Una de esas reflexiones ingenuas del chavista suspicaz que no gusta de la uniformidad es decir que “ser chavista no es ponerse una camisa roja”, lo cual alude a que el verdadero signo de aquella militancia espiritual genuina pertenece a un plano superior al de la ropa. Y es verdad, como tambien lo es que ser chavista no sería ponerse una camisa verde, amarilla o negra, porque sencillamente ser chavista no tiene que ver con ninguna camisa, lo del rojo es un valor agregado, un símbolo que forma parte del patrimonio politico de un inmenso movimiento latinoamericano nacido del proceso histórico del pueblo venezolano. La marea roja tiene tal significación como presencia politica que le permite a uno la excepción de poder vestirse aun de negro, como lo hizo Chavez en el cierre de la campaña 2012, sin que ello signifique de ningun modo que alguien quiera cambiar el espontáneo color rojo de la multitud.
La adopción del rojo fue tambien parte del proceso que llevó al chavismo a constituírse en una identidad de clase y en una cultura política. En Latinoamérica el color de la izquierda fue siempre el impóluto blanco de las guayaveras de Ortega o las de Raul Castro, como tambien es cierto que no fue el antiguo gallo rojo quien transmutara el amarillo del primer MVR a la actual coloración del PSUV. Más exacto, desde el punto de vista psicológico, es atribuirlo a una progresiva introyección por parte del pueblo de aquella impronta recibida de la boina roja del comandante Chavez.
Ya los medios han olvidado que durante el golpe de 4 de Febrero 1992, cerca de las 7:00 AM, Carlos Andrés Perez apareció en TV, segun se dijo desde los estudios de Venevisión, aunque bien pudo ser desde la Embajada Americana, anunciando oficialmente que “habia tenido el bochorno de recibir las llamadas de solidaridad de sus colegas de Latinoamerica” ante “el intento de asesinato” perpetrado en su contra por parte de los grupos “Bandera Roja y Tercer Camino”.
El déspota de aquella moribunda Cuarta República intentaba con aquella distorsion de los verdaderos hechos hacer un “drivle” a la historia, omitiendo la insurrección ocurrida y refirendose a esta como una “intentona” de darle muerte por parte de desadaptados trasnochados rojos cuyos nombres no eran siquiera importantes. Con zagacidad de viejo zorro improvisó maliciosamente una historieta donde metía en el paquete aquellas insignificantes y antiguas figurillas rojas de la fracasada guerrilla que pudieran inspirar en el adeco medio una especie de miedo atávico a los embates de la otrora poderosa Union Sovietica de los 70's y el “comunismo internacional”.
Horas despues, y una vez evidente ante la población que lo ocurrido había sido un levantamiento militar y no aquella ridiculez de un magnicidio planeado por la “ultraizquierda”, ni CAP se atrevió a repetir el desvarío. El golpe habia tenido tropa, oficiales, y un jefe que se hizo responsable de todo aquello, por lo que desde Miraflores se afirmó categoricamente la especie segun la cual los insurrectos “habían adoptado la boina roja para confundirse con los soldados de Casa Militar”, colocandole así a la característica roja de la gorra, la infamia del disfraz. Nada más falso, la boína de la unidad militar de Chavez era roja y ya, tanto así que despues del golpe los burócratas militares la cambiaron a verde como una manera de castigo a la unidad y una forma de esconder los trapos sucios. Esta grosería del generalato lamesuela y arbitrario de la época debió ser corregido por el mismisimo CAP, quien en un acto lleno de remilgos y demagogia devolvió en un acto la boina roja a la antigua unidad del Chavez en prision. Ya allí se veia como aquel símbolo se transformaba en germen de trascendencia dentro del alma guerrera e irreverente del venezolano de a pie.
Una semana despues de la insurrección, la Caracas que no cree en nadie, la que se burló de Paez y derribó estatuas de Guzman Blanco, la que tumbó a Perez Jimenez en el 58 y votó masivamente por Él en el 68, aquella donde ningun partido gobernante fue reelecto durante la cuarta, la que recien habia desatado el huracán del 27 de Febrero. Esa misma ciudad rebelde que el Gloria al Bravo Pueblo pone como ejemplo, comenzó su alzamiento del mismo modo que lo ha hecho siempre: con una francachela.
En este pueblo de Venezuela al pié del Guaraira Repano, que lo ha visto todo y donde hasta Simón Bolívar, en la cumbre de su gloria, jugó Carnaval, se decía: “a Chavez deben dársele 20 años de carcel, uno por el golpe y 19 por haberlo fallado”. El sarcasmo popular reflejaba la transición entre la sorpresa de ver a unos jóvenes militares chocar con los gigantescos chivos de aquel pais petrificado, y una simpatía indetenible que aceleraría con la fuerza de un río crecido en el corazón de la gente.
