Historia y Compromiso

El siglo XX fue un momento de utopías, revoluciones y tiempo inclemente. Utopías, pues permitió el inicio de un debate crítico acerca del impacto del capitalismo y la posibilidad que se concretara, lo que los pensadores como Owen habían denominado socialismo utópico, como un proyecto no concreto. La revuelta en Rusia en 1905, inició la discusión sobre la posibilidad concreta de avanzar en la definición del socialismo y las posibilidades que este pudiera tener. Es famoso el debate que Rosa Luxemburgo introduce en su texto Reforma o Revolución (1912) sobre los peligros de la socialdemocracia y el reformismo para la consolidación del camino al socialismo. Célebre es el debate que el propio Vladimir Ilich (Lenín) generara con León Trosky y Joseph Stalin, sobre la vía de construcción del socialismo soviético. En mi criterio, esa utopía basada en una crítica al imperialismo como una fase de desarrollo del capital generó una movilización disímil en todo el mundo que permitió organizar la protesta social y política en la 1era mitad del siglo XX.

Revoluciones que también introdujeron el debate sobre la única posibilidad de uso de la violencia política e ideológica como camino exclusivo para el cambio político. Comenzando sin duda con la revolución de mencheviques y bolqueviques en 1905, pasando por la revolución mexicana de 1910, hasta llegar a los efectos del cambio político y social experimentado en la mal llamada I Guerra Mundial y que en mi criterio, debe denominarse I Gran Guerra, pues la etiqueta de guerra mundial es un intento de imposición europeocéntrica de la historia. Por otra parte es un tiempo inclemente, en el sentido que el siglo XX pasó muy rápido, dado el acto impacto de la revolución científica y tecnológica que impulso el desarrollo al mismo tiempo que la sobreexplotación de los individuos.

En este contexto se produce un debate historiográfico que aún hoy nos permea. Por un lado, el pensamiento positivista con su insistencia en alcanzar “la objetividad”, en construir una interpretación de la realidad sólo centrada en una visión política desde y por las élites dirigentes. Por otro lado, la propuesta sobre la base del método marxista de una historia crítica a partir del estudio de la lucha de clases, pero que cayó en un excesivo determinismo económico y una ortodoxia interpretativa, sobre todo con los manuales rusos de la década de los 30 y 40 del pasado siglo XX. No puede dejar de nombrarse el impacto de la Escuela de Los Annales y su propuesta de una historia social, de los tiempos y de los colectivos, que tanto impacto tuvo con las obras de Lucien Febvre, Henry Pirenne, Marc Bloch entre otros. Lógicamente en ese siglo XX hay que ver la influencia del estructural funcionalismo con Talcott Parsons y lo que significo desde un intento de justificar el capitalismo. Sin embargo, la crisis como agotamiento y oportunidad de finales de la ´decada de los años 80 generó un nuevo debate, acerca de la tesis neohegeliana del Fin de la Historia, de Francis Fukuyama. El intento de los think thank (laboratorios de ideas) del capitalismo neoliberal de señalar el indefectible e indetenible triunfo de la tesis neoliberal del mercado, no se tradujo en una desmovilización de las protestas sociales y menos aún, significó que el conflicto social desapareció. Por el contrario, la experiencia – y el conflicto- en la exrepúblicas soviéticas (georgía, Ucrania, Letonia, Estonia, entre otras) se extendió de tal manera que su impacto llegó hasta Nuestra América.

En este contexto, la mayoría de los historiadores optaron por la “objetividad”, es decir, el silencio cómplice, pues desde una filosofía del conocimiento hegemónica y colonial, intentar una interpretación de lo inmediato, delo coétaneo, es decir, de lo que se encuentra en pleno desarrollo, no es un acto científico. La ciencia moderna y su legado de dominación hace ver que el conocimiento debe alcanzar su carácter científico sólo cuando manos declaramos militantes de la historia inmediata y ello se traduce en una preocupación por comprender, entender y analizar lo que ocurre, lo que ocurrió y las posibilidades de lo que pueda ocurrir. No se trata de adivinar, se trata de manejar prospectivas de acción colectiva, entender escenarios pero sobre todo comprender que el conocimiento y la ciencia no es “neutra”. El saber científico es un acto de dominación sí sólo sirve para explotar, justificar el control hegemónico de unos actores sobre otros, o lo que es peor, sí sólo se utiliza para maximizar la apropiación de plusvalía y de beneficios económicos.

El siglo XXI nos obliga a entender la historia como un compromiso desde nuestra militancia, sin renunciar a la investigación detallada pero crítica, sin evadir la comprensión e interpretación de mi hoy, de nuestro hoy, pero sobre todo coincidir en un esfuerzo de construir una historia colectiva, donde no se haga hincapié sólo en el héroe extraordinario, cuando lo común es el esfuerzo colectivo. La historia inmediata, mejor dicho el trabajador o el obrero de la historia, ese que vive en su cotidianidad que se repite en cada espacio social, debe incrementar su compromiso de vida con una comprensión transformadora de su entorno. No debe escribirse una historia heroica, o una historia que insiste en la fecha y la memoria automática. Debemos luchar –militantemente- por una historia de la vida, donde reflejemos e interpretemos las contradicciones y los avances y retrocesos de la condición humana, hay que entender la política como un hacer juntos entre diversos y el poder, no como imposición sino como capacidad de autorealización colectiva. Hacerlo es un compromiso y una tarea ineludible. En ese campo militamos e insistimos desde las escuelas de historia, aunque la tarea no sea fácil.

Dr. Juan Eduardo Romero

Historiador

Juane1208@gmail.com


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Juan Eduardo Romero

Dr. Mgs. DEA. Historiador e Investigador. Universidad del Zulia

 juane1208@gmail.com

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