La bolivalogía (VIII)

A través de los tiempos, la libertad, la justicia y la igualdad va tomando conciencia, nuestros aborígenes han dejado el camino, las lecciones de ese enorme problema que plantó el imperio con su conquista, ellos fueron el inicio a la extrapolación, hacia lo que fue visto como una naturalidad por ese mismo imperio que solo vino con la intención de explotar, robar, saquear, pillar y esclavizar, para ellos a quienes encontraron en estas regiones, no existían y así continuaron, hasta que nuevamente las conciencias que amaban la libertad comenzaron a despertar en aquellos grupos sociales del momento colonial.

Nuevamente el hombre ve sus necesidades, necesita patria, no tienen lo que es de ellos y el imperio se los ha arrebatado, y si no despiertan, corren el mismo riesgo de los aborígenes: Extinción.

En sus documentos hablan de la socialización de la sociedad, la multiplicación de las comunicaciones y de los intercambios, generalización de la mercancía y formulan un nuevo ideal radical que el imperio vio como algo utópico. Así se va desarrollando la bolivalogía.

CONGRESO DE 1811 Y FIRMA DEL ACTA DE LA INDEPENDENCIA.

La verdadera batalla entre partidarios y enemigos de la Independencia se libra en el Congreso que se instala el 2 de Marzo de 1811 con diputados de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita y Mérida a los cuales se suman en breve las representaciones de Barcelona y Trujillo. El Generalísimo Francisco de Miranda, a última hora obtiene una curul por la provincia de Barcelona. Las sesiones comenzaron dentro de un ambiente caldeado por el choque de las pasiones políticas, porque privados los partidarios de Fernando VII de sus mejores argumentos, en virtud de la actitud asumida por la Regencia, que al conocer la constitución de la Junta de Gobierno de Caracas, declaró en estado de rebeldía a Venezuela, se inició el debate con el pronostico que el país se precipitaría a la disolución social si se declaraba inmediatamente la independencia.

El joven Bolívar ha comenzado a nacer como revolucionario radical, y precisamente es en este congreso, cuando entra en una profunda preocupación porque ve que el éxito alcanzado por los argumentos enemigos desde un principio están convenciendo; Bolívar, se dispone a trabajar, el sabe que solo una poderosa presión de la opinión publica, bullanguera y deliberante que asistía a las sesiones de la Sociedad Patriótica, podía romper el peligroso equilibrio de fuerza formado en el Congreso, en cuya desesperante estabilidad se hallaba a punto de naufragar, según su análisis, el movimiento en pro de la emancipación venezolana.

La noche del 3 de Julio se presentó a la Sociedad Patriótica, molesto y contrariado por los incidentes de la sesión de esa tarde en el Congreso, en la cual no se pudo llegar a ninguna solución favorable y en cambio si se habían formulado acerbas criticas a la Sociedad Patriótica, acusándola de aspirar a convertirse abusivamente en segundo Congreso.

Embriagado ya por su conciencia revolucionaria, se puso en pie en medio de la masa que caracterizaba esa noche el debate de la Sociedad y con voz firme demandó la palabra. Bolívar contaba entonces 28 años; en su rostro se habían hecho mas definidas las líneas afirmativas que indicaban la tendencia de su carácter; sus ojos negros y profundos tenían una lumbre difícil de resistir, sobre su frente ya comenzaban a marcarse las líneas que después lo atravesarían de surcos profundos, se levanta rebelde su cabello negro y se escucha su palabra: “No es que haya dos congresos. –Todos quedan en silencio, se apagan los murmullos y el orador continua- ¿Cómo fomentarán el cisma los que mas conocen la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad. Unirnos para reposar y dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es traición”.

