El nacimiento de “otra política” en Venezuela

“En mi hambre mando yo”  
Francisco Ferrer, “El Toto”

 Lo difícil es nacer, vivir en adelante ya es más fácil.

La vivencia del hambre es una constante presente entre nosotros que sirve además como un punto desde el cual construimos una identidad común. El 27 de febrero del 89, por aquellos días del famoso “ caracazo” quienes se rebelan son los “hambrientos”, los que cargan consigo como presente y como memoria esta condición terrible del no estar seguro si mañana tendremos de qué alimentarnos. Por eso el instinto inmediato de esa fabulosa revuelta fue el saqueo del comercio alimentario e ir después por los bienes de utilidad permanente. Hecho aparentemente irracional y sin ningún sentido trascendente, un acto “antipolítico” por excelencia como dice el viejo izquierdista y novel actual de la periodística más sofisticada de la derecha Teodoro Petkoff (en realidad le sirve de argumento a toda la derecha liberal para justificar el genocidio que vino después) pero que cambió la historia de nuestro país o al menos la quebró en dos: por un lado estamos “nosotros” –en este caso los hambrientos- y por otro los “hijos de puta” -denominación acuñada por Pancho Villa a sus enemigos- que viven de nuestra hambre. El rechazo a ese furor supuestamente antipolítico ya que está despojado de toda responsabilidad por el “todo nacional” –occidental y blanquito- como de toda sumisión al contrato interclasista que nos une subliminalmente en la nación y el estado que la representa, en realidad es el desespero constante y en momentos histérico de una casta política que desde entonces no encuentra como volver a “representar” el pueblo-hambre, incluidas en estos momentos buena parte de las cúpulas chavistas que empiezan a sentir lo mismo y ven con terror cómo “el caudillo igualitario”, el “comandante-presidente-camarada Hugo Chávez” se agota en su papel de llenar el vacío de toda representación.  Política o anti-política en todo caso esa clara ruptura fue la que cambió todo e inició “otro tiempo” colectivo cuyo desenlace todavía sigue estando borroso, pero a la vez absolutamente pendiente. ¿Allí nació entonces la “otra política”? Creo que todavía no.

 ¿Por qué no?, si bien el hambre sirve de contexto común para reconocernos como iguales en esta maldición y en ciertos momentos de motor básico del acto de rebelión, luego hay dos maneras de responder a esta vivencia común: nos ubicamos en ella desde el resentimiento y todas las rabias alojadas en nuestra memoria, buscamos entonces su “gran vengador histórico” o hacemos de ella una causa de liberación, opción tomada por el “toto” y su gente.