El impacto del “por ahora” y “yo asumo la responsabilidad” del boina roja que todos observaban, fue un relámpago que llevó a mirarnos las caras unos con otros, a una reflexión invidual espontánea que a unos ocurrió el mismo dia, a otros en una semana, quizas a otros en un mes o tres, pero que llevaba a una inexorable conclusión secreta: “tienen razón”, luego de lo cual sorpresivamente descubrías que eras cómplice de otras personas, que compartías no solo la misma convicción sino tambien ¡el mismo sentimiento! Eso nos llevó a manifestar frente al Cuartel San Carlos, a hablar contra el gobierno, así nació lo de ser chavista, ponerse la boina roja o disfrazar al chamo de Chavez en el carnaval.
Habrían querido los sastres de los símbolos a la medida, que el color rojo hubiera surgido de un congreso ideológico previo que lo hubiera adoptado como estandarte de lucha ó que resultara de la asimilación de la base comunista en la forma de una imagen superadora, pero no, no fue así. Este pueblo templó el rojo desde el código de aquella boina vista por todos en la cabeza de un hombre con el guáramo de decir “yo asumo la responsabilidad”, un ser igual a cualquiera de nosotros, alguien que podía haber sido uno mismo. Esa solidaridad yoica que trató de pescar Joe Napolitan con el eslogan “Jaime es como tú” (borracho, mujeriego, reilon), pero esta vez dado en la tierra silvestre del pueblo, habia tocado irreversiblemente el lado sublime del venezolano: “Chavez es como yo”, bueno, noble, soñador, y sobretodo valiente. El “yo soy Chavez” se hizo así en las calles, sobre los fueyes de la tertulia, el mercado, los vendedores ambulantes, los tragos de aguardiente de todos los tipos, San Carlos, Yare, carnestolendas, el desfile del 5 de Julio del 93, en que la gente se atrevió a aplaudir a los paracaidistas ante los ojos abismados de los jerarcas cuartosaurianos, y mil mas de aquellos recovecos donde el pueblo fabrica la voz de Dios.
El incendio rojo, para no hablar de otras manifestaciones del chavismo, tenía ya una estatura temible, aun en los tiempos del Chavez de liqui liqui, cuando en aquella cochinada del adelanto de las elecciones parlamentarias de 1998 urdida por la oposición (¡antes de las presidenciales!) , el ahora fenecido Consejo Supremo Electoral impuso a los candidatos a diputados las fotos en blanco y negro en la tarjeta, para evitar que se colocaran como estandarte la boina roja.
En esta dialectica del miedo supersticioso al rojo de la Guerra Fria y la decisión espontánea del pueblo en la adopción del color, aparecieron por supuesto las alusiones al carácter fascista de la uniformidad, a primera vista similar a las “camisas negras” del fascismo italiano o a los “camisas pardas” de las SA alemanas.
Los historicistas, muchos de ellos sabihondos desertores de la vieja religion marxista a la cual pertenecieron en un esfuerzo de ser “diferentes a los demas”, algo así como ponerse el reloj en la derecha o usar chiva, se apresuraron a denunciar el tema de la horda, del chavista tumultuario que rompia imagenes religiosas y estaba enfermo de odio a la sociedad, lo cual no pasó de ser una ridiculez si se tiene en cuenta que el camisa roja no es un sujeto de choque, ni con aires de miliciano, no es una minoría o una élite que se crea mas fuerte o mejor que el vulgo ignorante. El “rojo rojito” del chavista es sinónimo de alegria, de pueblo mismo que se funde en una expresión colectiva de amor y presencia, al punto que El Comandante la bautizó como la “Gran Marea Roja”.
Hoy en Venezuela, ponerse la camisa roja es como adoptar una posición, al uno hacerlo, sabe desde el principio que las reacciones no seran neutras. Puedes recibir un saludo de solidaridad o un mal comentario de ascensor por parte del vecino escuálido, te puedes sentir a ratos como el pez visible en medio de una manada de tiburones o parte de un banco de peces de la mayoría del estanque. Nunca antes un atuendo tuvo tal carga y significación tanto en el dia a dia como en el movimiento de masas.
Muchos compatriotas recelan del rojo como disfraz del escuálido cobarde que se hace pasar por chavista, o de aquel espía “infiltrado” que lleva información al bando contrario, pero en realidad ninguna de esas minoritarias especies pueden ser tan peligrosas como para que valga la pena renunciar a nuestro rojo de pueblo. El cobarde disfrazado es exactamente eso, una nulidad como politico que hasta se viste como nosotros, y el “infiltrado” es la mayoría de las veces una novela que para ser verdad tendrían los de la MUD que tener un servicio de inteligencia tan organizado como el de las películas.
Podría ser que nuestra explicación de psicólogo del pueblo no atinara o no agotara las razones de como se convirtió en rojo el corazón de Venezuela, pero lo que es inexorablemente verdad es la espontánea manifestación escarlata del pueblo en acción. Como decía el gran Lenin: “la verdad es siempre revolucionaria”. ¡Que viva Chavez!
*Psicólogo Ph.D
miguelvillegasfebres@gmail.com
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