El imperio de las multinacionales: el rostro oculto

A riesgo de parecer insistente, el tema de la Plutocracia Mundial que brillantemente presentó en México José Saramago continúa perturbándome. La perturbación no nace de la duda cuanto de la persuasión de que no se está identificando suficientemente el problema. La tendencia universal de atribuir a individualidades, desde las grandes obras hasta los más terribles crímenes deja en la sombra, impunes, peor aún intocados, los verdaderos responsables. No hay mejor manera de colaborar con las fuerzas que medran en esas sombras que ignorarlas. Así, en nuestra patria, el hundimiento del proyecto de Simón Bolívar y la recuperación de la oligarquía de todo su poder, tiene nombre y apellido: José Antonio Páez, los nombres de la gente que lo utilizó no aparece. Esto les permitió, y les siguió permitiendo, continuar un ciclo de respaldo y aclamación del caudillo a su servicio, el desecharlo cuando no les fue útil, y preparar el continuador de ocasión.

Con fino olfato, las oligarquías nacionales, la burguesía mundial y hoy la plutocracia mundial, va eligiendo, como en los torneos de caballería medievales, su “campeón”, aquél que lleve en la punta de su lanza, con gracia y donaire, el pañuelo, la divisa. El que de la cara y reciba los aplausos, el reconocimiento o el juicio, según le vaya en la pelea. Total, cambiarán de “campeón” como de camisa. Son desechables, como los condones.

Todos conocen a Adolfo Hitler, contra su nombre caen todos los rayos y centellas de la historia, pocos reparan en el hecho de qué, este caballero fue un invento del capitalismo mundial para oponerlo a la triunfante y peligrosa revolución bolchevique. Confiaban que el enemigo natural del can nazista sería la Unión Soviética y que sería sobre ella que desataría sus furias. Hitler se armó bajo las narices cómplices de las poderosas burguesías triunfantes en la Primera Guerra Mundial. No les salió bien la jugada, -sólo temporalmente- el monstruo creado con fines muy específicos, adquirió intereses propios que diferían de los imaginados por sus creadores. Hitler firma un pacto de no agresión con Stalin y se voltea contra sus amos inspiradores.

Poco más o menos les ocurrió con Saddam Hussein, aupado, apoyado, estimulado, armado y financiado para hacer frente al fundamentalismo islámico, al anticristo, a la bestia apocalíptica, personalizada en el Ayatolá Jomeini, para después tornárseles malcriado, agresivo e insoportable. Así les ocurrió con el movimiento Talibán y Alqaeda creados para oponerse a la Unión Soviética en Afganistán, o con el perrito narcotraficante Noriega en Panamá. Siempre han estado, por detrás, por encima, como diosecillos poderosos, los verdaderos amos del circo. Sin sufrir un rasguño, ganando siempre, asistiendo al sacrificio “patriótico” de pueblos burlados.

Ayer, el cancerbero se llamó Adolfo Hitler, hoy se llama George W. Bush. Es este quien cargará con la pesada lápida de la historia, ellos, salvo que los hagamos salir a la luz, seguirán ganando, manipulando y haciendo buenos negocios, protegidos por la invisibilidad. Mr. Bush ha recibido un mandato y como perro fiel lo está cumpliendo. El Nuevo Orden Mundial no es de su inspiración. No podría serlo de un cerebrito vacío como el suyo o la camarilla de enanos de su séquito. El reordenamiento planetario, muy similar al que inspiró a Hitler, es un objetivo necesario para esas centenares, -apenas- de multinacionales, decididas a manejar al mundo desde sus mismas oficinas y bajo los mismos principios con los cuales planifican sus políticas de mercado.

Mr. Bush y el poderío militar estadounidense son piezas del ajedrez. Una partida jugada desde las salas situacionales de las grandes multinacionales y ejecutada, sólo ejecutada, desde las sede de los estados nacionales, llámese White House o 10 de Downing Street. Se está construyendo, bajo un ideario bien definido, la estructura de un nuevo imperio: el imperio multinacional. Un imperio que pasa por la demolición de los Estados Nacionales, como pasó la revolución burguesa por la desaparición del estado feudal.

La construcción de esta nueva forma de imperio, explica la naturaleza intrínseca de las acciones imperiales en estos tiempos. El mundo asiste a la materialización –pretendida- del viejo sueño de Carlos V de Alemania y I de España: “Un imperio donde no se ponga el sol”. La diferencia fundamental reside en que no será la bandera un país, de un Estado, sino que serán, -ya lo son- los reclamos publicitarios de McDonald o Coca Cola, los símbolos del nuevo imperio. La nueva ideología no abreva en las sedes de partidos políticos sino en las oficinas de las grandes corporaciones. No es necesario mucho esfuerzo para encontrar en las acciones de Mr. Bush y el imperialismo estadounidense las claves de esta nueva forma de estadio del capitalismo.

La política actual de los EE.UU., aparece claramente dirigida a la destrucción de la diversidad cultural, la creación de “estados” a la medida de sus intereses y la implantación de una democracia universal made in McDonald, destruyendo así la memoria colectiva, las raíces milenarias de los pueblos y sustituyéndolas por la homogenización y la alienación del mercado. Una vez despojados los pueblos de sus raíces étnicas o culturales, lo demás sería pan comido.

Frente a esta demoledora acción de la plutocracia mundial hemos de profundizar, cuando aún podemos, en el rescate de nuestras raíces, de nuestra cultura, de nuestro “según y cómo”. Fortalecer el Estado. Marchar hacia la complementariedad entre los pueblos, hacia la construcción de una multipolaridad real capaz de hacer frente a estas pretensiones hegemónicas. Una combinación de fuerzas nacionales que pueda neutralizar el proyecto más radical de dominación jamás pensado en la historia humana.

En Venezuela, en esta luminosa y amenazada Venezuela Bolivariana, hemos de respaldar con toda nuestra energía la construcción del poder popular y las manifestaciones espontáneas de la cultura popular. La Misión Cultura no es una opción, es una imprescindible necesidad.

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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