Médico “manganzón” con BlackBerry en la emergencia de un hospital

Creo que no hay emergencia de hospital agradable, más si por esas cosas de la vida usted, mi amigo lector, en medio del desespero de tener a un familiar sangrando y llorando de dolor se encuentra con un médico “manganzón”, de esos que, para colmo de males, no suelta el BlackBerry ni para ir al baño.

Se los digo porque mi familia vivió la amarga experiencia en el Hospital Manuel Noriega Trigo, ente adscrito al Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS), ubicado en el municipio San Francisco del estado Zulia.

Les cuento: el viernes 10 de diciembre a eso de las 9:30 de la noche, mi nieta Luisanyela de ocho años, sufrió una caída, se rompió un pie y se desprendió una uña. Le quedó colgando de un hilito como decimos en criollo. No había tiempo que perder, en medio del llanto, la sangre y el dolor de la niña, mi hija acudió rápidamente al centro asistencial más cercano.

Así se trasladaron al Noriega Trigo. Al llegar a la emergencia, Luisanyela fue atendida de inmediato: le colocaron una inyección, le lavaron la herida y la enviaron al área de traumatología.

En traumatología había tres pacientes. Una señora con un pie atravesado por una cabilla, otra con una herida en una pierna y también un señor con una de sus extremidades inferiores fracturadas.

Con Luisanyela que esperaba a que le terminaran de cercenar la uña y le descartaran cualquier tipo de fractura, eran cuatro las personas que aguardaban por el especialista, que resultó ser un “manganzón” alto de bigotes y ojos verdes, cabello cano, una especie de George Clooney, el solteros más cotizado de Hollywood, que no terminaba de hablar por su BlackBerry ni de responder los pin, para atender a los afligidos pacientes.

Encima de eso, cuando hablaba, las enfermeras que debían estar atentas a los enfermos, casi se desvanecían babeantes al escucharlo, incluso, era tanta la gracia y la atracción que despertaba en ellas el especialista, que desprendían hacia él como locas, queriéndolo morder, apurruñar, estrujar y terminaban haciéndole arrumacos y cositas en los cachetes.

En eso se presentó otro doctor, este era un moreno alto, algo menor que el médico “manganzón” y los pacientes se esperanzaron, pero la alegría les duró poco. El galeno llegó pero no para atenderlos, sino para quitarle el protagonismo a su colega mucho más maduro. La juventud se impone y se sumó a la tertulia con voz engolada, pose de galán, ademanes de hombre atlético y fornido, así con el pecho inflado a manera de pato macho.

Por fin, casi una hora después, llegó un traumatólogo que a la altura de la identificación de su bata blanca se leía el nombre de Francisco, quien fue la salvación. Comenzó a brindar la asistencia que requerían los pacientes.

Lo de mi nieta Luisanyela no fue más que uno de esos golpes que se cogen cuando niño para crecer fuerte y sano, sin embargo, la compadecí con mucho dolor, porque lo peor que le puede suceder a un enfermo es encontrar en un hospital a un médico manganzón, cuyo exacerbado fanatismo por el BlackBerry los puede llevar a confundir los tonos agudos de los pin con las pulsaciones del paciente en el tensiómetro, o con los sonidos internos del cuerpo humano en el estetoscopio.

¡Válgame dios!, cómo pierde los valores éticos un profesional.

albemor60@hotmail.com


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Alberto Morán


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