La pensión y los crespos hechos

—A buen sol hay, paisano; está bueno para secar ropa blanca. —¿Y usted qué está haciendo por la calle hoy? —Que fui a acompañar a la suegra a cobrar la pensión. Esa iba con los dientes largos, porque habían prometido no sé cuantos millones —¿Y qué tal le fue? Imagino que cobro completo. —No, que va. Puro cuento chino como siempre.

—Yo no sabía que ahora hay los pensionados y los pensionados discapacitados; éstos últimos son los que están más hechaitos a perder. Son los que no pueden permanecer de píe mucho tiempo, los que sufren enfermedades que los hace más vulnerables. Son los más endebles, allí nos paramos porque la suegra sufre de nervios y otras cositas, y llevaba su informe médico.

—Aquella cola llegaba, en todos los bancos, hasta China por lo menos. Eso parecía, no sé, como que si estuviesen evacuando este baldío. Cola por todos lados. Algunos decían que habían amanecido ahí y otros que habían pasado toda la noche frente al banco. A saber, porque cuentos sobran más de verdad que mentira.

—Lo que sí, le dijo es que la cara de hambre era una constante. La desnutrición se ve por los cuatro costados. Esos pensionados flacos, entecaítos; y no es que yo esté muy gordo ni mucho mejor. Pero el hambre se sentía en el ambiente, más que pensionados parecen pordioseros; sin querer hablar mal de nadie, pero así está la situación. Lo que da es tristeza ver tan miseria.

—Pero lo mejor de todo es que a la gente, bien temprano, le dijeron que lo que le iban a pagar eran dos millones y a llorar p´al Valle. En algunos bancos del gobierno se acabó la plata temprano; no alcanzó para todos, eso se rumoraba a todo gañote.

—Ay paisano. Cuando los pensionados se enteraron que lo que le iban a pagar era esa miseria de dos millones, que no alcanza ni para un kilo de queso, en coro se lamentaban y se lamentó.



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Obed Delfín


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