Borges y Petkoff

Debo a la aparición de la excelente revista Tlön dos descubrimientos, uno atroz y otro banal. Uno es la vida exagerada y fatídicamente olvidable de Teodoro Petkoff. Otro es la entidad terrible o trivial de ser Julio Borges. Negligente, te dejo diferenciar el descubrimiento atroz del banal.

  Un heresiarca predica tal día una doctrina pavorosa y otro día la antagónica. Entrega a la tortura y el holocausto a miles de pasiones juveniles alentadas por una filosofía del bien a través de la violencia. Esa juventud erosiona su lozanía en marismas y abrojos, peñas y escarpas. Muere en medio de torturas horripilantes, o lanzada desde helicópteros. Quienes tuvieron más fortuna hallan que perdieron su primavera en un ejercicio que el heresiarca ahora maldice con igual convulsión. Luchaban contra el capital que ahora el heresiarca invoca como Principio Benévolo del Universo. “Ahora, ex jóvenes sobrevivientes, ¡ódienme!”. Porque si aquella doctrina guerrillera es execrable ¿no lo es él también, que hizo tanto daño con ella? ¿Por qué entonces no implora perdón y se va abochornado, por causar tanto suplicio, a un desierto cerril, donde nadie lo conozca?

  Pero tal vez su mayor éxito es haber convertido a mucha de esa juventud, fatigada de tanto camino, a su nuevo y antagónico credo. Objetivamente a este heresiarca áspero no le importa recorrer el mundo cargando con miradas que quisieran incendiarlo porque nunca defraudó en pequeñeces sino para abatir toda grandeza. Interpretó el aullido desesperado de la tortura como susurro inofensivo. A ese talento ofrendó toda pasión.

  En su camino de imperfección llegó a provocar en su nación una inflación del 103% y un decrecimiento del 9% y años después atribuye las estafas inmobiliarias a inflación y decrecimiento. A sabiendas de que esa merma vive de la crisis estructural del capital al que ahora se le arrastra.

  “De todas todas soy un infame”. En otro cuento de Jorge Luis Borges alguien refiere la historia de un infame y al final confiesa que ese maldito es él. “¡Ahora desprécieme!”.

  La historia de Borges, el otro, Julio, exige menos, aunque no es que el heresiarca exija tanto tampoco. Lo que para Borges es banal para mí es atroz: invertir deliberadamente el único privilegio de conciencia que toca ante la faz de los 13.700.000.000 de años del Universo y sus 30.000.000.000 de galaxias, desde el Big Bang hasta esta manifestación de oposición, en esa existencia taciturna, tosca, quebradiza, sin relieve. En malignidades de arte menor, comparadas con las del heresiarca mentado ha pocos párrafos. Míralo. Borges es más tímido en sus inclemencias, jamás le fallaría a toda una generación, ni producirá una grieta pestilente en la vida de un pueblo. Sus malicias mediocres si acaso llegan a copeyanas. Con fariseísmo de consistorio, se arrepiente este año de lo cometido el anterior. No debimos apoyar el Golpe, un año después. No debimos apoyar el Paro, otro año luego.

  Siendo fiel a Borges (hablo ahora de Jorge Luis), no me decido. Tal vez el más atroz sea Julio. Pero insisto: dejo a ti el fallo. ¿Lo hago cobardemente, porque es una decisión atroz? O quizá la peor atrocidad será el olvido de los siglos luego de tanto sound and fury, signifying nothing ('ruido y furia, que no significa nada,' Shakespeare, Macbeth, V, 5).

roberto.hernandez.montoya@gmail.com



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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

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