La vergüenza

Un día vi pasar a un hombre que tenía por ley el acento moral de la vergüenza, y me pregunté ¿será posible que ese hombre justo y generoso, de alguna manera pudiese redimir mi alma acorralada por las espinas del desamor?

Quizá no exista semblante mas lleno de vergüenza, que la tristeza que se consume a sí mismo, tras las rejas de la injusticia.

Más aún, se multiplicó mi vergüenza, cuando vi la paja sobre el océano del ojo ajeno.

Quizá de vergüenza sea yo el que muera y no el amor.

El amor pasó por aquí frente a mí y siguió de largo, luego me sentí pobre y avergonzado, sentí vergüenza de mi boca, de mis rodillas rotas y piernas agarrotadas, de mí encanecida cabeza, que se confunde con la espesa barba.

Sentí vergüenza de los ojos que se cierran frente a mis callosas manos tan descubiertas. Sentí vergüenza del sol que tan de prisa se oculta a mis espaldas, y de los sueños que en las serenas noches cabalgan.

Me da vergüenza cuando hablamos de un mesías que nunca llega, entonces, ¿quién es aquel ángel de carne y hueso clavado sobre la dura madera? Sentí vergüenza cuando de su costal izquierdo el carmesí brotaba y más vergüenza sentí, cuando el cielo se abrió para lavar los vendajes que cubrían sus dolorosas llagas.

Fue en aquel preciso instante, que logré comprender el por qué la vergüenza, de alguna manera mitigaba la sed y el hambre que me acompañaban.

Seguido de gran muchedumbre, aquel hombre justo y bondadoso de nuevo pasó frente a mí. Sentí vergüenza de la viga que enceguecía a mis ojos y entonces surgió el milagro, el amor volvió a mí y me regaló el fuego que redimió a mi empobrecida alma. 

julio.cesar.carrillo@hotmail.com


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Julio César Carrillo


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