 Respecto a la primera respuesta: el chavismo en su fase posterior al refedemdum del 2004 (agosto, victoria de Hugo Chávez en el referendum presidencial, fin de la larga conspiración golpista de derecha comenzada a finales del 2001) siendo en su origen popular una expresión genuina de estas rabias finalmente se decide a confrontar directamente buena parte de los intereses de estas castas oligárquicas que han vivido “de nuestra hambre”. Deja de lado cualquier ponderación dialogante con estos “hijos de puta” y se lanza por una línea de radicalización política e ideológica que dura hasta el día de hoy, por supuesto comandada de manera personal y única por el presidente. Se concreta tanto en una retórica diaria antiimperialista y anticapitalista, como en una política fundamentalmente de expropiación legal de tierras, fábricas y empresas que neurotiza por completo a la vieja burguesía y buena parte de las clases medias. Digamos que es por esta vía que el hambre encuentra finalmente su gran vocero y vengador, pero a su vez el vocero construye la ilusión de poder establecer desde su liderazgo una relación perfecta gobierno-poder popular –en sus palabras- que es acogida militantemente por buena parte de las bases populares organizadas aunque a la final termina por convertirse en una situación por demás perversa. Más allá de todo voluntarismo jacobino y “socialista” por parte  del líder, un movimiento popular administrado es utilizado de marco de apoyo para la creación de un proyecto republicano corporativo, burocrático y militarizado, sostenido en la renta petrolera y un capitalismo de estado que va creando como es natural su propia “boliburguesía” como la llaman, además de una gangrena de corrupción e ineficiencia que presagia su irreversible decadencia. Hecho que ya se adelanta cuando vemos como las cúpulas chavistas van perdiendo la mayoría electoral en todas las grandes ciudades con el repliegue de sus bases tradicionales principalmente hacia la abstención. El hambre hecha solo rabia, convertida después en un discurso rencoroso y victimista, termina confundida y sin política pública que no sea guardar la esperanza respecto a la lealtad y capacidad final de su gigantesco vocero y presidente. Los que no sucumben en el oportunismo político y la corrupción o ante la desmoralización que esta situación crea inevitablemente y por tanto a su retiro completo del “nosotros-rebelde” nacido en el 89, intentan una desesperada respuesta desde abajo que ataque el saboteo permanente de de “la corrupción y la burocracia”, tratando de renovar, esta vez “desde abajo”,  la intención de forjar la alianza perfecta ahora entre pueblo y presidente que enfrente el aparato de estado, en concreto, la “derecha roja”, los “quita-columnas”, etc. Obviamente, aunque la extensa discursiva presidencial se acomode para responder positivamente a estos fuertes y cada vez más duros reclamos, los hechos nos develan la inmensa ilusión, yo diría hasta fantasía colectiva, en que está envuelto todo esto. Es la impotencia profunda consciente o no que esconden tanto las promesas presidenciales como el idealismo de “los de abajo”.  Aquí el “hambre” queda atrapada dentro de sus propias limitantes y por pedazos y mucha tristeza comienza reconocer sus fantasías por lo cual deduce en sus diálogos casi clandestinos que no nos queda otro camino que la preparación silenciosa para una pronta confrontación violenta con los “hijos de puta” que vuelven a tomar puestos de poder importantes y hasta podrían ganar las elecciones presidenciales del 2012. Dentro de esta línea, para sintetizar, la lucha de clases por supuesto que tiende a agudizarse, pero esto por sí solo no basta. La ausencia dentro de muchos de los polos más nobles de lucha de “otra política”, contraria a los tiempos, expectativas y modelos representativos del orden burgués ya globalizado, va acorralando esperanzas o minimizándolas a la defensa a ultranza de los derechos y espacios ganados dentro del tiempo de la “revolución bolivariana”. Una opción así, sin política y estrategia propia, sin su “gran vengador” instalado en el poder, también con miedo digo que es muy fácil que esté destinada al fracaso en esta guerra.

