Escuela de Música José Reyna, una victoria popular


Al camarada Antonio Prieto

Transcurría el año 1979, por estos mismos días de vísperas de Semana Santa y comenzaba en Venezuela el primer año de gobierno social cristiano de Luis Herrera Campins. Como ya lo veníamos haciendo con cierta regularidad, aquel viernes teníamos reunión de un Círculo de estudios sobre el libro “Acción y utopía del hombre de las dificultades” del camarada Miguel Acosta Saignes, el cual como sabemos es uno de los más completos estudios sobre la obra política y militar del Libertador Simón Bolívar, que mereció el Premio Casa de las Américas en el concurso conmemorarativo del sesquicentenario de su muerte, que convocara ese organismo de la cultura revolucionaria de nuestro continente.
Bien fundamentosos llevábamos expuestos varios capítulos correspondiendo a dos compañeros por vez. Y cuando comenzábamos a discutir las razones sociales y económicas que generaron el movimiento independentista nos llegó la sorpresiva noticia de que la Escuela Popular de Música José Reyna de Simón Rodríguez había sido totalmente desmantelada. El amplio local de los espacios “cívicos” adyacentes al bloque siete y ocho, otorgado en comodato por el INAVI para el funcionamiento de la única escuela catalogada como “popular” de música de la región capital, había sido repentina y hasta subrepticiamente mudada a una remota calle de la urbanización el Cafetal del este de Caracas.

El viernes de “dolores” que llaman a ese día antes de la semana mayor fue el último de nuestro productivo Círculo de Estudios. La mayoría de los amigos que participábamos en él eran jóvenes músicos de San José, Altagracia y La Pastora, pero músicos de “guataca”, cuyas inquietudes les venían de las flautas y las guitarras de los tiempos de “jipismo” y comenzaban a estudiar la música seriamente en aquella escuela de Simón Rodríguez; Esta era popular debido a que en ella se enseñaban también instrumentos como el cuatro y el arpa y no tenía límite de edad ni trayectoria para su ingreso. Además de la excelente ubicación geográfica que la hacía accesible hasta para estudiantes del litoral central.
Con argumentos excluyentes como la proliferación de malandros en la zona o la proximidad al basurero de la parte de atrás del bloque que quedaba en todo el frente de la entrada, el profesor Salvador Bosque, quien era bandolinista de la Orquesta Típica de Venezuela y a la sazón Director de la escuela, decidió llevársela a una pequeña quintica de por allá arriba en los altos del nunca jamás, donde además tendrían que pagarse 25 mil bolívares mensuales. Mientras en Simón Rodríguez no se pagaba nada y el espacio era cinco veces más grande.
Esa misma noche nos declaramos en Comité de conflicto por el rescate de la Escuela Popular de Música José Reyna y a la mañana siguiente nos estábamos instalando en el ahora vacío local de la escuela. Para desde allí, desde sus mismos espacios comenzar a trabajar por el retorno a esa comunidad de su escuela de música.

Antonio Prieto “Tony”, Julio Sánchez, Edgard Espinoza, Simón Valbuena, Adelso Rangel “Teté”, Fernando Ivosky, Fernando Chacón, Domínguez Lizardo fueron algunos de los estudiantes participantes. Y por la comunidad entre otros, Noel González y la Sra. Nessy y quien esto escribe: Mundo Iribarren quien para ese entonces era miembro de la Dirección Regional de la Juventud Comunista.

Con el camarada Tony en la presidencia del Comité de lucha, desarrollamos una intensa actividad agitativa por los bloques, casas, ranchos y veredas de la zona. Para el domingo de resurrección, ya toda la comunidad estaba al tanto de que funcionaba un Comité de rescate compuesto por estudiantes y vecinos para el regreso de la Escuela Popular de Música. Y ese mismo domingo de finales de la Semana Mayor, el tradicional Judas que quemamos frente al “Siete machos”, con su testamento arrechísimo, por supuesto llevó el nombre del Director que se había llevado la escuela. Lamentablemente, muy poco tiempo pasó el profesor en aquel cargo.

Dos cosas interesante ocurrieron en el ínterin de aquella Semana Santa. Una, que comenzaron a ensayar en los espacios de la escuela, un grupo que comenzaba a formarse compuesto por Diego Silva, Germán Acero, Eduardo Valls y Lupe Guerembeck. Ellos empezaron a acudir con cierta periodicidad y representaron una presencia y apoyo importante desde el área musical. También algunos camaradas miembros del Comité de Conflicto, integraban un trabajo al que llamamos: “El grupo de la escuela”.

Lo otro fue que durante los primeros días del asueto, llegó a la escuela un telegrama dirigido a su dirección, donde se le convocaba a una reunión y rueda de prensa en el Palacio de Miraflores, donde el señor Guillermo Yépez Boscán, Ministro de Cultura, expondría los lineamientos generales de lo que sería la política cultural del Gobierno que comenzaba. En vista de que quienes estábamos en la dirección de los espacios de la escuela, éramos el comité de estudiantes y vecinos, decidimos responder a la convocatoria del Gobierno, en ejercicio de un incipiente Poder Popular.

