De la monarquía al socialismo

Más de dos mil años tienen las vetustas monarquías europeas y todavía, cuando el común mortal piensa en un rey, una princesa, un marqués o un duque, imagina un hombre elegante, refinado y muy morigerado. Nunca piensa que aquellos hombres son herederos de una caterva de criminales que robaron inmensas cantidades de terrenos e impusieron reinos, marquesados o ducados sobre la base del terror, amparados por las armas (poder terrenal) y por la Iglesia (el poder celestial). Ese fue el modelo trasladado por los españoles a esta Tierra de Gracia, para desgracia de los pueblos originarios, diezmados y avasallados de forma inmisericorde. Fue la forma llenar el arca real de Su Majestad con la alcahuetería de los frailes, quienes recibían parte del botín. Más de trescientos años de ignominias permaneció este brutal régimen en América, hasta que en Venezuela se fundó una república sin tener republicanos. Bien lo dijo Simón Rodríguez “Para tener república hay que formar republicanos”.

Los aristócratas criollos de la época crearon una república y para eso impusieron varias constituciones, similares al modelo norteamericano. Todas tenían en común el poder en manos de la oligarquía. Se lee en tales documentos que los electores y lo elegidos debían tener ganancias de más de cinco mil pesos y ser dueños de propiedades. Es decir, los indios, los esclavos, las mujeres, los analfabetas y los peones estaban excluidos en dichas elecciones. Era una república concebida a la medida de los oligarcas. Con la llegada de la nueva forma de gobierno no desaparecieron las añejas instituciones monárquicas: las gobernaciones, los alcaldes, los cabildos, entre otras, ahora ejercidas, no por los peninsulares, sino por los Amos del Valle o grandes cacaos, es decir los dueños de haciendas. Estos ricachones detentaron el poder, avasallando a los mismos excluidos que la monarquía explotó durante siglos. Para este período, sólo se cambió de explotadores, ahora no era el español, sino el oligarca de pacotilla, los explotados siguieron siendo los mismos.

La guerra de independencia fue un caos, un horror que asoló la Venezuela en cierne. Finalmente, una vez conquistada la independencia, aquellos criollos no perdieron el poder. Así comenzó la recuperación de un país arruinado y endeudado. Sin embargo, allí todavía estaban las tierras productivas, las cuales pasaron a manos de los oligarcas para ser trabajadas por unos peones quienes serían explotados de manera inhumana, ante la mirada indiferente de obispos y frailes. Siempre subyugados por el rigor de la armas, en manos los dueños del dinero y haciendas en complicidad con los obispos.

Durante años se produjeron guerras civiles, levantamientos y montoneras para consolidar aquello que recién se llamó república, apuntalada únicamente con el poder de las armas en manos de los hacendados y oligarcas. Como siempre, los pobres eran explotados de forma inclemente, sin participación en el gobierno en esa moderna cosa llamada república. Los jornaleros se llenaban de hijos para incorporarlos al trabajo, así crecía la pobreza y los resentimientos contra los ricos.

De dictaduras pasamos a democracias representativas y de estas regresábamos a la tiranía, pero los pobres nunca apreciaron la diferencia entre una y la otra. Los pobres seguían siendo más pobres y los ricos, más adinerados. Era la vil explotación del hombre pobre por parte del hombre rico.

Nos hablaron de Democracia, “el poder en manos del pueblo”, pero el pueblo nunca tuvo poder, lo único de lo que podía ostentar era su miseria. Así se fueron llenando los cerros de Caracas de hombres, mujeres y niños buscando en la capital la solución de sus problemas. Lo único que lograron fue trasladar sus esperanzas, que pasaron de generación a generación, hasta poblar los cerros con más desesperanzas. Era una democracia sin demócratas, como aquella monarquía sin hidalgos, así como aquella república sin republicanos.

