¡Oh, carta de Almagro!

No vale la pena entrar en detalles sobre la carta que escribiera Luís Almagro a Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral de Venezuela. Es una receta conocida esto de apelar a los cánones de la democracia representativa, burguesa, y mostrar una concepción aséptica de la democracia para justificar lo que subyace en el fondo: la parcialización por los intereses de la derecha en medio de la intensa contraofensiva contra los gobiernos de izquierda del continente, que en este momento se realiza con fuerza sobre todo en Argentina, Brasil y Venezuela, un trío de países que en su conjunto representan una gran fortaleza política y económica en la región.

Sobre esa malhadada carta, el presidente de la Asamblea Nacional venezolana, Diosdado Cabello, dio en el clavo al afirmar que “Hoy, la organización más pervertida, corrompida y desprestigiada del mundo como es la OEA, en la voz de su secretario general, amenaza al pueblo de Venezuela. Nada de eso es casual” y recordó lo denunciado por el ministro de la Defensa Vladimir Padrino López en días anteriores, sobre la incursión aérea yanqui en nuestros cielos y la aproximación del portaaviones George Washington a costas venezolanas, cerca del 6D.

Cabello advirtió: “Cuando esas naves de EE UU dan su vuelta y violan nuestro espacio aéreo, cuando está previsto que para el 6D un portaaviones nuclear esté parado en la fachada atlántica de nuestro mar, algo están cocinando”. En realidad, sean estas o no acciones coordinadas (las incursiones y la carta de Almagro), el objetivo de ambas es el mismo: respaldar la contraofensiva de la derecha que ve en Venezuela la joya de la corona en lo político.

Ahora bien, este asunto de las elecciones y su carácter en Venezuela ya lo hemos abordado en otras oportunidades. En primer lugar, son elecciones burguesas sin más ni más, donde abundan, por parte de la contrarrevolución, todo tipo de trampas: ofertas engañosas, sabotaje a los servicios públicos, guerra económica, manipulación mediática y pare usted de contar. Las actividades tramposas tras bastidores, se combinan con la participación “democrática” en las elecciones: presentan candidatos, hacen campaña, participan en las auditorías del CNE y las aprueban, llevan su opción en los tarjetones, ponen testigos en las mesas. Es un eterno juego doble y sucio.

Desde que Chávez se hizo candidato en las presidenciales de 1998, la Revolución ha tenido en las elecciones burguesas una importante herramienta de confirmación, siempre sometida a las grandes trampas y conspiraciones de la derecha, a las puñaladas traperas, a las amenazas permanentes respaldadas y reforzadas por el imperialismo y sus aliados. Pero esa es solo una de las herramientas, tenemos muchas otras y debemos usarlas. Por ejemplo está el poder del Estado, que por supuesto lo usamos, ni que fuéramos pendejos para no hacerlo. Sí, es verdad, usamos el Estado que conducimos para favorecer a la Revolución, inclusive en los procesos electorales, ya que nuestro Gobierno vive con la espada de Damocles sobre su cabeza, sometido a todo tipo de presiones, chantajes, sabotajes, conspiraciones, guerra mediática constante e intensa, nacional e internacional.

Por otro lado, también hemos dicho que la Revolución Bolivariana no es un movimiento electoral sino un movimiento histórico. La burguesía cree que nos va a desalojar del poder ganando unas elecciones, como si esta Revolución dependiera de si detentamos el gobierno o no. En la concepción chavista del poder, este reside en el pueblo, pero no en el pueblo a secas, sino en el pueblo organizado. Es decir, en los consejos comunales, en las organizaciones populares de todo tipo que han florecido en la Revolución, en las FANB (o sea, el pueblo armado), en la clase obrera, en las organizaciones campesinas, en los colectivos de diverso tipo. Y el pueblo organizado es chavista. Su gran poder quedó demostrado en los acontecimientos de abril de 2002, cuando ese pueblo organizado cívico-militar actuó en medio de grandes adversidades: con el máximo líder preso e incomunicado (aunque este héroe histórico pudo vencer las alambradas con aquella nota inolvidable donde asentó que no había renunciado, con lo cual redobló las energías combativas de su pueblo), con la dirección revolucionaria perseguida, con los círculos bolivarianos y los medios oficiales y comunitarios cerrados o asediados por la represión de los golpistas. Surgieron entonces líderes populares a granel, que se pusieron al frente de las masas populares y con gran instinto de poder las condujeron a los centros donde se asentaba el poder institucional: cuarteles, palacios de gobierno, medios de comunicación. El pueblo organizado, con gran creatividad, armó sus propias redes y contactos para comunicarse con amplitud y eficiencia. Y venció.

Es allí donde reside el poder real de la Revolución y no en unas elecciones que son importantes pero que, a decir verdad, es más un terreno hecho para ellos que para nosotros, aunque hasta ahora lo hemos utilizado con éxito. Pero en algún momento futuro la derecha, con sus sabotajes, sus engaños, sus manipulaciones y sus dólares, podría ganarnos unas elecciones burguesas y quitarnos el gobierno, eso no lo podemos descartar. El gobierno, pero no el poder, el poder revolucionario real, el poder del pueblo. Con ese poder, tomaríamos las calles y venceríamos, sea en dos días, como en aquel abril, o en la guerra de los cien años que mencionó alguna vez Chávez. Por ahora, repitámosle a Almagro aquella contundente frase que lanzó la Revolución Cubana: con la OEA o sin la OEA, ganaremos la pelea.



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Néstor Francia


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