Sin embargo, dentro de este amplio cortejo del hambre desde hace algunos años comienzan a oírse ecos distintos provenientes de un alma libertaria jamás desaparecida dentro de las bases populares. Es desde el interno de ese mismo proceso donde se ha tenido que enfrentar por igual una derecha rancia y cada vez más reaccionaria como el saboteo burocrático, donde de repente aparecen frases convertidas en lemas colectivos y finalmente en puntos de identidad común que subvierten las racionalidades políticas dominantes y abren camino hacia lo que ciertamente podría ser una “otra política”. Son sus verdaderos puntos de nacimiento al interno de un país y un proceso histórico determinado en forma tajante por la ruptura producida por la rebelión del 27 de febrero. Fuera de él no solo es imposible cualquier alternativa sino parte de un vanguardismo inútil y prepotente que nunca le faltan actores y propagadores. Con esta frase de “el toto”, repetida por él una y otra vez y con todo orgullo: “en mi hambre mando yo”, se va constituyendo en Maracaibo una columna de combate dentro del movimiento popular que no acepta mando externo a su propio proceso de liberación. Perdidos muchos entre mil confusiones y dudas, sin embargo la claridad de un postulado que invita, primero a dignificar plenamente nuestra condición de “hambrientos” y luego convertir esa misma hambre no en una rabia lastimosa y vengativa sino en un “hambre de autonomía y poder”, expresada de manera agitadora por un genuino batallador de la calle, termina creando movimiento y puntos inmediatos de encuentro con un potencial político enorme. Si “en mi hambre mando yo” entonces “no vengas a venderme los paraísos de mi felicidad, ni siquiera te pido que soluciones mis duras necesidades”. En primer lugar porque este es un problema “nuestro” ya que así nos definimos “en hombres y mujeres que hemos tomado el mando sobre nuestra propia condición y destino” y luego en generadores de la “ciencia necesaria”  donde no exista ninguna necesidad de profetas y revolucionarios con saberes acabados y proyectos luminosos de liberación que en realidad, mucho más temprano que tarde, se convierten en una casta que se revierte contra nosotros mismos. Con “el toto” comienza a nacer un “nosotros”, una comunidad de afecto y combate, que en primer lugar se establece como una “comunidad de iguales”, aunque sea en su hambre, pero un hambre que es punto de partida para despojarse de las fantasías caudillescas y la ideología del “estado socialista” en que se revuelca gran parte del movimiento popular y el izquierdismo chavista. Si viene la guerra contra todo el ampliado mundo de “hijos de putas” con uniformes de estado o corbatas de la patronal nacional e imperial, pues guerra será. Pero esta ya no es una guerra desesperada y reconocida desde la frustración y la tristeza, es el desenlace inevitable de un proceso que apenas comienza a cubrir sus primeros ciclos de aprendizaje, pero donde estamos obligados a ir generando las bases de “una república nuestra y autogobernante” descifrada a partir de cúmulo de saberes que van componiendo una verdadera “razón de todos”.

Una de las cosas que facilita este lema de “el toto” al definir y darle vida a un sujeto político “que manda en su hambre”, es efectivamente el nacimiento  de una nueva militancia que empieza a reconocerse desde lo que puede ser “otra política”, es decir, otros parámetros políticos desde donde se asuma la construcción y la lucha revolucionaria. Para un “nosotros” naciente en la práctica de “otra política” lo importante por los momentos es que empiezan a generarse expectativas militantes que desechan la vieja angustia de medir la pertinencia de un proyecto político a partir de los esquemas de mando preestablecidos por la lógica del poder constituido para ser sustituida por un constructo abierto y organizado sobre sus propios tejidos orgánicos que son a su vez la medida de su propio poder. Es decir, donde no valemos por la capacidad de dominio sobre la realidad que acumulemos sino por nuestra capacidad de forjar “otra realidad” completamente distinta, independientemente de las contaminaciones y contradicciones históricas que carga consigo y por tanto las transiciones, las jugadas tácticas y procesos de crecimiento que ha de vivir. Son realidades de lucha pero a la vez alegres e igualitarias que parecen dispuestas a esperar que una nueva ciencia y un nuevo saber insurgentes sigan desarrollándose y sepan ayudar a triunfar definitivamente sobre el decadente mundo que administra el mando capitalista y todos sus hijos naturales, empezando por la máquina de estado. No estamos rindiéndole cuenta a nadie que no sea la base popular a la cual nos debemos y menos a estas doctrinas, hijas del stalinismo o cual sea su campo doctrinario, que sencillamente ya no sirven para nada…por ese lado es si se quiere una divina sensación de liberación militante, gracias entre otras muchas a la ofrenda espiritual que nos regala “el toto” y mucho más allá de él el espíritu colectivo que se desempeña desde el hambre como definición de igualdad y deseo de liberación.

