La crueldad alojada en nosotros

De las guarimbas a la quema de Judas

Observadas las formas más radicales de protesta que las guarimbas y los guarimberos fueron escenificando en nuestro país en el compendio de las últimas semanas contra “el régimen” del presidente Maduro, pudimos sacar en limpio (al momento) el reconocimiento a puestas en escena de “formas de lucha” de los manifestantes barnizadas por la más expresa violencia extrema, de lo cual la crueldad ha podido destacar y estallar en mucha de su visibilidad.

Como bien sabemos, se trató de actos mediados por la colocación de guayas en las calles y avenidas de distintas ciudades del país para pretender degollar a ese otro motorizado que osara en cruzar tan recién privatizadas vías de circulación; cuando no, del derrame de aceites en vías públicas, buscando el desbordamiento de vehículos (y sus respectivos pasajeros); el arranque (sin piedad) de toda clase de árboles que estuvieran a disposición; el encierro y la negación de entrada o salida de cualquier residente a su hogar, independientemente de la urgencia que éste o aquella tuviera al momento; del incendio de edificios públicos, sin importar que o quienes estuvieran dentro, hasta llegar al acto de confeccionar muñecos de trapo de elevados tamaños para colgarlos (en serie) de un árbol, una alambrada, un poste o un edificio, alusivos e indicativos, por supuesto, de la segura horca que le esta-ba esperando ipso facto a cualquier funcionario o simpatizantes del “régimen” chavista.

En cualquiera de los casos lo que más llama la atención no es la lucha ni las pulsiones o rabietas que pudieran tener, con razón o sin ella, los actores que aupaban dichos eventos sino, muy especialmente, los métodos, las tecnologías, las significaciones y los sentidos que estaban alojados en las cabezas y sensibilidades guarimberas con sus heterogéneas performatividades.

La colocación de guayas, de alambradas, el derrame de aceites, el arranque de árboles, el secuestro absoluto de espacios residenciales y el diseño y colgada de muñecos alusivos a figuras realmente humanas para luego quemarlas vivas, ha podido revelarnos que en Venezuela la cultura del castigo y la muerte cruel, sanguinaria, sin piedad o compasión de nada, ha estado migrando de las habituales cabezas y sensibilidades delincuenciales (donde siempre la creíamos viviendo) para ir a alojarse en las cabezas, cuerpos y sensibilidades de lo político y unas ciertas maneras de hacer la política.

Las sensaciones de horror, miedo y temor que durante varias semanas pudieron causarnos a los y las venezolanas los eventos guarimberos, pensamos que habían quedado atrás o felizmente suspendidas, una vez que la concordia, la sensatez y el entendimiento ha ido imponiéndose en la patria, producto de la inercia o de la cultura de paz que, especialmente, a raíz del establecimiento de las “mesas de diálogo” hemos estado conociendo nacionalmente, sin embargo, la llegada de la Semana Mayor y sus traducciones festivas populares, nos han vuelto a traer a nuestras memorias y ojos las puestas en escena de la crueldad como goce y espectáculo colectivo a rabiar, a partir de la celebraciones por doquier de la famosa “Quema de judas”.

No voy a discutir aquí ni la historia, la moralidad o el valor cultural que expone la figura del judas quemándose o siendo expresa y abiertamente quemado en nuestras tantas ágoras barriales (y otras no tan barriales), si a cambio de mostrar aquello que está representado o quiere representarse en nuestros días con tan festivo y popular evento pagano-cristiano.
Contentémonos aquí con decir que prácticamente en cualquiera de los heterogéneos lugares residenciales donde se efectúa dicha quema, sus anfitriones o pobladores preparan la misma con algo de meticulosidad, tanto en la búsqueda de los materiales a utilizar, lo cual incluye por supuesto mucha pólvora, como en la selección del personaje humano, generalmente vivo, a quien incendiar simbólicamente.

Bien sabemos que al momento que el fuego y las llamas van acabando vorazmente con el cuerpo del representado, sus oficiantes van leyendo los actos y culposos por las cuales éste o aquel ha sido llevado a la hoguera, sin juicio ni defensa civil de nada, en medio de lo cual sobresalen unos vecinos residentes sumamente alegres y encantados, entre quienes destacan las presencias coloridas y entusiastas de muchos niños y niñas.

Cada Semana Mayor el judas representado en la ocasión ha sido pacientemente incendiado, con la participación (¿la complicidad?) de unos residentes que para nada expresan miedo, temor o piedad ante el espectáculo en plena ocurrencia, al contrario, es el placer y el goce ante la quema del distinto lo que año tras año se ansía y se vive como una oportunidad digna de celebración, cada vez más instalada como asunto normal y normalizado (el habitus en Bourdieu) en nuestros respectivos imaginarios culturales.

Con las guarimbas y sus representaciones ha emergido la cultura de la crueldad exponencial a vastas escalas y proporciones, igual tal clase de mentalidad y sensibilidad (gozosa) va siendo expuesta cada vez que la Semana Santa hace su entrada triunfal en nuestras plurales patrias y matrias.

Otro tanto de actos crueles están agazapados en fiestas populares tan solicitadas y gozadas como las corridas de toros, los toros coleados, las peleas de gallos, la piñata, el bullying y algunos rituales de iniciación o finalización escolar, etc.

¿Algo de qué quejarnos –amigo lector- en Venezuela y América Latina con respecto a la cultura de la violencia y su extrema crueldad? ¿No somos acaso unos y otros sus más placenteros e inmediatos cultores?

Docente/investigador universitario
edbalaguera@gmail.com


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Edgar Balaguera

Antropólogo, Sociólogo, Magister en Ciencias Políticas, Doctor en Ciencias para el Desarrollo. Docente.

 edbalaguera@gmail.com

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