de Sanare o el Relámpago del Catatumbo.

 



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Isrrael Sotillo


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