Andares

El sábado, 7 de septiembre (2024), fue un día de andares por la ciudad. Visitamos a Ali Mora, un muchacho de Los Pueblos del Sur, de unos 30 años, quien se ha tenido que establecer en la ciudad para hacerse tratamientos de diálisis tres veces a la semana. Subimos hasta la urbanización La Arboleda, y al llegar, ahí nos está esperando Javier (hermano de Ali), en el portón de entrada. Pasamos al apartamento, rememoramos muchos hechos del pasado, de aquellos tiempos en que vivimos en la aldea La Coromoto. Allí encontramos Esperanza, madre de Ali, a sus hermanos Danielita y José Antonio. El joven José Antonio también está recibiendo tratamiento de diálisis. Estos muchachos, tuvieron una hermana, Isabel y otro hermano, Alejandro, quienes murieron muy jóvenes, del mismo problema de los riñones. Igual ha pasado con algunos de sus primos. Terrible, pues. Y pensar que este es un mal que está causando estragos en el municipio Arzobispo Chacón de Mérida, y para dializarse tienen que trasladarse a la ciudad de Mérida, buscando dónde vivir y de qué vivir, teniendo en cuenta que para trasladarse desde ese municipio a Mérida hay que echarse unas cinco y a hasta seis horas. Preguntamos por amigos comunes de La Coromoto, tomamos café y comimos unas galletitas que ellos hacen para defenderse económicamente. También venden yogur. Ojalá esta nota sirva para que alguien les eche una mano…

  1. De La Arboleda nos dirigimos al mercado Soto-Rosa. Es un día hermoso, y el mercado está concurrido y colorido. Compramos frutas y verduras, queso y huevos, y en el bullir de la gente escucho a alguien que me saluda:

  • Hola, cómo están.

Me parece alguien muy conocido, pero a quien de momento no recuerdo, y él se encarga de ratificarlo, algo incómodo por la manera como le saludo y lo veo:

  • ¿Es que no me reconoces?

  • Qué tal, vale. ¿Cómo va todo?

Mi mujer le saluda: "-Hola, ¿cómo está usted?" Es un tipo flaco, de baja estatura, de facciones fatigadas, la cara cruzada de arrugas, calvo, de voz gruesa y clara. Lleva una marusita colgada al hombro. Lo estoy mirando fijamente, al tiempo que me habla estoy haciendo grandes esfuerzos por recordar quién es este hombre. Claro, es evidente que me es familiar, que lo he tratado mucho, que es un viejo conocido, hurgo en mi memoria, carajo tan conocida que me es su voz y sus gestos, pero no consigo ni dar con su nombre ni en qué momento nos conocimos. Lo asombroso es que mientras le estoy viendo, escuchándole, mirándole a sus ojos fijamente, me percato claramente de que es alguien a quien he tratado por muchos años, y voy siguiendo la pista de cuanto me va diciendo para ver si en algún momento descubro o capto un detalle que me desvele al personaje. Pasan los minutos y continúo en el mismo limbo. Dios mío, ¿pero quién es este hombre, el cual me parece conocido desde hace décadas? ¿Un vecino? ¿Un tecnólogo? ¿Carnicero o bodeguero? ¿Yerbatero? Mi mujer al parecer como que le ha reconocido, y en mi angustia interior y por los temas que están tratando voy pasando revista por entre otros posibles personajes como algún mecánico o vigilante, jardinero… el hombre puede ser uno de esos agricultores conocido por los pueblos del Sur o del páramo, y lo que deseo es salir de las formalidades del saludo y despedirme para luego preguntarle a mi esposa quién es ese tipo a quien, estoy segurísimo, conozco tanto. Hay un momento, en que mi mujer le pregunta por la producción de chocolate, y hay un destello repentino en mi cabeza y caigo en cuenta, pues, de qué se trata el gran misterio: ¡Héctor Aguilar!, viejo colega de la Universidad de Los Andes, quien trabajaba en el Departamento de Biología y dirige varias revistas especializadas de investigación científica, y quien con uno de sus hijos tiene un emprendimiento para producir barras de chocolate. Él mismo aclara que si no lo reconozco es porque se descuidó y terminó diabético, porque ha perdido mucho peso. Y claro, comienzo a recordar que era un tipo fornido, hasta un poco obeso y rechoncho, pero que ahora ha terminado en un ser casi extinguido, diminuto. Hace apenas un año, lo había visto tal cual como había sido siempre, en una parada de buses en la urbanización Humboldt.

  1. Recorremos gran parte del mercado y decidimos almorzar allí mismo, ya sea cachapas con queso, jamón y cochino o un excelente hervido de res o de gallina. A la final optamos por las cachapas. Luego nos encontramos con el profesor Humberto Ali Pernía, el más famoso encuestólogo de Mérida, y al verme me hace una relación exhaustiva de los posibles candidatos que en medio de la actual contienda electoral puedan llegar a regir el gremio de profesores universitarios, APULA (una cosa que a nadie en el mundo interesa, pero ha sido su tema desde hace 40 años). Advierte que se avecina en ese ramo un batacazo, que de seguro será imbatible para cuando Edmundo González Urrutia asuma la presidencia en enero de 2025. Me lanza en una atropellada perorata varias indirectas envenenadas por mi posición chavista, y al mismo tiempo procura halagarme con frases enrevesadas que ni el diablo... Me daba la impresión que divagaba con bastante pasión profesional buscando de dónde asirse para no ahogarse en sus desvaríos. Sigue siendo el mismo de hace mil años, pero un poco afectado por los sacudones de las nuevas tecnologías. Nos despedimos de Humberto Ali, y no puedo desprenderme de la tremenda impresión que me causó el estado de Héctor. Dios mío, cómo puede ser golpeada la salud de una persona de manera tan incompasiva. Duras realidades con las que nos vamos topando en cada uno de nuestros andares. ¿Y cómo lo verán a uno los demás?



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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