Más allá de nuestra hambre, la clase obrera que ya no se asume como tal

¿Y cómo llega a nacer una “otra política” cuando ya no solo es el hambre sino la explotación la condición común?  Percibimos que cualquier “otra política” nace en el medio de una explosión –o una tendencia explosiva- inesperada en el seno de una situación que parecía estar bajo absoluto control de los “hijos de puta”.  En otras palabras, ella misma es una especie de acontecimiento en el medio de una manifestación de rebeldía que como todas ellas tienen el gran problema de no saber que hacer “el día después” ni proyecto para ello. Se manifiesta como “presencia” de un sujeto que nace allí mismo, en ese tiempo de rebeldía y deseo emancipador donde una nueva verdad aparece, tomando las enseñanzas del amigo y maestro argentino Raul Carderias. Pero al mismo tiempo esta visión compartida de lo que es la producción de un sujeto que se expresa desde “otra política” a nuestro parecer debe ir acompañada por un reconocimiento de la inmensa importancia del problema de la identidad, del ¿quiénes somos? y con ello el asunto clave del cómo nos definimos a nosotros mismos en medio de estas convulsionadas historias. Es la lección entre otros de “el toto”. Notamos que la misma prioridad dada al hecho mismo, al acto insurgente como manifestación primaria del sujeto político emancipador tiene la identidad producida en ese mismo proceso que le sirvió de motor libertario y punto de partida para la construcción de una visión posible del “día después”, es decir, del proyecto emancipador.

Precisamente alrededor de este asunto de la presencia y la identidad, desde el marco de la explotación del trabajo, quisiera comentar algunos hechos que desde mi experiencia militante han servido como punto de partida para empezar a reconocernos partícipes de algo que al menos se sienta como la práctica de “otra política” aquí en esta tierra venezolana al interno de la clase trabajadora; es en definitiva un pequeño relato de lo que espero sea una de sus tantas actas de nacimiento.

Digamos por comenzar: mucho, en contra y a favor, desde el amplio mundo izquierdista se ha dicho alrededor del chavismo o de ese fenómeno político que significa la llegada al poder de Hugo Chávez y con él de la “revolución bolivariana”. De eso ya hemos hablado algo. Sin embargo muy poco se ha dicho respecto a las rebeldías interiores que subyacen a este tiempo de la “revolución bolivariana” que rompen precisamente con los referentes comunes del que solo lee políticamente una realidad llamada “Venezuela” desde los escenarios mediáticos dominantes. Una de estas cosas que se salen del molde interpretativo tiene que ver con la aparición de una tendencia dentro de una clase trabajadora que hizo suyo en estos últimos tiempos el dispositivo retórico chavista –hoy socialista- convirtiéndose a la final en un “agente salvaje” del mismo, tomando y ocupando empresas, exigiendo el control obrero sobre las mismas, pero al mismo tiempo construyendo una nueva identidad de sí misma; hecho que a la final se manifestó imprescindible.

Sucede que en una pequeña ciudad llamada Cumanacoa situada al oriente costero del país es tomada una central azucarera por parte de tres centenares de trabajadores. Después de duros nueve meses de toma el estado reconoce el hecho y comienza un conjunto de negociaciones tanto con los trabajadores como empresarios. De parte de estos últimos lo único que exigieron fue el pago por los restos de una fábrica en situación de completa obsolescencia técnica. Imaginamos que la burocracia habrá negociado sobre “beneficios comunes” como es muy natural en estas tierras, de hecho estos desaparecen de la escena. Luego empieza la negociación con los trabajadores, pero en medio de esta sucede algo que rompe con lo previsto y sitúa el problema en un nivel que terminó enredado en un conflicto realmente emblemático para toda la clase trabajadora del norte oriental del país. En una asamblea de trabajadores donde me encontraba presente se discute la formación de un Consejo de Trabajadores que asuma la negociación con el gobierno. Tomo la palabra y me refiero al hecho repitiendo una y otra vez el papel de la “clase obrera” en esta historia, jugando si se quiere el clásico papelito de la vanguardia iluminada. Pero de repente se para uno de los trabajadores presentes y me quita la palabra. Notablemente molesto me recuerda que por favor no me siga refiriéndome a ellos como “obreros”, que ellos ya no son obreros, son: “trabajadores asociados libremente”. En otras palabras ya no se consideran los obreros de nadie, su nueva condición responde a una definición de sí mismos que los obliga a liberarse de toda relación de sumisión. Y esto tiene una consecuencia muy concreta porque según el compañero si ya no son obreros, entonces ya no van a trabajar para nadie, no aceptan ser contratados por ningún patrón que asuma el mando sobre su trabajo, ellos se contratarán a sí mismos comenzado lo que llamaba Negri un proceso de autovaloración del trabajo.

