Un bloqueo naval constituye un acto de guerra. Para que tal medida alcance un estatus de legalidad internacional, requiere obligatoriamente una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas bajo el Capítulo VII de su Carta. En ausencia de dicho mandato, cualquier nación bloqueada o bajo amenaza inminente posee el derecho inmanente de emplear su poder militar en legítima defensa, invocando el Artículo 51 de la propia Carta de la ONU.
Donald Trump ha calificado al Gobierno de Venezuela como una "Organización Terrorista Extranjera", un estatus legal que —bajo la ley de EE. UU. y por convenios, acuerdos o tratados de derecho internacional— le otorgaría facultades para atacar "activos e infraestructura" que considere vinculados al terrorismo y bloquear cualquier tipo de transacción o apoyo material (incluyendo el transporte de petróleo). A esta gravísima mentira ha sumado declaraciones en redes sociales donde exige que Venezuela "devuelva a los Estados Unidos de América todo el petróleo, la tierra y otros activos que previamente nos robaron".
Además de semejante atrocidad, hace apenas quince días, Trump, sin autoridad legal ni motivo válido, escribió en sus redes sociales lo siguiente: "Para todas las aerolíneas, pilotos, narcotraficantes y traficantes de personas, por favor consideren el espacio aéreo sobre y alrededor de Venezuela como cerrado en su totalidad. ¡Gracias por su atención a este asunto!". Con ello, busca establecer un bloqueo aéreo de facto para aislar a Venezuela de la mayoría de sus conexiones comerciales internacionales. Si nos detenemos a analizar esa afrenta, observamos que califica como delincuentes a las aerolíneas y a los pilotos, evidenciando una minúscula capacidad intelectual y todo apunta a la ya urgente necesidad de continuar succionando gratis el petróleo de Venezuela, pues parece no estar dispuesto a seguir otorgando "licencias" temporales a las compañías norteamericanas que tienen posibilidades de extracción en el país.
Lo que verdaderamente le importa es el petróleo y, para ello, ha utilizado cualquier clase de pretextos: desde calificar al Gobierno de Venezuela de ser un cartel de narcotráfico (Cartel de los Soles), tildar a miles de inmigrantes venezolanos como miembros de una organización criminal (Tren de Aragua) acusar a PDVSA como financista de grupos radicales religiosos (Hezbolá, que se traduce como "Partido de Dios") y ahora, con el más absoluto descaro, califica al Gobierno de Venezuela como una organización terrorista, sin ninguna base de hecho o de derecho.
Son bravuconadas, torpezas y estupideces cometidas en su fútil intento por frenar lo inevitable: la pérdida de la hegemonía global. Tales acciones solo engrosan el expediente que habrá de sentarlo en el banquillo de los acusados ante los tribunales y lo condenará al basurero de la historia como el presidente estadounidense más despreciable en su calidad humana.
Resulta hasta insultante tener que recordar que las leyes de los Estados Unidos no tienen aplicabilidad universal, pero es una precisión necesaria. La retórica que la "cultura estadounidense" emana suele envolver al espectador en una confusión total, en donde su federación es equiparada con el mundo entero; se asumen como los gendarmes elegidos por Dios. Para ellos, el fútbol es "soccer" y la final de su liga nacional de béisbol privada es, pretenciosamente, una "Serie Mundial".
Bajo su propio marco jurídico, el presidente de los EE. UU. no tiene facultad para involucrar a sus fuerzas armadas en hostilidades por más de sesenta días sin una declaración de guerra formal o una autorización específica del Congreso. Pero eso no es lo realmente importante para nosotros; al final, no debería preocuparnos si Trump respeta o no sus propias leyes internas. Nuestra verdadera urgencia es la defensa de nuestro territorio y la libertad de comercio. Debemos consolidar alianzas internacionales sólidas y exigir al mundo civilizado que se rebele frente a este atropello.
"En todo caso, nos encontramos frente a un personaje gramaticalmente limitado, signo evidente de su escasa profundidad intelectual. Es un fanfarrón que desafía a científicos, diplomáticos de carrera y expertos en leyes con una ignorancia sumamente peligrosa. Resulta alarmante que el país emisor del dólar y poseedor de un arsenal nuclear tenga por jefe a un mitómano irresponsable que toma decisiones políticas sin medir las consecuencias —lo cual evidencia lo poco que le importan los demás—, guiado por impulsos o instintos animales. Esto se manifiesta cuando utiliza las redes sociales como medios de difusión que carecen de filtro alguno; lo que emerge de su cerebro fluye directamente al teclado de su teléfono móvil y, de allí, al mundo entero.
Si los EE. UU. necesitan el petróleo venezolano, lo único que deben hacer es comprarlo. Tan solo eso. Y si quieren venir a extraerlo con sus propias empresas, deben apegarse y cumplir con las leyes de Venezuela. Jamás volverán a llevarse el petróleo gratis; el precio es el valor real, los impuestos son los que dictan nuestras leyes, y los plazos y espacios de explotación los definirán las autoridades de Venezuela. Si no aceptan tales condiciones, mantengan su flota de guerra allí, en el Caribe, que el petróleo de Venezuela se quedará aquí, bajo nuestra tierra.