El Vaticano y la paloma de la paz



El Papa Juan Pablo II fue sembrado ya en la tierra, en medio del auténtico dolor de muchos católicos del mundo, y ha terminado el espectáculo mediático, el exagerado reality show que nos fastidió la vida por unos cuantos días. Ahora viene lo otro, la elección del nuevo pontífice. Aquí vale recordar la cantaleta de los jerarcas católicos venezolanos sobre el autoritarismo de Chávez. Desde 1999 andan con estas consejas. No olvido al Cardenal Velasco asignándole a Dios la autoría del deslave de Vargas, presunto castigo divino contra la soberbia del “autócrata”, que se extendió hacia miles de personas, la mayoría pobres que perdieron vidas, parientes y bienes.

Pero mire usted qué extraño, estos curas reaccionarios andan todo el tiempo hablando de democracia ¿Con qué autoridad moral? Lo digo no sólo por la larga historia de iniquidades que adornan a la Madre Iglesia Católica, con joyitas como la Santa Inquisición, el respaldo al fascismo en la Europa de los años 30 y el matrimonio sagrado entre los curas más encumbrados y los oligarcas de toda laya. Sobre todo hablo de los días que corren, cuando va a ser elegido el próximo jefe de la iglesia católica, apostólica y romana. Ya se adelantaron los cardenales, de una vez, a callar ante los medios de comunicación, por órdenes superiores. ¡Carajo, que algún gobernante del mundo hiciera lo mismo con sus subordinados antes de unas elecciones, la que se armaría! Resulta que los señores que van a elegir a una de las personas más influyentes del planeta, simplemente dirán “sin comentarios” a todo lo que se les pregunte, precisamente poco antes de encerrarse herméticamente a ejecutar su elección, a espaldas del mundo, como es tradición. A ver si alguien me lo explica: ¿resulta que 115 personajes, muchos de ellos sospechosísimos, a juzgar por las conductas de nuestros más recientes cardenales, se van a caer a mordiscos entre telones, representando facciones y sectas ávidas de poder, para escoger como les venga en gana a un líder político que va a opinar de lo humano y lo divino por el resto de sus días, a disponer de los churupos de El Vaticano y a designar a dedo a sus nuncios (¡Andrés Dupuy, Ave María Purísima!), asistentes, secretarios y en fin, a “su gabinete y todo el tren ejecutivo”, según su real saber y entender, y ninguno de nosotros tendrá derecho a decir ni pío? ¡Cuando venga un cura de éstos a hablarme de democracia, lamentándolo mucho tendré que pintarle una paloma, y no precisamente de la paz!


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Néstor Francia


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