La expertocracia y el problema del mando

No lo digo por manía ni porque me da la gana (...) dice la letra de una bella canción del poeta y cantor Alí Primera, al que alguien de este pueblo comenzó llamándolo panita creo que después de su desaparición física, por aquello de que Alí se dirigía así cariñosamente a mucha gente. Por cierto él que recorrió tantos rincones de esta geografía, no se le está rindiendo los verdaderos honores que merece; son de a poquitos los actos conmemorativos que se le están haciendo en este febrero del 2005.

Bueno, no voy a escribir por ahora en estas reflexiones sobre nuestro cantor, aunque tengo unas inmensas ganas de empatarme en esa comparsa que lo está haciendo; lo que si me interesa significar es que este pueblo aunque algunas poquitas veces se equivoque, siempre terminará teniendo la razón. ¡Que sabio y paciente es de verdad!

Ahora si, para irle entrando poco a poco a la cuestión. Y digo poco a poco para reivindicar no la palabra si no el método, porque con el fulano “ya”, “el para hoy” se han resuelto exigencias coyunturales y hasta a veces caprichosas ideas, pero poco se ha contribuido a la formación integral, continua, progresiva, sustentable y sostenida de los sujetos que aspiramos conformen la nueva sociedad en proyecto. Y esto no tiene que ver nada con el planteamiento trokista de que muchas veces el látigo de la contrarrevolución hace avanzar más rápido la revolución. Siempre que exista revolución habrá contrarrevolución, claro está, nuestra tarea fundamental es que ella vaya siempre contracorriente, para que no entorpezca el avance de la revolución.

Pero la cosa no va en concreto por la línea específicamente del inmediatismo, aunque de alguna manera permea los asuntos conductuales, que son también inherentes a los ideológicos.

Una vez muy muchacho todavía, me tocó trabajar en una empresa privada donde el “jefe-patrono” (ahí no habían tantos) era el dueño y el que direccionaba los rumbos de su posesión. El resto éramos obreros trabajadores en iguales condiciones; no salariales por aquello de la antigüedad. Allí si había que comprar café, agua, bolsas, merienda, etc, cualquiera resolvía esa necesidad sin disminuir su condición de trabajador.

Al poco tiempo después buscaron un muchacho para que realizara estas actividades, por aquello de que “todos éramos importantes” en la producción y si uno se paraba a realizar otra cosa, se frenaba el ritmo del producto diario.

Pienso que con la llegada del muchacho (no por él como sujeto) se comenzó a complicar la situación, dejamos de ser los todos debemos y todos podemos. Ahora había un encargado de esos menesteres y se generò en aquel ambiente una lucha por el figurismo, porque cada cual se sintiera que era el motor que hacía que la producción saliera; ya ninguno de los anteriores compraba las bolsas, el café, etc.; ahora se mandaba así no estuviera el muchacho, se tenía que mandar, mas por demostrar “efectividad” individual que por la producción especifica. No obstante se oía hablar del trabajo colectivo.

Resultó de todo esto, que unos se volvieron expertos y otros multiexpertos y el trabajo seguía saliendo; aunque buscar el café, traer las bolsas, era parte importantísima del trabajo, todos se empeñaban en que otro tenia que hacerlo; porque los expertos estaban analizando y montando las líneas estratégicas del desarrollo de la empresa. Aunque el verdadero estratega fuera otro; quien sabe si a lo mejor era el muchacho que emplearon para resolver el problema de los mandados.

En términos del trabajo colectivo, de las responsabilidades (cualquiera que sean) que se asuman concientemente de la importancia que ellas tienen para el cumplimiento de una programación; implica tener plena convicción de que el mando no es una usanza para ganar indulgencia con escapulario ajeno; muy por el contrario, es una virtud transitoria que se adquiere con la demostración del principio de la humildad y con la seguridad que el mandar es también hacer por encima de los ropajes coyunturales que nos hemos puesto.

Últimamente he visto a personas muy estrategas, muy importantes en este proceso, servir café traer el agua, etc., hacer que el trabajo viabilizador de estrategias (tácticas), salga sin que se note en su accionar una mínima muestra de figurismo personal. Pero también he visto a otras pocas que cabalgando sobre el trabajo colectivo, se engalanan su vestidura de “conductores” de lo que hubo que hacer. Que manera más curiosa de ganarse el mando tienen algunos y algunas.

Hay otra reflexión que complementa ésta, pero la iré desarrollando poco a poco, sin embargo esbozaré una primera idea.

En eso de mandar, comandar e imponer, varios se han hecho expertos, compiten y practican jerárquicamente y en forma descendente la cultura de la orden. Unas veces imponiendo sin derecho a pataleo y otras con la sonrisa y la palmada en el hombro:”no se olvide que usted es un cuadro”. Argumentando algunas veces que de él depende el éxito o fracaso de la misión, pero total que se impone.

Si llegara a surgir alguna exigencia por parte de a quien le asignen la ejecutoría de la orden, ahí si le cae la andanada de improperios, básicamente delante de los cortesanos que ha venido preparando el mandarin o la mandarina, como parte de su entorno que constituye su repetidora.

Aflora y se construye de ahora en adelante entre los círculos de oidores del mandarin la figura de la etiqueta: irresponsable, poco comprometido, disfrazado de revolucionario, conspirador, etc. Se elabora en torno al disidente toda una escalada de fracasos o posibles fracasos, al mismo tiempo que se deja constancia verbal, que de no ser por lo diligente del mandador se hubiera desarrollado el caos.

Poco a poco se aprende en la vida, en la práctica y con la gente. Se aprende de los poderes creadores del pueblo. Del llanero hemos aprendido (salud Comandante Chávez, por lo llanero y por lo de verdadero comandante) que cuando el mando es capricho, negligencia y falta de voluntad de otros o hechonerías para lucirse, sabiamente éste se limita a decir “uujuun, aja” y se va costeandito la orden como si fuera por la orilla de la empalizada y se queda esperando, haciendo otra cosa, hasta que el tiempo le da la razón; porque si hubiera aceptado a ciegas se hunde en el tremedal.


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Bartolo Hernández/PNA-Mov 13 de Abril


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