Estas frases, en las que se mezclaban el acento convincente con la llama de la pasión de los principios de la rebeldía, lograron atraer la atención de la masa allí presente hacia Bolívar, a quien en ese recinto se le escuchaba siempre con gusto, porque dominaba con inteligencia las pasiones populares, sabia llegar al pueblo, entenderlo, hablarle en su idioma. “Se discute en el Congreso Nacional –continuó- lo que debiera estar decidido. Y ¿Qué dicen? Que debemos comenzar por una Confederación. ¡Como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera! ¿Qué debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos, o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! ¿Trescientos años de calma no bastan? ¿Se requieren otros trescientos todavía?

Una clamorosa ovación fue la respuesta a estas interrogaciones lanzadas en aquel recinto en cuya atmosfera, cargada de electricidad, se estaba engendrando las fuerzas desencadenadas de la bolivalogía, tormenta revolucionaria científica y social. Bolívar sintió que aquella masa estaba convencida de la necesidad de la revolución, sin vacilar, se adelantó a proponer una decisión que tendría importancia superior a la que él mismo imaginaba: “La Sociedad Patriótica respeta como debe –dijo fijando posición- al Congreso Nacional; pero el Congreso Nacional debe oír a la Sociedad Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es sucumbir. Propongo que una comisión del seno de este cuerpo lleve al soberano Congreso estos sentimientos”.

Esta propuesta fue acogida con entusiasmo y la Sociedad Patriótica acordó remitir al Congreso una posición en tal sentido. Entregada ésta, el 4 de Julio, después de encendido debate sobre las facultades de sus miembros para realizar la “declaración de independencia”, la cual se efectuó y se firmo el 5 de Julio de 1811 Acta famosa, redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi.

Cuando en los debates del Congreso la tesis de la independencia estaba próxima a su triunfo, Roscio formuló esta profunda observación: “Podría dudarse por los políticos –dijo- si Venezuela tiene la estatura necesaria y la fuerzas suficientes para el rango que va a ocupar; pues, aun cuando en Europa hay soberanías de menos población y extensión que la nuestra, creo que no debe ser el mismo calculo estadístico con respecto a América”. Miranda pidió la palabra y combatió firmemente esta duda, afirmando que los Estados Unidos tenían menos de tres millones de habitantes cuando se declararon independientes y sin embargo la libertad les había conducido, con paso acelerado, por la senda del progreso. Este criterio los animo y de ahí que promulgada la independencia, todos se prepararan a asistir al crecimiento, de un estado fuerte y poderoso como los Estados Unidos de Norteamérica.

Pero una serie de acontecimientos no demoraron en dejar en el ánimo de las más perspicaces conciencias, profundas dudas sobre sus precipitadas ilusiones. No bien se comenzó en el Congreso la discusión de la Constitución Política para el nuevo Estado, el cuerpo social que durante 300 años había formado una unidad con el nombre de Capitanía General de Venezuela, empezó a dispersarse; cada una de las ciudades importantes se empeño en construir un estado independiente y los antiguos odios o rivalidades que existían entre esas ciudades y Caracas se levantaron con terrible violencia, demandando imperativamente una carta federal que diera a cada una de las ciudades y provincias principales total independencia y soberanía.

Nada pudo contener la tendencia federalista. Miranda en el Congreso y Bolívar en la Sociedad Patriótica realizaron inútiles esfuerzos por combatirla, pero los males futuros por ellos profetizados no alcanzaron a contrarrestar las esperanzas de inmediatas ganancias que la federación permitía esperar a quienes estaban en posibilidad de usufructuarlas.

El calificativo de “Caraqueño” se le lanzó muchas veces a Bolívar como insulto y a Miranda se le denominó “extranjero” y hasta se llegó a acusarlo de estar vendido a Inglaterra. El 21 de Diciembre de 1811, el Congreso sancionó una constitución según la cual, “cada provincia –como diría Bolívar – se gobernaba independientemente y a ejemplo de esta, cada una pretendía iguales facultades alegando la practica de aquellas y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode”.



(Continuará…)

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Víctor J. Rodríguez Calderón


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