Las sociedades contemporáneas construyeron su desarrollo sobre el crecimiento destinado a aumentar las cantidades de bienes y servicios producidos que permiten la progresión del PIB per cápita. Este indicador cuantitativo registra la suma de los valores añadidos de las empresas en relación con los habitantes de un territorio. Ahora bien, esta manera de contabilizar la riqueza valora las disfunciones del sistema: un atascoto, una contaminación sobre las playas bretonas, la enfermedad generan crecimiento... Pero estos factores externos negativos contabilizados como crecimiento implican una disminución de las culturas, de las sociedades y del conjunto del mundo vivo sin efecto negativo sobre el PIB.
Además, todo indica que otras formas de riquezas existen. Éstas no son tenidas en cuenta por los indicadores económicos oficiales. Estas riquezas nacen, entre otras cosas, del entorno relacional, de la amenidad de las relaciones... Aquí, el vínculo es más importante que el bien. En este crisol relacional, se inscribe el decrecimiento ameno, concepto promovido por un nuevo imaginario demostrando que otra organización económica y social es posible. Este último se vuelve inevitable si se considera la degradación de los ecosistemas y equilibrios sociales. En efecto, si se quisiera extender a nivel planetario el método de vida estadounidense, 7 planetas serían necesarios para garantizar el consumo de la población mundial. Como lo afirma Albert Jacquart, "no se puede seguir consumiendo manera infinita en un mundo no infinito". De la misma forma, una sociedad del crecimiento no puede ser sustentable nivel social.
El pensamiento dominante hace hincapié en el hecho de que solamente el crecimiento es capaz de generar empleos. Ahora bien, se puede hoy demostrar que el crecimiento puede también destruir (búsqueda de ganancias de productividad, substitución del factor capital por factor trabajo...).
De hecho, la renuncia al mito del crecimiento preconiza necesariamente la exploración de nuevas vías:
1) Control de las necesidades: evitar las influencias de la oferta (publicidad, política de marca...) y plantearse la cuestión de lo que es bueno para sí. ¿Cuáles son los bienes o servicios que son imprescindibles para el individuo? Esta introspección debería permitir distinguir las necesidades fundamentales de las necesidades socialmente fabricadas.
Estrategias de desarrollo personal podrían permitir acompañar este planteamiento. El objetivo es centrarse en la parte fundamental y eliminar lo superfluo.
2) Trabajar menos para vivir mejor: una vez operados estos cambios, nos liberaremos de los efectos del mercantilismo de la sociedad de consumo. El individuo se podrá retirar, según sus posibilidades, del asalariado. Eso abre espacio para una recalificación de las relaciones sociales y la valoración de la convivialidad. Cada uno nosotros se define en efecto, con relación a las relaciones que habrá sabido construir con los demás. La relación amena es el hecho de personas que participan en la creación de la vida social. Si la relación industrial es un reflejo condicionado por el orden del jefe, la relación amena se inscribe, en la dinámica del don, de la autoorganisación y del intercambio cualitativo. Si la productividad se interesa en tener, la amenidad se combina en términos de ser y permite la valoración de lo que Mauro Bonaïuti llama "los bienes relacionales "
3) Autoorganisation: encontrar en sí o en su entorno los conocimientos técnicos, los conocimientos de seres permitiendo cubrir sus necesidades. Es la realidad de los humanos desde el nacimiento de la humanidad. En efecto, si lo económico puede definirse como el conjunto de las estrategias de los humanos para cubrir sus necesidades, entonces lo económico existe mucho antes de la economía, que se convirtió en la ciencia del mercantilismo de las actividades sociales, donde todo todo es mercancía. Esta toma en mano de la economía por el paradigma liberal encuentra su apogeo en la globalización actual del capital.
Volver a entrar en disidencia requiere de establecer un autoorganisation que valore los principios de reciprocidad y las bases de una economía no monetaria, no reconocidos por el modelo dominante.
4) Vuelta al local: con los efectos de la universalización y la División Internacional del Trabajo (DIT), se producen cada vez menos bienes en nuestros territorios de vida. Ahora bien, numerosos productores locales pretenden encontrar un reconocimiento social a través de sus esfuerzos productivos. A nivel alimentario, por ejemplo, la vuelta al local permite volver a poner en contacto producción y consumo. En este contexto, los productos de proximidad y la percepción del carácter local refuerzan el vínculo entre el ser humano y su territorio. A este nivel, convendría apropiarse de nuevo y reanimar los lugares de vida. Eso puede pasar por un reinvento de la democracia de proximidad y por un mejor conocimiento de los conocimientos técnicos y saber ser local. La idea que es necesario disminuir la producción y el consumo allí donde se volvieron excesivas es ya antigua. Los movimientos alternativos de los años sesenta en Europa y los Estados Unidos fueron los primeros en pretender invalidar la sociedad de consumo por una crítica de sus disfunciones. A continuación, los trabajos de Nicholas Georgescu-Roegen en el contexto del Club de Roma (1972) y de la primera crisis petrolífera (1974) van a reintroducir el debate. Este doctor en estadísticas y economista muy conocido, alega el concepto de bio economía que debe pretender favorecer los equilibrios ecológicos y sociales. Lo que está en juego es entonces la aparición de una nueva visión de las relaciones entre el conjunto de los seres vivos, de los que formamos parte con nuestra técnica, y la biósfera. Se trata de desarrollar una crítica del economismo mecanicista que piensa que todo es manejable por la técnica. Este dogma considera la Naturaleza como unas existencias inagotables capaces de absorber todos los residuos y de borrar todas las degradaciones entrópicas. El paradigma modernista hizo del homoeconomicus el mayor depredador de los equilibrios ecológicos y sociales. Ahora bien, parecería que este mundo antiguo mostró suficientemente sus disfunciones para que se pase a otro modelo centrado en el postmodernidad. Pero eso exige una descolonización de nuestras representaciones para establecer otro "vivir conjunto" centrado no en la productividad sino en la facilidad de uso. Por otra parte, lo que no afecta a los equilibrios ecológicos y sociales puede seguir desarrollándose: los bienes relacionales, la investigación, la creación, la educación... Son estas actividades que harán avanzar la civilización y retroceder la crueldad productivista.
Alain Claude Galtié, « La décroissance : dans quels contextes ? », in Revue Réfractions N° 15. Hiver 2005. Site : refractions.plusloin.org
Patrick Viveret, Reconsidérer la richesse, éd. La Découverte, 2000.
Source : http://www.wwf.fr
Albert Jacquart, Voici le temps d’un monde fini, éd. Le Seuil, 1991.
Ivan Illich, La convivialité, éd. Le Seuil, 1973 Mauro Bonaïuti, « A la conquête des biens relationnels », in Objectif décroissance, éd. Parangon, 2003.
Nicholas Georgescu-Roegen, Demain la décroissance, éd. Sang de la terre, 1995
Niels Brügger, Finn Frandsen et Dominique Pirotte, Lyotard. Les déplacements philosophiques, éd. De Boeck Université, 1993.
Claude Llena et Florence Rodhain.
Enseignants-chercheurs en sciences sociales
Ecole Polytechnique Universitaire
Université Montpellier II
Fev. 2006