Camaradas: Diomedes viaja a juntarse con Juancho Roy

El camarada Juan Arroyo, de la UPV, me envió un mensaje desde Caracas que decía: “Murió Diomedes, mal ejemplo para un pueblo por sus problemas de conducta, pero nadie puede negarle su grandeza como el mejor cantautor de vallenatos”. Entonces decidí escribir sobre Diomedes no sólo porque soy amante del vallenato sino, también, por eso de al César lo que es del César.  En mi concepto, lo cual no tiene que concebirse como una verdad irrefutable, Diomedes es para el vallenato o folklor colombiano lo que para el fútbol argentino y hasta mundial es Maradona. La noche del viernes -23 de diciembre- por un canal colombiano, aun cuando mucho lamenté la muerte del Cacique de la Junta, me di un banquete escuchando las canciones de Diomedes que colocó don Jorge Barón cuando el ídolo del vallenato era joven y, tal vez, aún no había entrado de lleno en ese mundo de los excesos que tanto le  reprocharon y que muchos culpan de su muerte tan temprana. Además, escuché a los mejores acordeoneros de su tiempo de juventud: Alfredo Gutiérrez, Cocha Molina y Juancho Roy.

            Ha muerto Diomedes. El mundo amante de vallenato está de luto. Hay cantos pero también lágrimas. La mayoría de los colombianos y colombianas lo consideran el más grande cantautor de vallenato. Razones les sobran para ello aunque, para mí, lo es Jorge Oñate, llamado el Ruiseñor del Cesar y el Jilguero de América. Sin embargo, debo reconocer que todas las canciones grabadas por Diomedes son de un vallenato hermoso, pegajoso y rápido pero me gustan todas mientras que no todas las canciones de vallenato grabadas por Jorge Oñate me agradan. Igualmente, he leído con entusiasmo a los mejores estudiosos o críticos del vallenato y, por lo menos, la aplastante mayoría de ellos coinciden en sostener que Diomedes ha sido el mejor cantante de vallenatos. Lo que sí creo, ha sido el más popular de todos en todos los tiempos hasta hoy, por encima de Rafael Orozco. Sólo Silvestre Dangond le anda pisando –por ahora- sólo uno de sus talones.

Ha muerto Diomedes. Sería insuficiente limitar el reconocimiento a Diomedes Díaz diciendo exclusivamente que ha sido el más grande cantautor de vallenatos como, igualmente, sería insuficiente hacer una biografía de Maradona sosteniendo que ha sido el más grande jugador de fútbol. Ambos, cada quien  en sus formas, tuvieron conductas exaltadas, reprochables para muchos y no alabadas por nadie, maneras de comportamiento que chocaban contra las mejores reglas de la moral humana. Pesó, sobre ellos, infinidades de acusaciones y de críticas por consumo de estupefacientes, escándalos públicos, lo cual los convertía –en el caso de Maradona- un mal ejemplo para el deporte y –en el caso de Diomedes- un mal ejemplo para los artistas.

Pero dejemos esa parte a quienes escribirán sus biografías porque tendrán entre sus manos una documentación que les permita no equivocarse ni en una sola línea sobre esa vida adulterada por estimulantes que afectan al organismo humano independiente que les haga vivir –supuestamente- momentos de felicidad fuera de varias fronteras de la realidad en que se han desenvuelto y que les rodea. Toca en esta oportunidad reconocer la calidad artística de quien, para miles de miles de admiradores y hasta de fanáticos, ha sido el más grande cantautor de vallenatos, Diomedes Díaz.

Diomedes es mundialmente conocido como “El Cacique de la Junta”, porque así fue bautizado por la gente del pueblo donde nació hace 56 años en el norte de La Guajira colombiana. Millones de personas en este mundo, dentro y fuera de Colombia, han tenido algún momento de historia con la música de Diomedes. Millones y millones de pensamientos han pasado por millones y millones de mentes humanas buscando en las canciones del ídolo una respuesta a los instantes que cada quien, por su lado, ha vivido como tormentosos o ansiosos deseos de vida. Es que las letras de las canciones de Diomedes penetran con una velocidad increíble en los sentimientos de las personas que tratan de descubrir un consejo para superar una ingrata situación y, especialmente, por un amor frustrado.

Diomedes fue ganador de nada más y nada menos que de 22 discos de oro, 23 de platino, 13 de doble platino y 3 de quíntuple platino. Tal vez, para los que no les guste el vallenato eso no tenga ninguna importancia pero para los amantes de esa expresión musical representa un récord casi insuperable para otros cantantes de vallenato. Por eso, entre otras cosas, demasiados dolores para los vallenateros significa la muerte de Diomedes y, al mismo tiempo como corolario, demasiados recuerdos de sus canciones perdurarán por muchos siglos venideros. Diomedes le cantó a sus realidades, a sus desenfrenados amoríos (que hoy se discute si tiene 17 ó 40 hijos regados por toda la geografía colombiana) y hasta a sus mentiras piadosas pero, igualmente, a una buena parte del mundo y de los personajes que le rodearon y que mucho amor desarrolló por ellos.

Diomedes siempre quiso volar como lo hace el cóndor herido: alto muy lejos. Ahora, con su muerte, lo está haciendo para reencontrarse o juntarse con uno de los artistas que más quiso y por quien más sufrió cuando murió de forma accidental en una región oriental de Venezuela, el magnífico acordeonero: Juancho Roy, quien ya está en la Pradera de los artistas en el Cielo. Pero cosas del destino: Diomedes también sintió que pena tras pena estaban acabando con su vida y, lo creo, así fue. Ya no habrá un ahijado que le pregunte a Diomedes “padrino dónde está papá”, porque ahora Diomedes se reunirá con sus compadres para hablarles de sus ahijados y desde el Cielo les echará sus bendiciones.

            En este momento se nos permite parafrasear un párrafo de la famosa canción de Diomedes (El cóndor herido), y podemos decir: “Adiós, adiós, adiós, adiós, ya se ha ido Diomedes como lo hace el cóndor herido: volando alto y muy lejos… Adiós… adiós”. Allá, en la Pradera, ya está Francisco el Hombre con su acordeón tocando el Padrenuestro al derecho esperando recibir el alma de Diomedes. Y el viejo Rafael estará con sus brazos abiertos para dar el abrazo, prolongado y fuerte y afectivo, que durante años ha deseado dárselo a su hijo, a ese que sólo lo aquietaban dos pengazos del viejo Rafael. Ahora, en la Pradera del Cielo, padre e hijo reirán recordando anécdotas de sus vidas en la Tierra.

            Con la muerte de Diomedes empieza una leyenda que irán narrando, cada quien a su manera, millones de admiradores y fanaticada del Cacique de la Junta y que éste, en la Pradera, grabará a dúo con el amo y señor de la salsa: Joe Arroyo.



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Freddy Yépez


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