Esta simple definición de sí mismos termina creando una “nueva subjetividad política” en ellos que sirve de punto de partida para una confrontación con el estado-patrón que dura hasta los días de hoy. Estamos hablando de más de dos años de confrontación sin ningún arreglo definitivo pero donde nace un poder, o si se quiere “una política”, que desmorona la estrategia de estado de convertirse en el nuevo patrón de una fuerza de trabajo que ha tomado en sus manos y con su lucha unos determinados medios de producción. Sin formalidad de arreglo sin embargo el estado no le queda otro camino que aceptar la situación desembolsando los capitales y recursos necesarios para reemprender un proceso de producción bajo control casi absoluto de los trabajadores. Espera por supuesto mejores momentos para retomar el control perdido, eso ya lo veremos. Sin embargo, mal que bien se llega finalmente a una frágil situación de “equivalencia de poderes” entre estado y trabajadores que desdibuja por completo la típica maniobra de cooptación y explotación de la plusvalía política producida por los trabajadores y el pueblo en sus procesos de lucha.

No obstante esto no se queda allí, desde entonces para acá, en estos dos años por lo menos se han tomado ocho nuevas fábricas en la región que involucran a unos cuatro mil trabajadores donde una y otra vez se repite el mismo fenómeno, no siempre con igual fuerza y la misma suerte para el proceso emancipatorio de la clase obrera en la región. Nace en todo caso, aquí también, “otra política” ligada a un clásico contexto obrero donde mueren las viejas retóricas socialistas, empieza a quebrarse el proyecto corporativo de estado promovido por las cúpulas altas del chavismo, generándose subterráneamente “otro proceso revolucionario” anclado en los valores del autogobierno pleno de los colectivos sociales que han asumido el reto revolucionario desde una manera insólita y “salvaje”.

Más allá aún esta misma situación podríamos verla repetida en fenómenos que avanzan en estos momentos como es el caso del logro del control operativo de la recolección de la basura de Caracas por parte de centrales cooperativas en combinación con trabajadores que han tomado las principales empresas recolectoras, antes en manos de mafias transnacionales o personajes claves de la cúpula chavista. O incluso en partes importantes del movimiento indígena del occidente del país que se han negado a ser “víctimas” de nada (tradicional postura que asumen las comunidades manejadas desde las oficinas de gobierno o las cruzadas religiosas) y se asumen plenamente como “comunidades de su tierra y con derecho a ella” como ya veremos más adelante.

De cualquier forma, dentro de un plano donde ya no solo estamos enfrascados en alimentar niveles de autonomía y dignidad populares indispensables a un proceso emancipador sino que nos metemos dentro del cuadro estructural y material del mismo, es decir, aparecen los escenarios de rebelión posible dentro del sistema de relaciones de producción, nos encontramos al igual que en Maracaibo y los movimientos de calle “al mando de su hambre” con una clase trabajadora que pelea concretamente por el poder de los medios de producción. Todas las regiones del país están llenas de “asaltos” contra la propiedad privada de los medios de producción que ahora se convierten en confrontación cada vez más abierta contra la patronal tecnocrática de estado, al interno de una lucha que va a la par de la decadencia y legitimidad política de las cúpulas burocráticas y representativas identificadas con el chavismo y el PSUV. Cúpulas que se dividen ellas mismas en dos partes: una que se derechiza y opta por la represión y la criminalización de las luchas populares, otra que intenta “montarse sobre la ola” y acomodar su política a la línea difundida por el mismo presidente del “control obrero”, pero encerrada dentro de una maquinaria de estado que si algo delata es nuevamente la fantasía y el sueño ideológico en que están atrapadas. Los mismos trabajadores también viven su propio proceso contradictorio pero menos fantasioso. Ellos también se dividen entre quienes siguen apegados a la conquista de sus reivindicaciones o al menos el pago de todas las deudas y derechos no cancelados, hasta piden la presencia de una patronal responsable y no “tercerizante” del trabajo que los rebaje a la condición de simples contratados, otra parte da el “salto revolucionario” de la exigencia del control obrero.