El Comité decidió que fuéramos Simón Valbuena y Mundo Iribarren a Miraflores, para hacer del conocimiento del propio Ministro y medios de comunicación de la situación que se daba con el secuestro de la Escuela. El lunes de la convocatoria, estábamos dándole betún a las “Frazzani” esas todo terreno que bien pulidas nos daban aquel romántico y elegante aire de guerreros de la calle, del barrio, de la esquina. Por lo menos así lo sentíamos nosotros.
Terminada su exposición el Ministro Yépez Boscán, dejaron abierto el derecho de palabra para que los participantes pudieran manifestar sus proyectos e interrogantes. Entonces dijimos: “este es el momento” y sin dudarlo y antes de que ninguno hablara, nos paramos ante el micrófono e hicimos el planteamiento del que habíamos sido encargados. Reclamamos ante el gobierno y ante la colectividad el absurdo traslado, entre gallos y madrugada de una céntrica y popular escuela de música a un remoto y apartado rincón de la ciudad. Al día siguiente el país ya sabía de la situación y las demandas del Comité de rescate integrado por estudiantes y vecinos.

Lo siguiente fueron varias semanas de trabajos, propaganda, visitas a la prensa y medios de comunicación, asambleas con la colectividad y cada vez el respaldo y participación era mayor. Todo este trabajo con la actividad central de un acto musical que se realizó en la cancha Monseñor Arias Blanco que está detrás del bloque siete y ocho en el que tocaron Ali Primera y El Madera original, Fernando Ivosky y el Grupo de la Escuela.

Una multitud de Simón Rodríguez, Pinto Salinas, Pedro Camejo, Sarria, Maripérez, San Bernardino, San José, Barrio Anauco y La Pastora. Apoyaron con su presencia solidaria aquella lucha por la cultura popular. A Ali lo fuimos a buscar en su casa del Araguaney II de El Valle en un camión cava de un amigo de Germán Acero, lo mismo que al Grupo Madera con todos sus macundales en barrio Marín.

Eran los tiempos en que “Compañeros” y “Barrio con barrio” eran verdaderos himnos de las ciudades y barrios de Venezuela y Ali con su solo nombre garantizaba el éxito de concurrencia de cualquier actividad en las luchas revolucionarias. Donde estaba Ali, allí estaba su pueblo. Todavía retumban por entre las paredes de los bloques el repique de los tambores y las cuerdas del Grupo experimental folklórico Madera, la voz recia y la poesía resteada del comandante de la esperanza y las notas de la flauta del camarada Tony Prieto en sus solos de “Barlovento” con el grupo de la escuela. Y sobre todo queda en los espíritus y en los corazones aquellas jornadas de una lucha a veces titánica, con las que comenzamos a darnos cuenta de que si era posible.

Al día siguiente de aquel acto popular, bien temprano en la mañana, comenzaron a entrar las primeras arpas de regreso a su escuela, de donde nunca debían haber salido. Siguió por un tiempo funcionando en su local inicial de Simón Rodríguez, después se la llevaron para los espacios de la Escuela de Teatro Juan Sujo en Maripérez, al lado del parque Arístides Rojas y finalmente a la avenida Adolfo Hernts en San Bernardino. Todas más o menos en la misma zona. En alguna de estas etapas dejó de llamarse Escuela Popular de Música, para quedar Escuela de Música José Reyna a secas. ¿Quién sabe por qué?

Buena parte de los estudiantes que participaron en estas luchas, son músicos profesionales y algunos pasaron bastantes años ejerciendo la docencia en esta escuela. Y podremos imaginarnos cuántos centenares de jóvenes y no tan jóvenes habrán pasado por sus aulas durante todos estos años debido a lo accesible de su ubicación.

Algunos en el entusiasmo y el fervor por la victoria, comenzamos a acariciar la idea de impulsar una escuela de nuevo tipo. La idea era acceder a créditos y apoyo oficial, para utilizar aquellos amplios espacios de la escuela de música en Simón Rodríguez, equiparla con equipos y estudios de sonido y grabación. Y mirando hacia arriba en las faldas de la Gran Montaña veíamos toda una sala de teatro ocupada como estación de policía y nos planteábamos la posibilidad del rescate de aquellos espacios para la cultura popular, para lo que la había creado el arquitecto Carlos Raúl Villanueva.

Pero el carburo revolucionario no daba para tanto en aquellos tiempos. Treinta y cinco años han pasado desde aquellas, anónimas pero tenaces luchas, algunas de las cuales como la que acabamos de contar, fueron coronadas con la victoria popular. Otras como la del rescate de las salas públicas de la ciudad ya son un hecho cuantioso y tangible como conquistas populares de la revolución bolivariana. Hoy por hoy, los Festivales nacionales e internacionales de teatro y actividades culturales y artísticas en general, cuentan durante todo el año con estos valiosísimos espacios recuperados de los cuales disfrutan sin distingos las gentes de nuestras ciudades. Dentro de estos, Caracas cuenta con el teatro Simón Rodríguez en las faldas del Guaraira Repano. En alguna medida en esa conquista hay algo de los esfuerzos de un grupo de jóvenes revolucionarios que dedicaron toda una Semana Santa y parte de las siguientes a la concienzuda tarea de hacer los sueños realidad.

Esta lucha a la larga me costó mi puesto como Asistente del miembro del Buró Político Radamés Larrazábal en el PCV, por “abandono de funciones”. Y me valió que el camarada Diego Silva me dijera que se quitaba el sombrero ante la Juventud Comunista, por su participación en la conducción de esta victoria.



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Edmundo Iribarren


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