Nadie sabe: ¿dónde nació Maduro?

El mundo vive uno de sus tiempos más complejos y difíciles. Millones de seres humanos mueren por desnutrición; otros millones por enfermedades que ya no tienen razón de existir; centenares de millones viven entre moscas, cucarachas, ratas, zancudos y otras alimañas ligando que los zamuros sepan cumplir su misión de combatir la putrefacción; otros millones se dedican al robo, la prostitución y la mendicidad a falta de oportunidades para trabajar dignamente; millones viven sin techo; millones viven desempleados; millones viven marginados; millones y millones no tienen acceso a la educación y la salud. Mientras que unos pocos, apoderados de lo ancho del embudo, se adueñan y disfrutan la mayor parte de la riqueza social que produce el género humano explotado y oprimido. Si utilizáramos un termómetro para medir la calentura de los sentimientos de la mayoría de la humanidad, la fiebre estaría por encima de los cien grados y eso debería ser suficiente para un gran estallido mundial de rebeldía que despoje, para siempre, a la burguesía del poder político y, poniendo el mundo andar patas abajo, declarar el período de transición del capitalismo al socialismo que sería, sin duda alguna, muy corto  y exitoso para entrar, firme y sin peligro alguno, en la fase propiamente socialista.

                Lamentablemente, el mundo anda patas arriba. Con toda esa serie de problemáticas hay quienes se ocupan de las cosas más insignificantes, las que menos tienen repercusión en la vida política de una nación. Precisamente, la mayoría del pueblo en un país vive la cotidianidad y por eso, generalmente, se calan gobiernos que duran años en el poder dándoles la espalda.  Pero, igualmente por ello, algunos creen erróneamente que sin los intelectuales no es posible que el pueblo se interese por las cuestiones esenciales de la vida. Demás de equivocados están sin que ello signifique menospreciar la importancia que juegan los intelectuales en las luchas revolucionarias.

Madre mediatismo de opinión existe sobre el lugar de nacimiento del camarada Maduro. Poco ha faltado para que algún articulista, de esos minuciosos sabuesos que identifican los olores personales en la tierra, para que nos digan que Maduro hubiera nacido en el Africa cuando el circo donde laboraban sus padres hizo presentaciones en Senegal o Mozambique. Otros seguramente andarán buscando misterios en su cabello para darle su lugar de origen un país del Medio Oriente Arabe. Pero nadie, absolutamente nadie, de los que andan averiguando el lugar de nacimiento del camarada Maduro para que lo declaren ilegítimo como Presidente de la República Bolivariana Venezuela, se ha atrevido a decir que nació en Estados Unidos. Esto sí sería un honor, un privilegio y un mérito suficiente para aceptarlo como legítimo mandatario venezolano. ¿No será que Maduro nació en una travesía entre Colombia y Cuba cuando pasaba el barco por aguas marítimas de Venezuela?

No existe peor obstáculo para un proceso revolucionario que aquel que le coloca fronteras infranqueables al internacionalismo proletario. Las dos o tres primeras décadas del siglo XX fueron privilegiadas en la Historia universal y, especialmente, en la Rusia de los camaradas Lenin y Trotsky. La lucha revolucionaria nunca puso cortapisas fronterizas o de nacionalidades a la militancia proletaria o comunista. Grandes dirigentes del bolchevismo no nacieron en Rusia pero participaron activamente en la lucha revolucionaria y nadie los execró para negarles el derecho a tener cargos relevantes en la administración pública. Eso es, entre otras cosas importantes, una Revolución Comunista.

Todas las revoluciones que se sujetan estrictamente a la Constitución terminan –ellas mismas- poniéndose o atravesándose poderosos obstáculos para avanzar o colocándose una soga en el cuello. No es la Constitución la que modifica a la Revolución. Es ésta la que modifica la Constitución cada vez que las circunstancias concretas y los intereses del pueblo, lo requieran. Mientras el camarada Maduro fue Presidente de la Asamblea Nacional, luego Canciller y después Vicepresidente, los enemigos del proceso bolivariano poco o nada se ocuparon en averiguarle y exigir se aclare su lugar de nacimiento. Tal vez, no lo hacían porque el camarada Chávez era muy de Sabaneta, muy de llano, muy de Barinas, muy venezolano con criterio internacionalista.

Una vez fallecido el líder, los enemigos sacaron de debajo de la manga su carta de mediatismo comunicacional contra el camarada Maduro sin darse cuenta que haya nacido o no en Venezuela ya no existe posibilidad alguna que le arrebaten el Gobierno o de su condición de Presidente de la República. Si nació en Haití no tiene más que guiarse por el internacionalismo de Petión pero también de Bolívar; si nació en Colombia no tiene más que seguir el ejemplo de hombres como Antonio Nariño y Camilo Torres Tenorio y hacerse verbo de la revolución; si nació en Cuba no tiene más que alzar esas banderas de Martí que Fidel dignificó; si nació en Argentina no tiene más que hacerle honor al Che; si nació en el Africa no tiene más que continuar el ejemplo de Lumumba; si nació en Rusia pues que saque a flote las enseñanzas asimiladas de los camaradas Lenin y Trotsky: si nació en Vietnam que persista en el sueño emancipador del camarada Ho Chi Ming; si nació en México  que persevere más en las ideas de Zapata que en las de Villa; si nació en Chile que invoque las ideas de Allende y que cuando cante en actos públicos se recuerde de Jara tanto como de Alí; si nació en Estados Unidos, por nada del mundo se asemeje a ninguno de los presidentes que han gobernado ese país y que más bien se parezca a los Panteras Negras; pero si nació en España, por Dios y todos los santos, que no se parezca en nada ni a Zapatero ni a Rajoy y mucho menos a Franco y Aznar y nada de imitaciones a reyes o príncipes. Mejor dicho: nos quedamos con Nicolás Maduro Moro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela y punto.

En fin: en lo particular no me importa dónde nacen las personas siempre y cuando profesen el comunismo como el sueño redentor de este tiempo. Cuánto añoro, utopía ciertamente y sin desmeritar a ningún venezolano de ningún género, que se vinieran a vivir en este país dos hombres alemanes semejantes a Marx y Engels; dos hombres rusos semejantes a Lenin y Trotsky, una mujer polaca semejante a Rosa Luxemburgo; dos vietnamitas semejantes a Ho Chi Ming y Nguyên Giap; un argentino semejante al Che; dos cubanos semejantes a Fidel y Martí y el camarada Maduro les colocara en altos cargos de la administración pública y al carajo con las críticas de los xenofóbicos políticos. Por favor: que nadie del Proceso Bolivariano se sienta ofendido por mi añoro. No es más, repito, que utopía.



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Freddy Yépez


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