 Y es allí donde hemos aprendido a reconocer dos cosas básicas: primero que este último “salto” depende originalmente de la capacidad por parte de la clase de negarse como obreros y exigir la administración directa del contrato laboral. Es el punto de definición. A partir de ahí comienza a profundizarse el deseo liberador por abarcar el control total del proceso de producción, acabando con los sistemas constituidos de división despótica del trabajo, e ir acercándose a la idea de un “plan industrial” que desmantele la doctrina de la “planificación central” de estado y se vaya creando una ciencia de la “planificación en flujo” que pueda ir destrozando como el huracán pero al mismo tiempo creando en el plano de la producción vida nueva como el vientre materno. Y la segunda tiene que ver con las limitantes desde este mismo impulso libertario desde el momento que no ve otra cosa que medios y relaciones de producción, por tomar, por crear. Atadura clásica de todos los “obrerismos” y “socialismos científicos” que convirtieron el marxismo en una nueva metafísica esencialista y dejaron de ver el mundo desde sus transformaciones y desgarraduras materiales. Al menos a nosotros nos faltaba esta experiencia de diez años “revolucionarios” para darnos cuenta hasta que punto toda “otra política”, además del problema de la constitución comunidad popular y el cambio de las relaciones de producción se encuentra finalmente con el dilema de la “liberación territorial”. En definitiva con la obligación de ir pensándose y haciéndose a partir de una “otra visión” de totalidad donde ella misma se descubre y fabrica al mismo paso de los procesos de liberación territoriales.

Sabino marca el camino: el reto territorial de la “otra política”

 En Caracas o en oriente, se avanza mientras los movimientos indígenas en resistencia son acorralados, reprimidos y fragmentados, aunque mucho más vivos y trascendentes de lo que aparenta. El proceso conjunto en ese sentido es muy desigual y combinado como diría Trotsky. Lo cierto es que manifestaciones importantes de resistencia cercanas todas o en medio de la generación de actos de rebeldía mayores, hacen presencia, se dan una identidad y cambian la vieja angustia de la “toma” o la participación en “el poder” por la generación de un constructo colectivo poderoso y constituyente que al menos imponga al estado una situación de “equivalencia de poderes” permitiendo el nacimiento de una nueva realidad política que abre el futuro.

Falta en todo caso un criterio para abordar algo que no podemos despachar (muy “posmodernamente” por cierto) por considerarlo parte de los desechos que dejan los viejos legados –supuestamente fracasados- del materialismo histórico y el movimiento comunista respecto a la “visión de totalidad”. Por el contrario, lo vivido y pensado nos deja el convencimiento que cualquier conocimiento que se vaya construyendo desde la práctica de “otra política”, cobra fortaleza en la medida en que va palpando y visualizando esa “otra totalidad” que ya no es solo un asunto metodológico y de “lógica dialéctica” de análisis, sino un conjunto posible de “otras realidades” que en la medida en que vemos como se integran materialmente y cobran significado político, es decir, se convierten en “carta de lucha” de un sujeto que se hace presente, aparece una visión de conjunto que nos sitúa dentro de una “totalidad en potencia”, si me es permitido el término. Precisamente es aquí donde aparece la importancia de las luchas de liberación territorial fuera de todo localismo y vistas más bien como el punto de partida de una construcción de totalidad que “no es la suma de partes territoriales liberadas” sino un proceso integrativo del todo de las conquistas revolucionarias desde la base que va llenando de riqueza la realidad, develando nuevas complejidades y produciendo lo que podría acercarse a una idea de “otra república” abierta y sin fronteras, en nuestro lenguaje “nuestramericana”.

