Las toallas sanitarias de Carla Angola

 

Hace unos años escribimos en este mismo sitio que a esa muchacha le salía un Cuito Cuanavale que la librara de la colonización ideológica que la subyuga y con la que contagia a una parte importante de compatriotas. Creo que ese momento se acerca, que el 14 de abril haremos el gran exorcismo que liberará la mente de muchos venezolanos y venezolanas de algunos demonios, duendes y brujas que todavía les perturban el ánimo y el buen sentido.

La colonización ideológica implica alienación; es decir, desconocer la realidad que nos circunda, internalizando intereses ajenos y negando los que son nuestros como país, como clase y hasta como personas, al imponernos valores y estéticas de otras culturas o que son anacronismos correspondientes a un pasado que en nuestro proceso se aleja a velocidad impresionante.

Pero la alienación llega al colmo de extrañarnos del propio cuerpo, de hacernos denigrantes nuestras emanaciones y fluidos o características raciales que no correspondan a los patrones occidentales. Tenemos los olfatos domesticados para que nos ofendan nuestros olores naturales y obligarnos a llenar de productos químicos las concavidades. La negación de los olores cotidianos, su sustitución por estandarizados aromas artificiales a pino o lavanda, se considera una de las condiciones del confort, de nuestra proximidad al american way life. Un funcionario norteamericano del plan Marshall se sorprendía al ver que los campesinos españoles beneficiarios de las viviendas que les construían a principios de los cincuenta, utilizaban los inodoros para sembrar plantas, y le costó entender que en esos suelos agotados, el excremento poseía un gran valor de uso.

El flujo periódico de su sangre ha significado una especie de maldición para la mujer (excepto en los casos no deseados en que la menstruación se atrasa y cuando asoma, hace que el susto pase), pues en añadidura al malestar que suele provocar, tiene la connotación de impureza que muchas culturas y religiones le han endilgado. En algunas etnias se les obligaba a ausentarse de la comunidad, con riesgo hasta de la vida, mientras estuviesen menstruando. Afortunadamente estos tabúes tienden a ser erradicados y el flujo menstrual cada vez se entiende como algo inherente al ciclo reproductivo, completamente natural, sacudiéndole la carga maléfica, pavosa al menos, que lo venía acompañando.

Pero quien no pierde su carga maléfica es Carlita Angola cuando sataniza una iniciativa de algunas artesanas de ofrecer almohadillas lavables como alternativa económica y ecológica ante las toallitas desechables. Es posible que esa muchacha tenga intereses en la publicidad o fabricación de alguna marca, o que como icono del consumismo, su mente colonizada en un reflejo condicionado salga en defensa de lo desechable. No olvidemos que en esta etapa del capitalismo, para las grandes empresas lo deseable es lo desechable. Cada vez lo que nos rodea es más perecedero para producir mayor velocidad en la rotación del capital.

Y es que el capital es muy hábil para monopolizar y crear dependencias y luego desaparecer sus productos y producir desazón y angustia por el síndrome de abstinencia, por motivos meramente económicos como elevar los precios, o políticos para desestabilizar.

Por eso celebro esta propuesta de retorno a las toallas lavables, así como también en que una ducha teléfono junto a la poceta es mucho más higiénica que el tualé, además podemos pensar en cuántos árboles se salvarían si cambiamos la cochina costumbre de limpiarnos con papel.

Adelante mujeres, se me ocurre que una flor teñida con vuestra sangre incruenta, es un hecho de poesía pura.



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Oscar Pérez Cristancho


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