Imposible negar que las cosas funcionaron muy bien para algunos, sin importar si el régimen fuera una monarquía, una tiranía o una democracia representativa. Se trata de aquellos personajes muy maleables capaces de acoplarse muy bien a cualquier forma de gobierno. Me refiero a los capitalistas y a la jerarquía eclesiástica quienes siempre convivieron muy bien al lado del rey, cooperando con el emperador, el tirano de turno o muy cerca del “gran demócrata”. Todavía resuenan aquellos apellidos que encumbraron y engalanaron los ampulosos salones de banquetes donde compartieron con ejecutivos de las empresas transnacionales. Eran tiempos de repartición de nuestras riquezas y nuestros territorios.

De aquellas vetustas monarquías quedan rezagos. Todavía las hijas de los burgueses se casan de blanco con “una corona” de azahar, unos pajes llevando una hermosa capa, desfilando en el medio de caballeros y damas de honor; es notorio la elección de una mis que nos representará para reinar en el universo o en mundo o si no, una reina de carnaval y, hasta eligen un rey momo. Se entroniza a una virgen con una corona de oro engastada con onerosas gemas y la visten con una mayestática capa; a su Dios los católicos lo llaman el Rey de los Cielos o Rey de Reyes, como si el firmamento se rigiera por una monarquía tiránica.

Imagino, si no nos hemos podido deslastrarnos de aquellas fruslería de la monarquía, mucho menos podemos desprendernos de los vicios del capitalismo consumista. Las grandes corporaciones nos dividieron en productores y consumidores y aceptamos estoicamente nuestra condición de compradores de cosas. Adquirimos cosas para sentirnos bien y recibir los halagos de nuestros semejantes. Es la misma herencia de la monarquía, de la tiranía y de la democracia representativa, sin importarnos si aprendimos a ser súbitos de la corona, si éramos republicanos o demócratas. Lo importante era exhibir cosas para parecer y no para ser.

Ahora mi comandante Hugo intenta, con el voto mayoritario que nos dio la victoria, consolidar el socialismo. Parafraseando a Simón Rodríguez, “para vivir en socialismo debemos formar socialistas”. No es nada fácil para una sociedad que posee rezagos monárquicos, de consumistas compulsivos creyentes que su personalidad vale de lo que hace alarde, de hombres y mujeres que apoyamos el gobierno, pero que muchos no saben cómo se comporta un verdadero socialista.

La tv privada, como siempre, intenta asustar al pueblo al asociar comuna con comunista y comuneros con bandoleros. Como siempre, se valen de la ignorancia ajena. Desconocen la rebelión de los comuneros colombianos en el 1781 que luego pasó a nuestra zona de los Andes, pretendiendo erradicar el monopolio de los comerciantes españoles. Desconocen la rebelión de las Comunas de París del 1871 para instaurar un modelo auto gestionarlo y mucho menos, leyeron el libro “El judío Errante” donde Eugenio Sue, el autor, nos describe muy bien la finalidad de una Comuna. Nuestra oligarquía parásita tratará de impedir que una Comuna de obreros controle la producción y comercialización de una empresa. Impedirán la creación de empresas socialistas dirigidas por un consejo de obreros. La vieja cúpula sindical se opondrá a las nuevas estructuras basadas en la solidaridad y no en los criterios crematísticos de la Cuarta República. Las grandes transnacionales se enfrentarán a la eliminación del modelo mono productivo para poder vendernos los excedentes de sus productos. Le temen la vigilancia del ambiente por parte de consejos comunales. Las grandes corporaciones económicas les tiemblan las carnes ante la posibilidad de la instalación en América del Sur de una nueva forma de democracia, una Democracia Participativa, Protagónica y Socialista.

Pero para que todo lo anterior deje ser una utopía y convertirse en una realidad, debemos construirla, para eso debemos ser y comportarnos como un verdadero socialista, tal como lo recomienda mi comandante Hugo. Eficiencia, responsabilidad, solidaridad, honradez y trabajo, son las bases del socialismo.

enocsa_@hotmail.com





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Enoc Sánchez


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