Al respecto y retomando el tema indígena, prefiero concentrarme en la inmensa significación de la lucha emprendida por el cacique Sabino en su confrontación contra poderes locales-ganaderos, transnacionales y militares, en función de los derechos de su pueblo a la territorialidad ancestral despojada por las sucesivas conquistas coloniales o colonizantes hasta los tiempos de hoy. Sin entrar en mayores detalles, simplemente aclarando que el cacique Sabino, en estos momentos preso en la cárcel de Trujillo por acusación de asesinato y rebelión contra el estado, simboliza una encrucijada clave dentro de una conciencia colectiva que redescubre el problema de la tierra, de “nuestra tierra” como un punto central al proceso de liberación, situada esta vez mucho más allá de las tradicionales consignas nacionalistas y antiimperialistas condensadas en las políticas de “liberación nacional”. Está preso, sometido al odio muy particular de algunos ministros de gobierno que han visto en él y sus movimientos aliados un verdadero peligro para el estado, sus intereses y compromisos particulares, quizás con toda razón (no faltando por supuesto las esperadas acusaciones de contrarrevolucionarios, agentes de la CIA, etc.).

Efectivamente Sabino y el pueblo Yukpa que lo acompaña, en una lucha directa y frontal ha puesto sobre el tapete la imposibilidad de forjar un proceso de liberación real que no sólo “descriollice” la sociedad y el “nosotros rebelde”, es decir, aprenda a verse a partir de su propia historia y presente indígena, sino que además vea en el legado indígena en su lucha por los estados “plurinacionales” y el derecho a la territorialidad, un punto de partida desde el cual podamos ir fabricando una totalidad que adverse radicalmente las herencias y dominio del sistema capitalista. Es una muestra humilde de lo mismo que nos viene enseñando por ejemplo el pueblo mapuche en Chile y su lucha frontal contra el estado represivo, colonial y neoliberal chileno. En un lenguaje muy directo y lleno de la autenticidad que lo caracteriza, Sabino –y si se quiere el conjunto del movimiento indígena en resistencia- nos deja ver que “la tierra”, aquello que se expresa como “pachamama”, supone una “visión de mundo”, una cosmogonía, una insurgencia cultural y una propuesta de propiedad común, modelos de producción alternativos y relaciones humanas dentro de ellos, que se convierten en un contenido básico, ya de corte programático, para cualquier “otra política”. Es precisamente desde esta riqueza de contenidos donde descubrimos una totalidad naciente, podríamos decir “nuestramericana” por darle amplia y abierta territorialidad, que no ha podido abarcar ni el movimiento popular urbano ni el movimiento de trabajadores por el mismo cuadro opresivo y cultural en que viven. En todo caso, aporta a ellos ese punto de ruptura profunda donde nos disponemos a abrazar “el todo de nuestra tierra” y hacerla completamente “nuestra” en la disposición de ver en ella no solamente un problema de poder y control sino ese mundo autogobernante y comunista -si no molesta el término- naciente que nos marca el verdadero camino revolucionario dentro de un ciclo de tiempo que rompe todas las lógicas de la “angustia de la conservación o ganancia representativa” y en general las dinámicas burguesas de la política.

