Confesiones de una mayamera en estado de shock

Nosotros los chavistas tenemos gente donde los escuálidos menos se imaginan.

Lo que pasa es que algunos chavistas cuando ven a los enfermos disociados vomitar sus odios, se hacen los locos, y escuchan, y hasta consiguen pasarse por enemigos del proceso para ver que maraña de turbiedades les ciega.

Es un verdadero espectáculo ver a un desquiciado escuálido echar espuma por la boca, y no es que en absoluto a uno eso le divierta eso, pero realmente no nos queda otra salida que verlos, estudiarlos, auscultarlos.

Un trabajo de siquiatría realmente muy fino, muy delicado, hay que desplegar para uno no alterarse y analizarlos diestramente.

Usted está tranquilo en un banco, en un mercado, en un aeropuerto, parque o plaza, y ellos comienzan con sus delirios de drogados por Globovisión: “Aquí uno se siente inseguro…”, “ya no se consigue aceite…”, “sigue la regaladera de nuestro petróleo…”, “ ¿Y para qué comprar tantas armas?”, “y por qué no dirá dónde fue lo del tumor…”.

Apenas comienzan ya sabe uno por dónde van.

En días pasados me escribió desde Miami una querida amiga venezolana que lleva varios años viviendo allí, por trabajos especializados que su esposo, quien es alemán, realiza para varias compañías.

Me dice mi amiga que la cosa es Miami más duro de lo que se piensa. Los locos disociados andan por la calle hablando solos, soñando con que Chávez se muera, y van a la Iglesia a pedirle a Dios, a la Virgen y a cuantos santos existan por su pronta desaparición. Y todos estos males se les recrudecen leyendo declaraciones como las de Roger Noriega y las que en grandes titulares publica diariamente El Nuevo Herald.

Me dice mi amiga: “Aquí hay que llenarse de mucha paciencia todos los días en todas las esquinas, en los taxis, en las tiendas, en el supermercado y en la propia sala de espera del Consulado, donde los escuálidos aunque son muy bien atendidos provoca usted sabe qué….”

Añade mi amiga: “El otro día regresaba del supermercado y había una señora sentada en el lobby del edificio. Antonio -uno de los muchachos que funge como conserje, vigilante, recogedor de basura, etc.-, le dijo que yo era venezolana "también". La señora que parecía que se encontraba en muy apagada y medio enfermita por las locuras en que vive, entró en euforia y me preguntó si vivía en el mismo edificio, a lo que por supuesto respondí afirmativamente, así que me preguntó si podía venir a mi apartamento a tomar un café porque le hacía falta conversar con alguien de Venezuela. La señora se llama L. de P. y me contó que su esposo había ocupado importantes cargos en los gobiernos de Caldera y cuando ganó Chávez decidió vender todo y venirse a Panamá. En este edificio compró dos apartamentos que ahora ella trata de alquilar. Ya sabes profe, que la gente asume que uno es oligarca y comenzó a despotricar y yo, pues le aclaré que era chavista y comencé a defender a Chávez y a la Revolución. Pues la señora ha entrado en una crisis de llanto y me contó que el esposo, estando aquí en Miami, entró en una gran depresión y tuvieron que regresarse a Venezuela y al poco tiempo de llegar allá él se suicidó. Ella está tratando de alquilar los dos apartamentos aquí todo dentro de un pleito de herencia con dos esposas anteriores e hijos que tenía el esposo. Esos son los dramas de los disociados mi profe.”

jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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