El pecado original de la revolución

No ser dueño de nuestra voluntad, guiarnos por ideas creadas por otros, dejarnos penetrar por una cultura decadente desde nuestra morada uterina, aceptar la historia humana como cierta, vendernos la escuela convencional como formadora cuando es todo lo contrario, centros de adoctrinamientos de quienes han diseñado los programas educativos en todos los niveles no respetando el principio universal de la libertad del ser, hasta reducir el potencial infinito con el que nacemos a su mínima expresión.

No atacar la ambición, vendernos la adulación y el culto a la personalidad como valores propios de la lealtad. Pretender revolución sin auto generación de los que están llamados a realizarla. Vender la liberación de los pueblos sin antes habernos liberados nosotros mismos de la opresión de la cultura decadente en la que vivimos.

Atacar las ramas y dejar intacto la raíz, el tronco y la tierra donde está enclavado el mal. Vender la maldad como algo vivo, y no como la ausencia de la luz, del bien y del amor.

Darle fuerza al Estado y la República pensada por los tiranos, pensando que estando en su cima produciremos las transformaciones necesarias de los pueblos. No disolver ese estado corrupto y corruptible, dejarnos distraer con tácticas y estrategias hasta convertirnos en lo que no somos de tanta negación continua de convicciones intimas y principios luminosos.

En definitivo ser el hazme reír de quienes siempre nos han dominado por un lado o por el otro, mientras disfrutan los placeres de gravitar imperturbablemente en la cúspide de la pirámide del poder controlador y manipulador.

Creernos todos los cuentos de hadas que nos venden, hacernos recorrer un camino de liberación ficticio, mientras los pueblos continúan padeciendo los mismos males de siempre, no importa quienes gobiernen, sin son conservadores o no, de izquierda o de derecha.

Ese ha sido el pecado original de todas las revoluciones, han nacido manipuladas, bien pensadas, son parte del mismo juego del sistema que hace de los pueblos infelices, han sabido ocultar muy bien quienes son los que dirigen la obra detrás de las bambalinas, mientras los malvados se mofan de los tontos que siempre hemos sido.

Ese pecado original es la historia de la humanidad negándonos la inocencia original. La inocencia de la cual brota la pureza, la conciencia del ser que somos, el potencial infinito para vivir la vida a plenitud de felicidad y libre de los condicionamientos de esta cultura siniestra en la que nos obligan a vivir.

Pecado original de que pensemos que es imposible superar la angustia que vivimos, negador del verbo creador que poseemos.

Pecado original de vendernos Dioses falsos, doctrinas creadas en laboratorios espantosos de las ciencias sociales de los principales tanques de pensamiento con los que cuentan esas élites perversas.

Modelarnos a unos pocos hombres como los extraordinarios, cuando todos lo somos.

Pecado original, que nos han inculcado, que lo hemos aceptado como nuestra naturaleza esencial, cuando lo que más define nuestra condición es la inocencia original con la que empezamos este largo camino.


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Rafael Guillen Beltre


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