¿Sin Chávez?

Nunca fue tan inútil como ahora esa preposición “sin” y su significado de carencia. No hay en este momento, y con seguridad no lo habrá por mucho tiempo, una Venezuela sin Chávez. En primer lugar, porque la vitalidad del presidente, su sentido de compromiso, el auto impuesto deber de encaminar de modo sólido e irreversible esta aún incipiente revolución, pueden servir de catapulta a una mejoría física, contra todos los pronósticos y malos augurios del ala más patológica de la oposición.

Pero si así no fuere, ¿quien será el desencaminado capaz de pensar que Chávez, su recuerdo, su inspiración, sus propuestas políticas y su capacidad de infiltrarse en el tejido íntimo y amoroso del pueblo desaparecerían como por arte de magia si él llegase a faltar? Sus catorce años de gobierno han servido para infinidad de logros: disminuir la pobreza, aumentar descomunalmente los índices de escolaridad, generar un movimiento integrador en toda Latinoamérica, convertir a Venezuela en un país de referencia en el mundo; pero, a no dudarlo, lo más contundente de esa acción de gobierno es haber insuflado en las grandes mayorías del país la conciencia de su derecho a participar activamente en la definición de su futuro. El fenómeno que solemos designar con los vocablos incluir o visibilizar, no importa cuan intangible sea, es al mismo tiempo lo más concreto y actuante del proceso político iniciado por Chávez. Y eso, además, no es pasible de abolición por ningún decreto. Un muy improbable gobierno de la derecha podría echar atrás muchos de los logros de la revolución, las misiones por ejemplo, pero no podría borrar de la mente y el alma del pueblo la conciencia de sus derechos, su hábito de participar en la toma de decisiones, su disposición a exigir lo que le corresponde.

Significa que la figura de Chávez, sus ideas y propuestas, y sobretodo su estilo de hacer política, pervivirían mucho más allá de su existencia física y seguirían gravitando decididamente sobre el acontecer nacional, sus organizaciones partidista y sociales y, de manera especial, en la conciencia de un pueblo que lo convertiría en el icono de sus esperanzas de redención.

De modo que la expresión “hay Chávez para rato” debe interpretarse no solo como anticipación de una deseable mejoría física y el consiguiente retorno a la conducción del gobierno; esa fórmula expresa igualmente la certeza de la permanencia histórica de un individuo que, como los grandes catalizadores del devenir humano, dividen el tiempo en un antes y un después de su propia participación en los destinos del colectivo.

A esa oposición deslenguada y francamente enferma, que anuncia con euforia celebraciones y brindis ante la eventual desaparición física del presidente, no le vendría mal reflexionar un poco acerca de si prefiere vérselas con un Chávez de carne y hueso o con uno en trance de inmortalidad.

cosimomandrillo@gmail.com


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Cósimo Mandrillo


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