Por tomar otra vez ejemplos de la experiencia, esta vez por lo que supone esta inmensa encrucijada que simboliza el cacique Sabino, en una ocasión, luego de la toma del Tribunal Supremo de Justicia por parte de comunidades Yukpas identificadas con la causa de Sabino y del fracaso de su cometido ya que el tribunal negó el derecho de los caciques Yukpas presos a ser juzgados por tribunales propios, es decir, indígenas, su hijo “Sabinito” –muchacho de 21 años- en una rueda de prensa final dice en sus palabras lo siguiente: “si el gobierno no nos apoya pues entonces nosotros tampoco apoyaremos al gobierno, asumimos todo el riesgo de esto y nos defenderemos solos como siempre lo hemos hecho”. Al menos de mi parte jamás había oído una frase igual y tan clara en todos estos años “revolucionarios” por ningún actor del movimiento popular. Todas estas comunidades indígenas han apoyado al gobierno bolivariano y en general “el proceso” como decimos. Es la misma situación tanto de “el toto”, de los compañeros trabajadores de Cumanacoa, como innumerables versiones rebeldes de este proceso. Pero ninguno, a mi conocimiento, ha sido capaz de poner el punto político con tanta claridad y elevar esa meta de la “equivalencia de poderes” a un condicionamiento explícito de apoyo sobre el principio libertario del “apoyo mutuo” de manera tan valiente y lucida. Obviamente esta declaración solo es posible si ya se vive tanto en el compromiso liberador que nos junta a todos desde hace más de veinte años de ruptura como al mismo tiempo desde una “visión de mundo” donde la totalidad ya no se expresa políticamente en el estado, mucho menos en el simbolismo de sus líderes y caudillos, sino en “lo que somos” como pueblo que asume su propia lucha, la hace acto, palabra y proyecto de vida. El estado quedó abajo, abajo en prioridad también quedan las relaciones eventuales, tácticas o estratégicas, que podamos hacer con actores involucrados en él. Y por encima estamos ese “nosotros” naciente y expansivo, al parecer preparado para la fragua de una “otra política” y “otro proyecto de vida” en la medida en que las luchas por la liberación territorial vayan ganando espacio y hegemonía. Aquí la exigencia por el reconocimiento de la “equivalencia de poderes” llega al máximo de su tensión e importancia en este momento histórico aunque tengamos que admitir que la victoria en este punto no está fácil. Sea lo que sea hay una pelea territorial y de contenidos de una nueva vida común que ya se desplaza desde la resistencia indígena hacia una inmensa cantidad de colectivos de base y que ahora veremos agudizarse con la formación de “las comunas” donde naturalmente por razón de ser el estado buscará incorporarlas corporativamente a su maquinaria de control político y social.

Ya por terminar, constatamos que en la dignidad de asumir plenamente nuestra condición “hambrienta”, en las presencias e identidades libres de sumisión que se han manifestado dentro del movimiento obrero y de trabajadores, en la visión territorial y de totalidad alterna que nos enseña la resistencia indígena propia, entre tantas otras, se constata con mucha alegría el nacimiento entre nosotros de “otra política” y por tanto de otra estrategia y otra vivencia militante. En efecto, ver posible esto nos demuestra la posibilidad concreta de “otra política”, entendiendo que todos estos gobiernos progresistas dentro del contexto nuestramericano si han servido para algo es para reconocer por obligación de origen derechos y libertades que han sido básicas en la maduración de un ciclo político vivido desde las bases populares cuyo tiempo de expansión se visualiza largo pero que está dejando enseñanzas claves para el proceso de liberación conjunto. Por la misma corrosión interna que van teniendo estos gobiernos y que se manifiesta en Venezuela en la imposibilidad de dirigir cualquier proceso revolucionario que no termine en un triste proyecto de estado burocrático y con sentido corporativo –una clásica visión de empresa dirigente- además cada vez más sometido a la lógica que le impone el capitalismo global, es evidente que la supervivencia o no de ese “otro ciclo político” ya no puede depender de ellos, sino de las fuerzas propias. Estamos obligados a desarrollar estrategias de “liberación territorial” que puedan afianzar como decíamos nuevas presencias e identidades sobre espacios sociales y territoriales cada vez mayores que si en algún momento les toque enfrentar gobiernos de signo abiertamente reaccionario estén preparadas para hacerlo. Lo que cambia son las intensidades y los modos de lucha, más no la posibilidad misma. Una “república autogobernante y nuestramericana” como decíamos por acá, de todas formas pareciera que empieza a constituirse, haciendo cada vez más necesaria que las ideas y las ciencias necesarias para la creación cualquier “otra política” ligada a su proceso constitutivo se desarrollen y transmitan en un amplio terreno de diálogo de experiencias, siendo capaces de asumir plenamente el duro tiempo que se avecina.



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Roland Denis

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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