Entre el horror y la esperanza

La indignación con que los pueblos del mundo y los gobiernos decentes están reaccionando frente a la nueva escalada genocida del Estado israelí contra los palestinos, indica una creciente toma de conciencia en torno a uno de los problemas de nuestro tiempo que comprometen más la condición humana. La vesania asesina, impertérrita ante el clamor generalizado, prosigue día a día bombardeando a una población inerme o forzosamente mal armada, en cumplimiento de un plan de “castigo” urdido a manera de despedida --Dios quiera que final-- del bushismo, por lo que sin duda el compromiso es el de parar antes del 20 de enero, quedando en suspenso la sospecha de la posible anuencia a lo Pilatos de Barack Obama. Poca esperanza existe en que éste intente disiparla con una política más justa. Pero la condena será crecientemente universal y la entente sionista-imperialista tendrá cada vez más dificultades, pese a la impotencia cobarde y en buena medida celestinesca de las Naciones Unidas y la consiguiente inefectividad del derecho internacional ante los poderosos.

Los descendientes del martirio de los campos de concentración y las cámaras de gas, transfigurados en su versión sionista como neonazis, se proponen hacer totalmente suyo el territorio que la ONU, contra todo derecho pues no era su propiedad, les concedió en 1948 y el sionismo asumió como “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”: el colmo del racismo, los palestinos no son pueblo, no existen. El Estado israelí, alternativamente manejado por “extremistas” o “moderados” que cocinan sobre el mismo fogón, ha conseguido llevar adelante su política, arrancando tajos territoriales –entre ellos el que contiene a Belén, probable villa natal de Jesús--; acosando a unos enemigos que nada les hicieron; ganando, mediante el control casi absoluto de los medios de difusión internos, a la gran mayoría de sus propios ciudadanos; contando con el apoyo material, político y comunicacional del imperialismo yanqui; aprovechando el complejo de culpa de los europeos por los pogromos históricos y la pasividad ante el genocidio hitleriano, con el consiguiente temor de ser tildados de antisemitas; y, basándose en estos antecedentes, sintiéndose autorizados en calidad de víctimas de siempre para toda clase de crímenes y fechorías. Es lo que Norman G. Finkelstein, hijo de sobrevivientes de Auschwitz y Majdanek, profesor universitario en Chicago, caracteriza así en su obra La industria del Holocausto: “El Holocausto ha demostrado ser un arma ideológica indispensable. Su despliegue ha permitido que una de las potencias militares más temibles del mundo, con un espantoso historial en el campo de los derechos humanos, se haya convertido a sí misma en Estado ‘víctima’, y que el grupo étnico más poderoso de los EE.UU. también haya adquirido el estatus de víctima. Esta engañosa victimización produce considerables dividendos; en concreto, la inmunidad a la crítica, aun cuando esté más que justificada”.

La única salida a este drama desgarrador es la aceptación de la existencia y convivencia pacífica de ambos pueblos y Estados. Pero cada vez que hay algún acercamiento en esa dirección, el sionismo se las arregla para torpedearlo. No admite ninguna forma de autodeterminación palestina y por eso niega a Hamas el derecho a gobernar obtenido en elecciones. Lo provoca hasta obtener de éste una respuesta desesperada. Entonces agrede desproporcionadamente con toda su capacidad terrorista estatal, pero lo hace en condición de víctima, pues el terrorista es el otro. Como dijo el escritor y filósofo Yeshayahu Leibowith, “Israel ha dejado de ser un Estado del pueblo judío y se ha convertido en un aparato de gobierno coercitivo de los judíos sobre otro pueblo (…) No es actualmente una democracia ni un Estado que respete la ley”. Y Yitzhak Laor, poeta y novelista: “Los niños palestinos viven en el miedo y la desesperación (…) La sociedad palestina está desintegrándose, y la opinión pública en Occidente culpa a las víctimas, siempre la manera más fácil de enfrentar el horror. Lo sé: mi padre era un judío alemán”. He citado tres personalidades judías, lo que indica que en el fondo de ese pueblo hay una reserva moral en lucha por la racionalidad y la decencia. Otros miles, incluyendo ex militares que han reaccionado con dignidad, están en esa brecha. Todos ellos claman por “una sociedad libre del militarismo, la opresión y la explotación de otros pueblos”. Junto a la irreductible combatividad de los palestinos, esas voces componen la materia prima de la esperanza y de la paz, cuyo camino único es el de la justicia, como lo dejó dicho para todos los tiempos el nacido en la villa de Belén.

freddyjmelo@yahoo.es


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Freddy J. Melo


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